Mario se tira al suelo, pataleando y gritando «como un poseso». Su padre, abochornado, trata de convencerle para que se levante, primero con palabras suaves y persuasivas, finalmente de manera más firme. Alrededor de ellos, en la cola del supermercado, la gente mira con poca o ninguna sorpresa, dependiendo de su experiencia previa con niños de la edad de Mario: 3 años.
Puede que quienes no han tenido contacto con personas de esta edad piensen que el padre de Mario ha hecho alguna cosa terrible al pobre niño. Y su sorpresa sería mayúscula al comprobar el origen de la «pataleta»: Mario siente frustración porque su padre le ha dicho que no va a comprar más piruletas, que ya hay muchas en casa. ¿Tirarse al suelo dando gritos porque no se puede tener algo? ¿Es que Mario está mal educado?
Los límites de la experiencia humana
Para entender a los niños y niñas cuando se frustran tenemos que comenzar con una obviedad: el ser humano no es omnipotente. Ninguna persona lo puede todo. No podemos saberlo todo, poseerlo todo, ni tampoco consumirlo todo. Dicho de otra manera, la experiencia humana es limitada. Y esto se debe a dos motivos:
- Nuestra propia experiencia corpórea es limitada y tiene unas necesidades que debemos cubrir.
- Vivimos en sociedad, lo que significa que hay ciertas acciones que, aunque físicamente podamos realizarlas, no podemos hacerlas si queremos respetar la convivencia y el correcto desarrollo de la comunidad en la que vivimos.
Y aunque esto pueda parecer obvio, las personas no nacemos sabiéndolo y necesitamos aprenderlo desde la infancia.
¿Qué sucede cuando esto no se aprende? ¿Cómo viven los niños y los adolescentes cuando no interiorizan en su día a día la experiencia del límite? Lo que observamos en la mayoría de los casos es lo que coloquialmente se llama frustración.
Experiencia del límite
Cuando un niño o adolescente no puede completar una tarea que se ha propuesto y nos muestra repetidamente experiencias de rabia o nerviosismo, el origen probablemente estará en que falta aún algo por aprender: la experiencia del límite.
Por ejemplo, el niño que se enfada cuando pierde el partido de fútbol del recreo todavía no aprendió que no siempre podrá ganar o marcar los goles que quiera y cuando quiera. Jugar al fútbol supone unas formas de disfrute y, también, asumir que no siempre sucederá lo que se desea.
Será importante que desde la escuela y la familia enseñemos a vivir en esta falta de control, en la posibilidad de perder un partido, de equivocarse y no poder hacer todo lo que nos gustaría.
Acompañar en la pérdida
La buena noticia es que la experiencia del límite se puede enseñar. La mala noticia es que no hay recetas sencillas ni rápidas. Aprender a abrazar la experiencia del límite tiene que ver con la esencia misma de la experiencia humana, con convertirnos en personas que viven en sociedad. Y esto es algo que requiere de tiempo y un acompañamiento adecuado.
La buena noticia es que la experiencia del límite se puede enseñar. La mala noticia es que no hay recetas sencillas ni rápidas
A continuación, intento exponer algunas claves de este acompañamiento.
En primer lugar, necesitamos tiempo. Tiempo para estar presentes con los niños y adolescentes. Si el niño vivía creyendo que todo era suyo y ahora no lo es, se trata de una experiencia de pérdida, casi podríamos hablar de un duelo. Tenemos que entender y acompañar ese proceso de pérdida.
Adultos ocupados o ausentes
Este es uno de los problemas que nos encontramos en nuestra época y que es causante de los altos índices de frustración y malestares: la ausencia de los adultos. Los ritmos de vida y la situación económica actual hacen que muchas familias tengan que priorizar el trabajo a estar con sus hijas e hijos.
Por ejemplo, en lugar de estar con el hijo durante toda la tarde mientras llora por no poder jugar más con la videoconsola o el teléfono móvil, es más sencillo dejarles seguir jugando y no llegar tarde al trabajo o a la cita que teníamos con amigos.
Esto no, pero… esto sí
Una segunda cuestión a tener en cuenta en la enseñanza de los límites es que, junto con el «no», hay que ofrecer otras opciones que «sí» se pueden realizar. Porque no se trata tanto de establecer prohibiciones como de mostrar vías sanas y fructíferas de vivir el día a día.
No puedes jugar con el móvil y yo te voy a acompañar a buscar otras muchas cosas con las que sí puedes jugar y te pueden gustar; no puedes resolver con los conocimientos que tienes la tarea de matemáticas y sí que hay estrategias que te voy a enseñar para resolver esos problemas; no puedes comer todo el azúcar que quieras pero hay muchos alimentos también muy ricos que puedes tomar.
El ejemplo, siempre fundamental
La última cuestión es la necesidad de testimonio. Los niños y niñas necesitan adultos de referencia que les muestren que es posible vivir la experiencia del límite y hacer de ello algo virtuoso. Se trata de mostrarles a través del ejemplo del adulto que es posible disfrutar de la vida sin poseerlo, saberlo, ni consumirlo todo.
Los niños y niñas necesitan adultos de referencia que les muestren que es posible vivir la experiencia del límite y hacer de ello algo virtuoso
Cuando un padre, en lugar de gastar el tiempo en redes sociales, lo pasa leyendo junto a su hija, está enseñando que hay opciones de disfrutar fuera de la pantalla. Cuando una profesora de matemáticas vive apasionadamente su asignatura, enseña a su alumnado que puede ser estimulante la dificultad de un problema matemático, en lugar de frustrarse por no poder encontrar la respuesta rápidamente. Cuando una madre es constante en el aprendizaje de un deporte o un arte, está enseñando a su hijo que la vida no consiste en hacerlo y saberlo todo, sino en disfrutar el camino largo y disciplinado por aprender aquello que más nos cuesta.
En resumen, los padres, las madres y docentes somos responsables con nuestro tiempo y ejemplo de acompañar a los niños y adolescentes en el trabajo de pasar de la frustración por no poder hacer algo a aprender a disfrutar dentro de los límites de lo posible.
Diego Martín Alonso es profesor de Didáctica y Organización Escolar, Universidad de Málaga. Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
COMENTARIOS