Cambio Climático

Y usted, ¿es colapsólogo u optimista?

Ambas corrientes protagonizan las perspectivas con las que nos enfrentamos al cambio climático. Lo que es más: las dos pueden resultar fundamentales, en uno y otro sentido, a la hora de poder contrarrestar sus efectos más nocivos.

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12
mayo
2023

«La subida del mar es inevitable para los próximos siglos o milenios». Es una de las conclusiones a las que llegó el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de la ONU (IPCC) en su sexto informe, publicado en marzo de este año. Según los expertos, si la temperatura global se limita a 1,5ºC, el nivel medio del mar aumentará entre dos y tres metros en los próximos 2.000 años; en cambio, si esa temperatura fuera de 2 o 3 grados más, se fundiría casi por completo el hielo de Groenlandia y el Ártico occidental, aumentando aún más el nivel del mar, creando una situación catastrófica.

Y los miembros del IPCC no son optimistas en la reducción del calentamiento global a 1,5ºC durante este siglo, que es lo que se acordó en el Acuerdo de París. Al fin y al cabo, se necesitaría recortar a la mitad las emisiones de gases de efecto invernadero antes de 2030. Al ritmo actual, señalan, «es probable» que ese límite se acabe alcanzando este siglo.

No obstante, frente a esta visión pesimista, hay quien todavía ve la meta alcanzable. Es el caso de António Guterres: el secretario general de Naciones Unidas ve posible ese objetivo de no superar los 1,5ºC mediante las «reducciones de emisiones rápidas y profundas en todos los sectores de la economía global». ¿Nos acercamos al desastre o todavía hay margen de maniobra?

Pesimismo, optimismo… ¿realismo?

Por una parte se encuentran los «colapsólogos», un término nacido en Francia de la mano de dos autores, Pablo Servigne y Raphaël Stevens, y su libro, Cómo todo puede colapsar. Ellos mismos se han autodenominado como colapsólogos, y ambos advierten que nos encaminamos hacia el hundimiento de la civilización industrial debido al agotamiento del sistema de desarrollo en el que estamos, algo que, según señalan, está directamente relacionado con el cambio climático y el agotamiento de los recursos naturales.

Según Yves Cochet, ecologista francés y exministro de Medio Ambiente, entre 2025 y 2030 el mundo industrializado llegará a su fin

Esta corriente defiende que no estamos ante el apocalipsis o el fin del mundo como lo hemos visto en las películas de Hollywood, pero sí que estamos inmersos en un proceso irreversible a gran escala. Los autores apuntan que, dado que el fin de la era que estamos viviendo llega a su fin, es necesario tomar conciencia social y empezar a prepararse para ello. Hay quien ya le ha puesto fecha a ese colapso, como Yves Cochet, ecologista francés y exministro de Medio Ambiente, que estima que entre 2025 y 2030 el mundo industrializado llegará a su fin.

«El clima se desboca, la biodiversidad colapsa, la contaminación alcanza todos los rincones y se convierte en una constante, la economía está frecuentemente al borde de un paro cardíaco, las tensiones sociales y geopolíticas se multiplican…». Para los dos autores, el colapso ya ha comenzado, si bien todavía no ha alcanzado su fase más crítica. Porque el colapso no es un hecho concreto que sucede y marca el inicio del fin, sino una concatenación de acontecimientos que ya estamos viviendo: huracanes, accidentes industriales, atentados, pandemias, sequías… Todo ello «con un trasfondo de cambios progresivos no menos desestabilizadores (desertificación, desajuste de las estaciones, contaminación residual, extinción de especies y de población de animales, etc.)», según explican en su libro Otro fin del mundo es posible.

Los autores defienden que el fin del mundo tal y como lo conocemos no es una predicción catastrofista, una moda o una marca, sino un periodo que los historiadores estudiarán en el futuro. Su visión, afirman, no es «pesimista», sino que «pretende exponer los hechos de manera lúcida», plantear «cuestiones pertinentes» y reunir una «caja de herramientas» para comprender el tema: «El colapso no es el final, sino el principio de nuestro futuro».

Esta corriente ganó adeptos durante la pandemia del coronavirus, aunque sus autores descartan que 2020 sea el hito que marca el principio del fin. Los detractores de esta corriente, sin embargo, la acusan de radical y catastrofista. «Anunciar una catástrofe global definitiva es dar la espalda a la realidad», apuntaba a la UNESCO el sociólogo de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (EHESS) de París, Francis Chateauraynaud.

