Cultura

Creonte y la tiranía en la tragedia griega

En ‘Antígona’, Creonte quiere imponer las leyes de la ciudad tras la muerte de Polinices e impide que este sea enterrado dignamente por haber «traicionado» a su patria.

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26
noviembre
2024

En la mitología griega, Creonte fue rey de Tebas hasta en tres ocasiones, además de esposo de Eurídice. Se trata de un personaje recurrente en la tragedia griega. Aparece en Los siete contra Tebas, de Esquilo; en Antígona, Edipo rey y Edipo en Colono, de Sófocles; y en Las fenicias, de Eurípides.

Hay quien estima a Creonte como un tirano. Pero ¿qué es exactamente un tirano? En la Grecia Antigua el tirano era un rey soberano, gobernante de la polis. Etimológicamente, la palabra griega tyrannus hace referencia a un «amo», «señor» o «soberano». El suyo sería un poder unipersonal y absoluto, tiránico, valga la redundancia. El tirano era alguien que habría accedido al poder por la violencia, gracias a un golpe de estado. A menudo era considerado una persona enérgica y atrevida capaz de resolver los problemas colectivos de modo eficiente. En ese sentido, la figura del tirano contaba con ciertos rasgos positivos y, de hecho, algunos tiranos llegaron a ser muy populares en la Grecia Antigua.

El tirano es aquel que prefiere vivir en un falso mundo poblado de aduladores

Con el paso de los siglos, sin embargo, el término cobró connotaciones negativas, y empezó a entenderse como referido a alguien que ejerce el poder arbitraria e ilegítimamente, alguien que abusa del poder y carece de nobleza a la hora de gobernar. Entre otras cosas, el tirano es aquel que no sabe escuchar la verdad cuando le es dicha a la cara, que prefiere vivir en un falso mundo poblado de aduladores (algo que, finalmente, solo contribuirá a promover su caída). Un ejemplo fue Dionisio de Siracusa, quien vendió a Platón como esclavo porque este le dijo algunas verdades desagradables. Hay que decir en su favor, en cualquier caso, que se trata de una figura valiente (quizá temeraria), o, al menos, alguien capaz de jugarse la vida en favor de sus intereses y su anhelo de poder.

El tirano no ejercía su poder por derecho sino por la fuerza. Hoy podría identificarse con el llamado dictador populista, esto es, aquel que se remite a la voluntad o intereses populares por puro interés. Es decir, que haría suya la voluntad popular solo en la superficie para salir ganando más poder del que atesora. El tirano sería aquel que ejerce su poder arbitrariamente y alejado de toda constitución, aquel que atiende más bien a su propia «voluntad de poder», antes que al interés general (aunque enmascare su voluntad individual en el seno de la colectiva).

En relación con Creonte existen multitud de interpretaciones. Hay quien cree que no se trata de un tirano, si no de alguien que defiende las leyes de la ciudad, una persona ética. Por otro lado, están los que ven en él al clásico tirano que gobierna contra su propio pueblo, en favor de intereses espurios. Lo cierto es que su imagen varía también en cada una de las tragedias en las que aparece retratado.

Creonte representa los intereses colectivos, la inflexibilidad del superego frente a los sentimientos filiales

En Antígona, Creonte quiere imponer las leyes de la ciudad tras la muerte de Polinices e impide que este sea enterrado dignamente por haber «traicionado» a su patria. Esto genera un conflicto moral, pues Antígona, hermana del fallecido, decide contravenir la ley de la ciudad enterrando a Polinices, lo cual acaba desembocando en su propia muerte. Aquí Creonte representa los intereses colectivos, la inflexibilidad del superego frente a los sentimientos filiales, frente a la transgresión de la norma colectiva. Este tipo de tragedia pone de relieve la tensión existente entre diversas virtudes. Las virtudes, de hecho, no pueden llegar a armonizarse entre sí, puesto que tienden a encontrarse o chocar entre sí. Uno no puede ser justo y compasivo al mismo tiempo, por poner un ejemplo. Por otro lado, hay quien cree que la posición de Creonte en ese relato representaría una forma de proteger a la polis de la desintegración inminente, a la que, de hecho e históricamente, acabaría sucumbiendo. Como dice Antonio Tovar en su Vida de Sócrates: «La exaltación del legalismo, del rito de la ciudad, no es otra cosa que la rendida sumisión a la raíz histórica, una anticipada y profética resistencia a la disolución cosmopolita». Esto se debe al hecho de que en esa época la polis estaba en franca decadencia frente a un globalismo encarnado por sofistas y los futuros estoicos.

En el caso de Antígona, su muerte genera toda una serie de desastres que hacen reconocer a Creonte su error: nunca debería haber antepuesto las leyes humanas a las divinas, simbolizadas en la necesidad de enterrar a Polinices. En este sentido, la tragedia ha servido siempre para ilustrar este tipo de tensiones entre virtudes, realidad e intereses diversos. Nos muestra cómo la vida adulta está repleta de conflictos a menudo irresolubles que pueden llegar a tener consecuencias verdaderamente desastrosas.

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