El espíritu de la esperanza
En su último libro, el filósofo alemán de origen coreano Byung-Chul Han plantea la esperanza como un modo de enfrentar problemas como la autoexplotación, la fatiga psicológica, la hipercomunicación o la pérdida de identidad.
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COLABORA2024
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En su último libro, El espíritu de la esperanza (Ed. Herder, 2024), el filósofo alemán de origen coreano Byung-Chul Han plantea la esperanza como un modo de enfrentar los problemas de los que se ha hecho eco en sus anteriores obras, la autoexplotación; la fatiga psicológica y la depresión como males que de ella derivan, la hipercomunicación y la pérdida de identidad, la exclusión del distinto o el narcisismo, la vacuidad y el utilitarismo de las relaciones personales.
Han considera la esperanza como «una actitud espiritual, un temple anímico que nos eleva por encima de lo ya dado, de lo que ya existe», «una plegaria interior del alma», «una pasión que se suscita ante la negatividad de la desesperación» y «nos libera de la depresión», «haciéndonos perseverar a pesar de los males del mundo».
Inherente a ella es la resolución que nos impulsa a actuar, a «trabajar para avanzar», pues como recuerda el escritor, citando a Erich Fromm, «quien tiene esperanza fuerte reconoce y fomenta todos los signos de la nueva vida y está preparado en todo momento para ayudar a que vea la luz lo que está preparado para nacer».
Han considera la esperanza como «una actitud espiritual, un temple anímico que nos eleva por encima de lo ya dado, de lo que ya existe»
En este pequeño libro, ilustrado con fotografías de obras del artista alemán Anselm Kiefer, Han se acerca al pensamiento de Albert Camus, Hannah Arendt, Erich Fromm, Freud, Kafka, Václac Havel, Ernst Bloch, San Agustín, Adorno, Goethe o Heidegger para compartir o discrepar del pensamiento de unos y otros en relación a la esperanza como actitud ante la vida.
El escritor relaciona y a veces no acierta a distinguir con claridad la esperanza de la fe, la cual antecede a la primera, pues mientras la fe hace referencia a la confianza y nos ayuda a visionar la meta que queremos alcanzar, la esperanza es la actitud que nos mueve a encaminarnos a aquella. Esa actitud pertenece al imperio de la voluntad, no depende de estados de ánimo, sino de la decisión de hacer lo que haya que hacer con la visión en la meta.
De la esperanza como actitud libre y voluntaria que se sobrepone a todas las dificultades está llena la historia. Desde personajes bíblicos que la personalizan como Job, en cuyo libro se menciona dieciocho veces la palabra esperanza, a Moisés liderando al pueblo de Israel en busca de la tierra prometida, pasando por Isaías, llamado el profeta de la esperanza.
Manifestaciones ejemplares de esperanza ante las dificultades también tenemos en el pasado siglo, especialmente las encarnadas por aquellos que fueron víctimas de las prácticas más abyectas y oscuras, perpetradas por el nazismo y el estalinismo, desde las vividas por Ana Frank, que en su diario refleja su esperanza frente a las dificultades, diciendo: «Sin embargo, me aferro a ella, a pesar de todo, porque sigo creyendo en la bondad innata del hombre. Me es absolutamente imposible construir todo sobre una base de muerte, miseria y confusión». También las que atravesó Nadiezhda Mandelstam, que en Contra toda esperanza escribe las múltiples penas y contradicciones que sufrieron ella y su esposo bajo el régimen de terror impuesto por Stalin y explica como ocultó y se aprendió de memoria los poemas de Ósip Mandelstam en la esperanza de que no cayeran en el olvido. También Nelson Mandela o Martin Luther King, al que se cita en el libro de Han, son ejemplos de esperanza y lucha activa en defensa de los derechos civiles, cuya tenacidad sirvió para «tallar en la montaña de la desesperación una roca de esperanza». Esas y otras análogas experiencias de personas perseguidas por motivos de raza, religión o por defender sus ideas políticas o los derechos de los más desfavorecidos nos enseñan, como escribe Václav Havel, que «cuando más adversa sea la situación en la que conservamos nuestra esperanza más profunda será esta».
Precisamente en la esperanza se funda la promesa, básica en las relaciones humanas, la capacidad de obligarnos ya sea en un contrato matrimonial, en un contrato sinalagmático o asociativo, la capacidad de cambiar y reinsertarse como primer y fundamental propósito de la sanción penal en un estado democrático.
Otros aspectos que profundizan en el significado de la esperanza, de los que también trata el filósofo alemán en su último libro, son el hecho de que, por una parte, la esperanza presupone como punto de partida la fragilidad, el ser inacabado que somos, pero por otra, trasciende la inmanencia de lo humano, pues la esperanza no depende del resultado, de alcanzar o no la meta por la que luchamos, sino, en palabras de Havel, «del profundo convencimiento de que algo tiene sentido».
Es la esperanza, en definitiva, la que genera acciones plenas de sentido
Es la esperanza, en definitiva, la que genera acciones plenas de sentido, y esas acciones movidas por el espíritu de la esperanza las que trascienden la inmanencia del «Yo». Por eso Han critica a Freud y Heidegger en cuanto observan lo humano desde el pasado, desde lo que «fue», desde el subconsciente exculpatorio o desde la desconfianza y pesimismo existencial, y no desde lo que está llamado a ser, desde la trascendencia y la búsqueda de algo distinto.
El espíritu trascendente de Han, que en una entrevista recordó haber estudiado teología y manifestó ser católico, se acaba reconociendo al final de su libro, en el que enfatiza a modo de conclusión la relación inherente entre las tres llamadas por el catolicismo virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad –«las tres bellas hermanas», como las llama Achim von Arnim– para terminar afirmando que «quien tiene esperanza, ama o cree se entrega al otro y trasciende la inmanencia del yo».
Solo añadiría que siendo la entrega al otro la esencia misma del amor, por eso se entiende con San Pablo que precisamente sea el amor la más grande de las tres virtudes, pues, como escribe Benedicto XVI en su encíclica Deus Caritas est, «el amor promete infinidad, eternidad y una realidad más grande y completamente distinta de nuestra existencia cotidiana».
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