Sociedad
«Hay un comportamiento activista en los medios y ese ‘trincherismo’ es consecuencia de su debilidad»
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COLABORA2024
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Teodoro León Gross (Málaga, 1966) cree que estamos en un periodo de interregno en el periodismo. El rey ha muerto, la vieja prensa, confiable y sólida, capaz de ejercer un papel tutelar en la democracia liberal, pero surgirá, quién sabe cuándo, un modelo nuevo que recupere el brillo perdido. Su papel en ‘La muerte del periodismo: Cómo una política sin contrapoder degrada la democracia’ (Deusto) es el de forense: dictaminar las causas del óbito, señalar el lugar por el que se desangró el sujeto e incluso la trayectoria de la bala. Al levantar el cadáver, León Gross, periodista multimedia de larga y exitosa trayectoria a la vez que profesor titular del ramo, analiza los factores que cursaron en la muerte y cómo una profesión debilitada coadyuva en la merma de la democracia liberal y alimenta la polarización y la degradación del concepto de verdad.
¿Qué fue antes, la crisis del periodismo o la crisis de la democracia liberal?
Yo diría que comenzó antes la desgracia del periodismo, que ha sido un proceso relativamente largo que arranca a finales de los años 80, pero lo que es seguro es que en las dos últimas décadas hemos asistido a una degradación paralela. El periodismo de antes ha muerto, ese periodismo que tenía el poder real de ejercer de contrapeso del sistema. Es indudable que un periodismo deteriorado ha favorecido esa dinámica iliberal y la irrupción de los populismos, que alcanzó su paroxismo en 2016 con la campaña de Trump y con el Brexit, que a su vez ha favorecido el propio deterioro del periodismo.
¿Es el viejo modelo de periodismo, en última instancia, una víctima de la crisis económica de 2008?
Es un momento fundamental en el que se viene abajo el modelo de negocio, que pasa a ser inviable y da paso a otro tipo de periodismo. Cuando llega la crisis, el modelo basado en la publicidad ya está muy desarmado, pero a partir de 2008 se consuma y no solo se pierde publicidad sino que las redacciones experimentan ERE y pérdidas de recursos humanos. La gente suele situar la crisis del periodismo en la aparición de internet pero comienza antes, con la concentración. Después, entre internet, la aparición de las redes sociales, Google y Facebook, y la crisis, el modelo termina de morir. A partir de ahí encontramos un modelo desprovisto de fuerza y finalmente se produce el factor definitivo que ya he comentado, con Trump y el Brexit.
«Un periodismo deteriorado ha favorecido esa dinámica iliberal y la irrupción de los populismos»
De fondo está la cuestión de la verdad. Se ha atomizado e incluso degradado, no existen consensos ni una idea de verdad universal.
Aquí hay dos fenómenos interesantes y paralelos. En el último periodo de ese periodismo con verdadero poder, en los 90, la sociedad tenía una visión unitaria de la realidad informativa, compartían el mismo conjunto de noticias, aunque leyera diarios distintos, era una misma manera de consumir información. Existía un relato unitario de sociedad en el sentido de que, aunque un periódico publicara un caso de corrupción podías no informarte en él, pero desde luego no se ignoraba esa noticia. Después, el relato informativo se ha atomizado en grupos sociales ideológicamente, pero no solo, distintos. Se han generado burbujas informativas, con las redes sociales como factor fundamental, así que el consumo de información ya no se hace de manera vertebrada, ordenada y jerarquizada. Ahora solo se reciben una serie de ítems y esas burbujas crean comunidades identitarias que están provocadas o propiciadas por un algoritmo profundamente manipulador y que ha ido depurando su propia capacidad de manipulación para generar esas comunidades que encuentran una fuerte gratificación en su burbuja. El consumo de información está muy condicionado por lo que se conoce como sesgo de confirmación, es decir, las personas consumen la información que quieren consumir, que les agrada consumir, que les confirma en sus prejuicios.
¿De ahí a la posverdad?
La verdad siempre ha estado en dificultades, antes también había noticias falsas o que distorsionaban la realidad, pero existía una dialéctica verdad-mentira. Se entendía que cuando se publicaba una mentira se estaba deshaciendo la verdad, lo significa que se asume la existencia de una verdad, que es necesaria conocer. Después ha venido la posverdad, que no es la mentira, sino que desdeña la verdad.
«La forma de conseguir relevancia ya no es el rigor sino la curiosidad»
La posverdad emergió como palabra estrella en torno al fenómeno Trump, que ganó unas elecciones con todos los medios tradicionales en contra.
