Arqueología, cambio climático y tecnología: el futuro del pasado
Para comprender y evaluar bien los cambios climáticos es imprescindible estudiar la relación estrecha entre las sociedades humanas y el resto de la naturaleza de la que hemos –y seguimos– dependiendo.
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La arqueología es el estudio de las sociedades del pasado, desde hace más de 3 millones de años hasta ayer mismo, a través de su memoria material, los restos que nos han llegado y los contextos ambientales en los que se conservan. Por otra parte, el clima de la Tierra ha cambiado a lo largo de ese tiempo por causas naturales, pero en los últimos 200 años también, de forma cada vez más clara, por las actuaciones de nuestra especie en el medio ambiente. Para algunos investigadores incluso hemos entrado en una nueva era geológica, el Antropoceno, definida básicamente por la fuerte influencia de las actividades humanas en el planeta, como nunca antes se había producido.
El clima está cambiando, es un hecho científico comprobado, y la responsabilidad de los humanos en su aceleración resulta clara por la emisión de gases de efecto invernadero, notablemente dióxido de carbono (CO2) y metano (CH4), en la atmósfera terrestre. No hay que ser apocalípticos pero sí científicos. El problema central hoy es deslindar los cambios climáticos debidos a procesos naturales (variabilidad de la radiación solar, variaciones eje de la Tierra y procesos hidrológicos, oceánicos y tectónicos) y los cambios causados por actividades antrópicas (quema de combustibles fósiles y cambios en uso de la tierra). Y es una carrera contra el tiempo porque las consecuencias del cambio climático se aceleran cada vez más.
La naturaleza es hoy natural y cultural al mismo tiempo en casi todo el planeta
El cambio climático es el mayor reto ambiental y social de nuestro tiempo. Y para comprender y evaluar bien los cambios climáticos es imprescindible estudiar la relación estrecha entre las sociedades humanas y el resto de la naturaleza de la que hemos y aún seguimos dependiendo. Ese estudio es hoy complejo por la intervención de diferentes disciplinas, como las ciencias duras, las ciencias sociales y especialmente la historia y la arqueología. Pero los arqueólogos somos historiadores de la materialidad social del pasado y no «científicos en sí», que diría Le Roy Ladourie, y tampoco adivinos.
La naturaleza es hoy natural y cultural al mismo tiempo en casi todo el planeta. Y la arqueología ha devenido en un método imprescindible para conocer la relación humanos-medio, pues es la única disciplina que puede abordar la «historia profunda» de los humanos, el clima y el medio ambiente de la Tierra. Proporciona evidencias sobre cuándo y cómo el cambio climático ha afectado a las sociedades humanas. Por eso necesitamos una arqueología del cambio climático, una arqueología abierta y comprometida que enfoque la coevolución de humanos y naturaleza a largo plazo para iluminar, a la luz del pasado, temas medioambientales actuales y también cuestiones políticas y sociales relacionadas. En definitiva, aprender de cómo las comunidades del pasado respondieron con formas diversas para superar o mitigar los cambios climáticos y ambientales. Todo ello resulta muy complejo aunque la clave, aparentemente simple, es el triángulo mágico que conforman clima, medio y comportamiento humano. ¿Cuál fue la naturaleza de esa relación? Ese es el objetivo central de una arqueología del cambio climático: una investigación transdisciplinar junto a otras ciencias. Es una historia global de la Humanidad y los climas y medios físicos que está creciendo rápidamente, con fronteras amplias y porosas. Porque los grandes problemas actuales –cambios de temperatura, variaciones del nivel del mar, deforestaciones, escasez de agua y pérdida de biodiversidad– fueron también realidades del pasado prehistórico e histórico.
Los grandes problemas actuales fueron también realidades del pasado prehistórico e histórico.
Hay que buscar correspondencias entre los registros ambientales (columnas de hielos glaciares y de sedimentos marinos) y los registros arqueológicos. La tarea no es sencilla porque los archivos naturales exigen alta resolución cronológica de las secuencias climáticas y ambientales en cada región y al mismo tiempo contrastar los rasgos de las regiones concretas con la dinámica de cambio global planetaria. Mientras que, por su parte, los registros arqueológicos precisan también de buenas secuencias bien fechadas y datos suficientes para analizar los cambios tecnológicos y socioculturales de las sociedades humanas. Y además hay que buscar generalizaciones, de distinta naturaleza, del comportamiento humano. Todo ello dentro del «zoom arqueológico» continuo: desde la escala más pequeña a la más grande. A esas tareas complejas hay que añadir lo que se ha denominado la «paradoja del clima/patrimonio arqueológico». La arqueología se enfrenta a dos contradicciones: la primera, que la Humanidad a nivel internacional se prepara y estudia el cambio climático y sus consecuencias en tiempo corto, mientras la arqueología mira hacia atrás y enfatiza las continuidades y tiempos largos. Y la segunda, que la Humanidad necesita solidaridad, confianza y colaboración internacional para afrontar retos globales, pero la arqueología se sigue pensando y practicando fundamentalmente dentro de marcos nacionales. Para resolver esa paradoja hace falta una nueva comprensión del patrimonio y desbordar las fronteras de las naciones.
La arqueología con la batería de nuevas tecnologías tiene que tener más presencia mediática y social, implicar a más gente en la defensa del patrimonio arqueológico amenazado por el cambio climático, ofrecer datos relevantes y crear conciencia ciudadana de un patrimonio universal compartido. Ese es el verdadero futuro del pasado.
Gonzalo Ruiz Zapatero, catedrático de Prehistoria jubilado por la Universidad Complutense de Madrid, presidente de la Sociedad Española de Historia de la Arqueología y de la Asociación de Amigos del Museo Arqueológico Nacional, ha escrito esta tribuna en el marco de las Jornadas de Patrimonio arqueológico y transición energética organizadas por el Museo Arqueológico Nacional y Red Eléctrica.
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