Sociedad

«Tenemos una generación de jóvenes que solo ha visto insultos y violencia cuando salen los políticos»

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04
junio
2024

Existe un viejo chiste bastante revelador de la imagen que a pie de calle se tiene de la clase política: un león del Congreso enferma y lo sustituyen por otro. El nuevo, recién colocado en la escalinata, empieza a escuchar ruido de fondo: «Corrupto, malversador, estúpido, ladino…» «¿Se pelean?», pregunta al veterano. «No, pasan lista», contesta el otro. La confrontación y la teatralización de esa confrontación son consustanciales al sistema de partidos. Nuestro propio sistema liberal nació en un teatro, aquel Real Teatro de las Cortes de San Fernando donde se debatió la primera Constitución y a la que asistían los gaditanos (lo cuenta Galdós en Cádiz) para ver el espectáculo de la democracia. El sociólogo y politólogo Xavier Coller (Valencia, 1965) lleva décadas investigando a las organizaciones y élites políticas. En ‘La teatralización de la política en España. Broncas, trifulcas, algaradas’ (Catarata) analiza los efectos de la escenificación del conflicto y ofrece el resultado de numerosas entrevistas con sus señorías.


¿Es consustancial la teatralización a la política?

Es consustancial a la vida. Desde que te levantas por la mañana hasta que te acuestas, te representas en distintos papeles, lo que ahora llaman roles: de padre, de madre, de profesor, de periodista en tu caso… Con teatralización, que no es un concepto mío, lo que intento capturar es la paradoja que existe entre una visibilización de esa teatralización concentrada en una serie de conductas como son insultos, broncas, algaradas, amenazas, en resumen violencia simbólica, y a veces no tan simbólica. Esa visibilización del conflicto, que contrasta con el grado de acuerdo que históricamente se ha producido en nuestra democracia a la hora de aprobar leyes, que es el acto legislativo más importante que hacen nuestros representantes. Ese acuerdo es muy elevado en el periodo histórico de la democracia, del año 77 al 2023.

¿Ha ido a más la teatralización del conflicto? En la calle al menos existe la sensación de una mayor crispación en el Congreso que antes, quizás más que nunca en nuestra democracia.

El nivel de acuerdo entre los políticos ha ido descendiendo. A medida que pasa el tiempo en estos años, se ve que el conflicto aumenta. Está en lo datos. Y eso se nota mucho en la última legislatura. Pero hay un dato importante y es que a medida que el nivel de conflicto aumenta en el Congreso de los Diputados –hasta el punto de que la anterior legislatura es uno de los puntos más bajos en acuerdos y más altos en conflicto– sucede lo contrario en las autonomías. ¿Por qué? No tengo ni idea.

«A medida que el nivel de conflicto aumenta en el Congreso de los Diputados, sucede lo contrario en las autonomías»

Señala Ignacio Sánchez Cuenca en el prólogo que en el Parlamento británico «se cruzan palabras duras, pero, gracias al uso del humor, la dureza no se transforma; en el Parlamento español, sin embargo, la retórica es más brutal y trata de hacer mella en la persona con descalificaciones durísimas, con frecuencia cargadas de desprecio o displicencia». ¿Existe una teatralización específicamente española dentro de esta tendencia global?

El conflicto se da con más intensidad en algunos países que en otros. A lo mejor aquí ya no es tan frecuente el sarcasmo, la ironía, el humor fino que existía en la Segunda República, sino que vamos un poco más a los brochazos, el insulto, el grito, la amenaza, la algarada, el abucheo y la violencia simbólica.

¿Y ese exceso de confrontación se planifica desde las bancadas?

No tengo evidencias. Lo que sí sé, porque me lo han dicho, es que en ocasiones se elige a un ponente o negociador de una ley o de una iniciativa parlamentaria en función de la naturaleza más conflictiva o más consensuadora del parlamentario. Hay parlamentarios que tienen lo que llaman ellos «mordiente» y lo sacan cuando no quieren llegar a ningún acuerdo o quieren ponerlo más difícil. Y viceversa. El propio Eduardo Madina lo ha comentado por radio alguna vez: que cuando le tocaba a Borja Semper como negociador de cualquier iniciativa parlamentaria, descansaba porque sabía que podían llegar a algún tipo de acuerdo.

«Los políticos son conscientes de esta hipérbole del desacuerdo que proyectan»

Lo que está claro es que, de un tiempo a esta parte, la sociedad interpreta y refleja crispación desde el ámbito político.

