Opinión

Roro siempre saludaba

El ‘caso Roro’ revela el neuroticismo en el que vivimos, en el que el posicionamiento reescribe los hechos y los valida. Puesto que Roro se ha presentado ante la cámara sin bibliografía –solo una chica que cocina porque le encanta y lo hace para su novio porque así lo quiere–, le han endosado una patulea de conceptos en inglés y de editoriales y vídeos respuesta para que no creas que lo que Roro hace con naturalidad (o sin ella incluso) está bien.

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16
agosto
2024

Es una verdad universalmente reconocida que ya hay más gente dentro del fascismo que fuera de él. Cada día un puñado de personas y de actitudes y de costumbres y de palabras se suman a la prietas y gruesas filas del fascismo. Además, todos somos fascistas hasta que se demuestre lo contrario y a poco que rasques siempre se demuestra; es decir, siempre va a haber alguien para quien seas el fascismo. Se empieza a estar apretado aquí.

La última incorporación al fascismo es una chica menuda, con gafas de búho sabio o de azafata del 1, 2, 3. Habla con voz de mijita, ñiñiñiñi, y se dedica en sus redes a cocinar para Pablo, su novio. Todo lo que se le antoja a Pablo, lo cocina, lo cual ha despertado las alarmas de quienes quieren salvarnos de nosotros mismos, de nuestra irresistible tendencia al fascismo. Si se nos deja solos, tomamos Abisinia.

En El País y otros periódicos de izquierdas ha ofendido mucho el caso de Roro Bueno, de la que lo más bonito que han dicho es que es una tradwife. Cada vez que sueltan un palabro en inglés, tuerzo el morro y me prevengo: nadie dice nada bonito en inglés. Aseguran que sus vídeos de cocina son exhibicionismo de clase (sic) y que su voz aniñada (fundy baby voice, se llama) es un tono en clave que revela su adscripción a movimientos reaccionarios de los Estados Unidos. Para que nos hagamos una idea, Roro Bueno y Trump han salido citados en el mismo párrafo. Ya debe estar mal el fascismo en España para que se entretengan con esta chica.

«Cada vez que sueltan un palabro en inglés, tuerzo el morro y me prevengo: nadie dice nada bonito en inglés»

Una que se ha sentido ofendida, seriamente concernida, por la sumisión autoinducida de Roro, una mujer que solo cocina para un hombre, es Rita Maestre, política de la presunta parte amable de nuestra izquierda de la izquierda, pero salida al fin y al cabo de la cáscara podemita, forjadores de patologías. (¡Cuídate de los que quieren salvar a la humanidad, pues siempre lo hacen a costa de las personas concretas!). Durante una década, estas buenas gentes que quieren lo mejor para ti han señalado todo lo que está mal en el mundo, que es todo lo que queda fuera de ellos. Durante una década, tus gestos, tus palabras, tu pasado, tu primer vagido sobre la tierra, han sido diseccionados con severidad por personas con lecturas y doctorados. Es muy poco lo que hemos hecho, lo que hacemos bien. Todo mal. A partir de nacer, contaminamos y ofendemos a una Rita cualquiera.

Lo que molesta de Roro es sencillo: es una mujer que cocina para un hombre. Las cabezas explotan de inmediato, aunque Roro no haya dicho nunca que debes someterte a tu esposo, recibir cien latigazos si sacas escote a la calle ni votar a Santiago Abascal. Roro solo cocina para su novio. Es todo lo que se sabe a la luz de sus vídeos. No sabes si Pablo friega toda la pila de platos, tampoco cuánto hay de performance en la cosa y cuánto de realidad.

Si Roro, con las mismas gafas y la misma voz, cocinara para un comedor social o para su compañera de piso, todo habría sido más asumible, incluso loable. En cambio, Roro es una mujer sometida. Dos hombres caminando a cuatro patas con correas al cuello guiados por otro hombre –lo hemos visto recientemente en Madrid–, está bien porque es performático y antipatriarcal. Es un sometimiento cool. No así lo de Roro, esclavismo secular y exhibicionismo de clase. Si lo de Roro es performático está fatal, si es real, está peor.

«Si Roro cocinara para un comedor social o para su compañera de piso, todo habría sido más asumible, incluso loable»

Bastaba poco para salvar a Roro. Si se hubiera presentado como influencer paródica, haciendo exactamente lo mismo que hace ahora –cocinar para un hombre, su novio, pero con el fin de evidenciar el poder vigente del patriarcado–, estaríamos hablando de un puntal de la izquierda, futura concejal de Sumar. Eventualmente, todo está permitido si sabes qué teclas tocar: puedes tejer suéteres a cascoporro como tu abuela la normativa pero si lo haces para tus amigas; puedes dejar tu trabajo y ser ama de casa como tu madre la que votaba a AP solo si antes explicas que estás dedicada a la crianza con apego y a crear lazos fuera de lo productivo, no sea que alguna malpensada piense que aspiras a ser como tu madre, nacida en los oscuros tiempos pre-Rita.

Ahora bien, lo que no puedes hacer es cocinar lisa y llanamente para un hombre. Eso es en sí sospechoso y da la medida de lo que ha pasado en muy pocos años: que el empoderamiento tiene instrucciones de uso que otras escriben por ti, que tu liberad está mediada por su idea de liberación, que ningún paso tuyo será dado sin que lo analicemos desde perspectivas políticas y que lo bueno y lo aceptable, lo moral y lo socialmente loable no han desaparecido como conceptos, solo han mutado.

El caso Roro revela el neuroticismo en el que vivimos, en el que el posicionamiento reescribe los hechos y los valida. Puesto que Roro se ha presentado ante la cámara sin bibliografía –solo una chica que cocina porque le encanta y lo hace para su novio porque así lo quiere–, le han endosado una patulea de conceptos en inglés y de editoriales y vídeos respuesta para que no creas que lo que Roro hace con naturalidad (o sin ella incluso) está bien.

Que no te engañen: se empieza cocinando para Pablo y se acaba quemando el Reichstag. Ya hay varios comentaristas que han utilizado las mismas palabras que tu bisabuela cuando apareció por el pueblo la primera minifalda: «Es un mal ejemplo para las niñas». ¡Con lo buena chica que parecía Roro! Siempre saludaba.

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