Chateauraynaud: «Todo humanista tiene el deber de quitarles la razón a los profetas del catastrofismo»

Tal como señala el sociólogo, en las ciudades se pueden observar «múltiples prácticas colectivas que apuntan a la redefinición y gestión de los bienes comunes, generando nuevas ideas susceptibles de integrarse en las políticas municipales». Lo que es lo mismo: la sociedad se mueve, está más concienciada para cambiar las cosas y ya se están dando los paso para ello. «El futuro sigue abierto», argumenta. Y añade: «Todo humanista tiene el deber de quitarles la razón a los profetas del catastrofismo. Son innumerables los lugares de nuestro planeta donde hay gentes que luchan para contrarrestar los efectos devastadores de la hybris [en castellano, desmesura o soberbia] tecno-industrial».

Los llamados optimistas del cambio climático ponen como ejemplo el agujero de la capa de ozono. En 1989, entró en vigor el protocolo de Montreal que prohibía la utilización de más de 90 productos químicos que dañaban la capa de ozono; hoy, esa capa está camino de recuperarse. Si se mantienen las políticas actuales, se espera que la capa de ozono recupere los valores de 1980 (antes de la conformación del agujero) aproximadamente en 2066 en la Antártida –la zona más dañada–, en 2045 en el Ártico y en 2040 en el resto del mundo. Según los expertos, la recuperación de la capa de ozono ayudará a evitar, además, hasta un 0,5ºC de calentamiento global. Un estudio publicado en 2019 va más allá: «Es probable que el protocolo ya haya evitado el calentamiento regional del orden de 0,5 °C a 1,0 °C en algunas áreas terrestres y en gran parte del Ártico desde 2019».

«Las medidas adoptadas en relación con el ozono sientan un precedente para la acción climática», ha explicado el Secretario General de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), Petteri Taalas. Es una guía que demuestra «lo que puede y debe hacerse para abandonar los combustibles fósiles, reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y limitar, por lo tanto, el aumento de las temperaturas». Y si entonces se pudo poner de acuerdo a todos los países, ¿por qué no ahora?

No es la única razón para el optimismo: cada vez estamos más seguros de que el abandono de combustibles fósiles y la adopción de tecnologías limpias y renovables impulsarán «las economías, generarán empleos y creará resiliencia», según Cassie Flynn, asesora estratégica sobre cambio climático y jefa de la iniciativa Promesa Climática del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo. Para Flynn, la pandemia de la covid-19 ha supuesto también un antes y un después, no para iniciar el colapso, como sostenían los franceses Pablo Servigne y Raphaël Stevens, sino para que la recuperación se dirija hacia una conclusión verde.

Además, los inversores están virando su dinero de los combustibles fósiles a la inversión sostenible. Más de 60 países colaboran hoy con Naciones Unidas y otras entidades, como el Fondo Monetario Internacional, para facilitar «la movilización de la financiación pública y privada en apoyo de sus prioridades nacionales de desarrollo y de los Objetivos de Desarrollo Sostenible».

Pero esta doble visión de un problema común, el cambio climático, puede tener consecuencias. El pesimismo y la deriva de los colapsólogos puede llevar a la inacción derivada de esa sensación de imposibilidad de que todo está perdido, de que la situación es irreversible y de que ya es demasiado tarde. «Lo más criticable del discurso catastrofista es su ineficacia», señala el sociólogo Francis Chateauraynaud. «Lo importante no es anunciar que la catástrofe es inevitable, sino comprender los problemas en los diferentes niveles de acción».

¿Y posicionarse en el optimismo? Aunque pueda resultar más positivo en ese sentido, también puede provocar cierta relajación oculta tras la idea de que todavía hay tiempo de revertir la situación (sin comprender que estamos no ya antes un cambio climático, sino ante una emergencia climática). Algunos expertos, de hecho, piden empezar a hablar de emergencia o crisis climática para que el lenguaje nos incite a actuar rápido, que nos ayude a entender la magnitud del problema y a cambiar la percepción. Lo que ambos bandos están de acuerdo es que estamos en tiempo de descuento; solo difieren del final de la historia: ¿estamos ante el colapso o aún tenemos tiempo de revertir la situación?

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