Él no inventa nada, pero acelera el proceso. Trump entiende muy bien que los medios ya no son determinantes. El 95% de los medios llegan a pedir el voto contra Trump, a quien descalifican con términos gruesos, pero él gana. Hace su campaña sabiendo que ya lo determinante son las redes sociales y basa la campaña en Facebook, dándole informaciones distintas a los diferentes grupos en función de los perfiles psicológicos y además difunde una enorme cantidad de información falsa. Un editor de BuzzFeed identificó que las 30 noticias falsas que circularon en la campaña fueron extraordinariamente más eficientes que las 30 noticias verdaderas que habían publicado The Washington Post, The New York Times, etc. La verdad había dejado de ser importante y el periodismo había dejado de ser importante. Los populismos, después de Trump, entienden eso y ahí está el Brexit, Bolsonaro, Cataluña en 2017… No solamente los periódicos pierden la capacidad de contrarrestar esto, sino que se constata que el valor de la verdad ha muerto.
Tú apuntas a Podemos como gran heredero de ese modelo en España.
Aquí nadie lo desarrolló tanto como Podemos; con la irrupción de Pablo Iglesias en 2014 se ve claro que ya maneja esos argumentos. Pedro Sánchez toma luego esa bandera en la campaña del 23-J vendiendo que existen unos poderes oscuros mediáticos conspirando contra el sanchismo.
Tengo la impresión de que la apariencia de imparcialidad del periodista ha desaparecido y que hoy se premia ser más activista que periodista.
Cualquiera puede observar que hay un comportamiento activista muy cercano a ello. El trincherismo, en este escenario polarizado, se constata en los proyectos periodísticos y es una consecuencia de su propia debilidad. Una vez entra en crisis el modelo, los periódicos tratan de agarrarse a una tabla, que es el tráfico. Ya no importa la calidad sino los usuarios únicos y el tiempo de permanencia en página. Se consigue mediante el clickbait, en ese ecosistema que hemos descrito antes de las comunidades identitarias de las redes sociales. Se empieza a publicar una enorme cantidad de información sensacionalista y popular que saca a los medios de la agenda estrictamente informativa, que sigue existiendo de forma paralela, pero se va contaminando. La forma de conseguir relevancia ya no es el rigor sino la curiosidad. La buena información es cara y los periódicos son cada vez más débiles económicamente y, por tanto, no pueden sostener una estructura costosa de producción informativa, con lo cual se tiende a esquematizar. Esto hace que los periódicos, las redacciones, también en medios audiovisuales, estén mucho más expuestas a la información pasiva, no generada por ellos sino elaborada en departamentos de prensa de partidos políticos, instituciones públicas, empresas y organismos. Eso no significa que en los periódicos no haya extraordinarios periodistas y que se siga financiando el buen periodismo. Ese periodismo está ahí esperando su oportunidad de volver a fortalecerse con un modelo de negocio eficiente.
«En los 90 la prensa ejercía de contrapoder y contribuía al equilibrio del sistema; era un actor muy determinante en la sociedad y lo volverá a ser en algún momento»
Detrás de la crisis del periodismo, hay personas afectadas, profesionales que han visto mermadas sus condiciones o egresados que no pueden aspirar a un trabajo digno. Las matriculaciones universitarias han caído. El periodismo ha perdido atractivo y prestigio.
La precarización que empezó con la crisis ha terminado aflorando y se ha perdido prestigio. En las últimas décadas las facultades de Periodismo ya estaban llenas de personas que no eran románticos del periodismo, pero es que las encuestas de los últimos años muestran que Periodismo es una de las carreras que una mayor parte de estudiantes no volvería a estudiar si tuviera la oportunidad.
Sin embargo, por terminar con una nota positiva, tu romance con el periodismo sí ha sido exitoso. Llevas décadas en «la profesión más bonita del mundo», conoces a la perfección el medio, y sigues disfrutándola.
En mi caso es como si estás enamorado de alguien y de repente sufre una enfermedad y se le cae la piel, tienes que admitir que la belleza del pasado ya no está ahí, pero eso no significa que no vayas a seguir vinculado a ella. Yo no voy a ser otra cosa que periodista, la vida me ha permitido la oportunidad de serlo y lo he disfrutado mucho en los periódicos, las radios y las televisiones, pero también en la universidad, donde soy profesor titular y he podido investigar y reflexionar. Esa doble forma de vivir el periodismo ha sido muy satisfactoria para mí. En el epílogo del libro digo que siempre cuesta ver morir algo que ha formado parte de tu vida y de ahí ese espíritu de deudo en el velatorio de estas páginas, pero insisto en que ha muerto un tipo de periodismo, una Edad de Oro que tampoco existió nunca de verdad. Siempre han existido vicios y problemas, pero es cierto que en los 90 la prensa ejercía de contrapoder y contribuía al equilibrio del sistema. El periodismo era un actor muy determinante en la sociedad y lo volverá a ser en algún momento. Yo espero que ocurra, que se genere un nuevo modelo de negocio, menos dependiente de intereses, de publicidad y campañas institucionales. Ahora estamos sobreviviendo porque nos encontramos en un periodo en el que algo ha muerto y algo no termina de nacer. Pero nacerá. Lo que no puedo decir es cómo será.
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