Internacional
Lo que queda del sueño de Mandela
El Congreso Nacional Africano, el partido al que pertenecía Nelson Mandela, perdió el pasado mes de mayo la mayoría absoluta que había ostentado desde que Sudáfrica es una democracia. Pareciera que los mismos dirigentes que durante estos 30 años han sacralizado la figura del líder que dedicó su vida a combatir el ‘apartheid’ en Sudáfrica se hubieran dedicado al mismo tiempo a dilapidar su legado y convertir su sueño en una pesadilla.
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El 27 de abril de 1994, Nelson Mandela entraba en un colegio electoral al norte de Durban para emitir su voto en las primeras elecciones democráticas de Sudáfrica. Era la primera vez que la población negra estaba llamada a las urnas, tras años de arduas negociaciones entre el Gobierno de Pretoria y el Congreso Nacional Africano (CNA), partido que aglutinaba el apoyo de la mayor parte de los sudafricanos negros. El sufragio universal era el primer gran paso para cerrar uno de los capítulos más terribles de la historia: el atroz y sanguinario régimen del apartheid, fundado sobre la idea de la supremacía de los blancos sobre los negros en todos los ámbitos de la sociedad.
Antes de votar, Mandela había visitado la tumba de John Dube, primer presidente del CNA. En sus memorias, tituladas El largo camino hacia la libertad, el Premio Nobel dedica varias páginas a ese día: «Cuando me dirigía a pie hacia el colegio electoral, mi mente rememoraba a los héroes que habían caído por hacer posible que yo pudiera estar donde estaba aquel día, a los hombres que habían entregado sus vidas a una causa que por fin había triunfado. Pensé en nuestros grandes héroes que se habían sacrificado para conseguir que millones de sudafricanos pudieran votar ese mismo día. No asistí solo a aquel colegio electoral. Emití mi voto junto con todos ellos. Puse una X en el recuadro correspondiente a las siglas ANC (CNA, en inglés) y a continuación introduje mi papeleta plegada en una sencilla caja de madera. Acababa de votar por primera vez en mi vida».
Mandela continúa recordando las enormes colas de hombres y mujeres cargados de paciencia que serpenteaban a través de los caminos de tierra y las calles de pueblos y ciudades de todo el país. «Mujeres que llevaban medio siglo esperando votar afirmando que por primera vez en su vida se sentían como seres humanos. El ánimo de la nación en aquellos cuatro días de elecciones era jubiloso. La violencia y las bombas desaparecieron de escena. Parecíamos una nación renacida de sus cenizas».
Mandela había cumplido 27 años de condena, pero cuando encabezó el partido optó por la reconciliación y el perdón
El CNA había sido la auténtica fuerza impulsora de la transición. Muchos de sus líderes habían sido asesinados, encarcelados durante décadas o sufrieron el exilio. Mandela había cumplido 27 años de condena en diversas cárceles del estado, pero cuando encabezó el partido optó por la reconciliación y el perdón. Su candidatura obtuvo un 62,6% de los votos y 252 de los 400 escaños del Parlamento. A pesar de esta abrumadora mayoría absoluta, el CNA no gobernó en solitario. En aras de la reconciliación, Mandela se vio obligado a tener como vicepresidentes a los que habían sido sus mayores enemigos: el expresidente F.W. de Klerk, que encabezaba la minoría blanca, y el líder de la minoría zulú, Mangosuthu Buthelezi.
Sudáfrica daba así los primeros pasos para convertirse en la soñada nación arcoíris, en la que hombres y mujeres de todo origen étnico podrían caminar juntos en libertad e igualdad hacia un futuro de paz y prosperidad. Han pasado 30 años y hoy los nubarrones no dejan ver este arcoíris. En las elecciones del pasado 29 de mayo, el CNA obtuvo un exiguo 40% de los sufragios, lo que le hizo perder la mayoría absoluta por primera vez desde 1994. El grado de confianza en el gobierno ha descendido a mínimos históricos.
El régimen del apartheid fue desmantelado sobre el papel, pero los blancos conservaron sus privilegios en aspectos como la posesión de la tierra o el control de la economía. De hecho, la brecha entre ricos y pobres siguió creciendo. En 2022, el Banco Mundial reflejó en un informe que Sudáfrica era el país con más desigualdad del mundo, ya que el 80% de la riqueza está en manos del 10% de la población. En un país de 60 millones de habitantes, el 43% está por debajo del umbral de la pobreza (con menos de dos dólares al día para vivir) y la tasa de desempleo es del 46%; el sida y la violencia siguen diezmando a los sudafricanos, cuya esperanza de vida apenas llega a los 53 años.
Han pasado 30 años y hoy los nubarrones no dejan ver este arcoíris: Sudáfrica es el país con más desigualdad del mundo
Tras la retirada de Nelson Mandela de la escena política en 1999, las presidencias de Thabo Mbeki y Jacob Zuma sumieron al CNA en la corrupción y las divisiones internas. A la casta blanca se sumó una nueva oligarquía negra que perpetuó la pesada herencia de desigualdad que había dejado el racismo. El actual presidente, Cyril Ramaphosa, no parece el hombre más indicado para recuperar la confianza del pueblo y acometer reformas de gran calado. Este antiguo dirigente del CNA, que participó activamente en la comisión que negoció la democratización de Sudáfrica, ha sido también parte de esa nueva oligarquía negra y se calcula que en estos años ha amasado una fortuna personal de 450 millones de dólares.
Decenas de estatuas de Madiba –apelativo con el que se dirigían a Mandela sus seguidores– se levantan por las principales ciudades del país. La mayor de estas imágenes es una estatua de bronce de nueve metros de altura que se erige en el centro de Pretoria, la capital administrativa del país. Una grieta ha empezado a abrirse en la base del monumento. Es todo un símbolo. Parece que quienes han querido sacralizar su figura se han dedicado al mismo tiempo a dilapidar su legado y convertir su sueño en una pesadilla. Su sueño era el de un hombre que, a pesar de todo el mal que sufrió y presenció, creía en la bondad natural de todos los seres humanos, como declara en su autobiografía: «Siempre he sabido que en el fondo del corazón de todos los seres humanos hay misericordia y generosidad. Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel, su procedencia o su religión. El odio se aprende, y si es posible aprender a odiar, es posible aprender a amar, ya que el amor surge con mayor naturalidad en el corazón del hombre que el odio. La bondad del hombre es una llama que puede quedar oculta, pero que nunca se extingue».
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