Yo he entrevistado a muchos parlamentarios y saco una panoplia de efectos que puede tener esa teatralización dicha por los propios políticos. Repito mi idea de teatralización, que es, como dice Ignacio Sánchez Cuenca en el prólogo, lo contrario a un matrimonio mal avenido: estos hacen como si se llevaran bien en la esfera pública, mientras que los políticos se llevan bien en la esfera privada pero mal en la pública. Cuando les preguntas acerca de los efectos de esa teatralización, ellos señalan a un descrédito de la política, a la desafección, la radicalización, la polarización afectiva, la violencia simbólica, el distanciamiento de las instituciones… Son conscientes de que esta hipérbole del desacuerdo, sin ser contrarrestada con la realidad de los acuerdos a los que llegan o al menos las coincidencias, genera todo eso.

¿Se ha deteriorado la tolerancia entre posturas ideológicas?

La mayor parte de los parlamentarios tienen una concepción de los otros como rivales, pero hay una bolsa desigualmente distribuida de parlamentarios que piensan que los rivales son enemigos. ¿Cuál es la diferencia? Pues que tú a un enemigo, en la lógica guerrera, buscas aniquilarlo (aunque sea simbólicamente) porque ese enemigo es una amenaza hacia ti y hacia lo que tú crees. Con un rival, en cambio, puedes llegar a algún tipo de acuerdo porque asumes que hoy puede estar en el gobierno y mañana en la oposición o al revés; le concedes legitimidad como actor político. En la legislatura pasada, que es cuando hicimos la encuesta, hay una bolsa de aproximadamente el 15% de parlamentarios que piensan la política como una contienda entre enemigos. Se encuentran en los polos ideológicos, en Podemos y Vox sobre todo, y también algo menos en Junts. Eso es un gran problema para la democracia: que consideren a los rivales enemigos es un principio de erosión. En el periodo de entreguerras pasó eso con el ascenso de movimientos totalitarios, ya fueran fascistas o comunistas, que entendían que al enemigo había que eliminarlo. No digo que estemos en esa situación, pero sí es el escenario para una porción no importante pero sí relevante de políticos.

«Los políticos se llevan bien en la esfera privada, pero mal en la pública»

Según su estudio, hasta un 74% de los parlamentarios reconoce tener amigos en otras bancadas. Mucha gente se siente engañada cuando se entera de que políticos de distinto signo confraternizan en la cafetería o fuera de la Cámara tras jornadas de enfrentamiento.  

Sucede porque han interiorizado esa escenografía de la confrontación. Pero sucede sobre todo con quienes tienen posiciones más extremas y ven al adversario como enemigo. Los hooligans de la política. Existe una ley relativamente vieja, la Ley de la Disparidad Curvilínea, que señala que la población es menos radical que los líderes y los líderes menos radicales que los militantes. Muchas veces los parlamentarios escenifican la rivalidad no tanto por la población sino por sus propios correligionarios o incluso por sus compañeros de bancada.

¿Qué se puede hacer para contrarrestar esa imagen hiperbólica de confrontación?

En democracia es normal que haya conflicto. La pluralidad es buena pero nos plantea un reto sobre lo que nos llega de ella y los efectos que tiene a través de los medios. Lo que vemos fundamentalmente son los garrotazos, no la labor importantísima que hay debajo de construcción de acuerdos. Es normal que haya conflicto, pero estaría bien que se vea también la otra parte, que se haga una labor de pedagogía y se entienda que en los parlamentos no solamente se insulta sino que se hacen también otras cosas. Esa labor le corresponde en buena medida a los parlamentarios individuales, a las instituciones, a las cámaras, pero también a los propios partidos. Ten en cuenta que vamos a tener una generación de chavales y de chavalas que lo único que han visto cuando salen los políticos por la tele es el insulto, la violencia, el agravio. Como no ven otra cosa, terminan entendiendo que la política es eso.

«Se ha construido una élite política que tiende a ser bastante fiel, no leal»

Comenta en su libro el debate en torno a la selección de personal político. ¿Habría que buscar personas no tan dependientes de la lógica de confrontación?

En una encuesta de hace años que hicimos a los parlamentarios se les preguntó «¿por qué cree usted que ha sido elegido para ayudar en las listas?». Estaba en primer lugar la experiencia, luego el conocimiento y detrás, a muy poca distancia de los otros dos, la fidelidad al partido. Hay que distinguir entre lealtad y fidelidad: una persona es leal cuando es capaz de decirle a alguien «esto que vas a hacer tiene estos perjuicios para la gente, te voy a apoyar pero que sepas que esto es malo»; en cambio, un fiel es el que dice «sí, bwana» al líder, lo defiende de manera acrítica. Entonces, cuando te dicen que han sido elegidos por la fidelidad al partido o al líder del partido pues claro, tenemos que empezar a preocuparnos. Me da la sensación, por el propio funcionamiento interno de las organizaciones, que se ha construido una élite política que tiende a ser bastante fiel porque si no lo es no repetirá en las siguientes elecciones, entre otras cosas. Sobre esto se ha escrito ya, sobre la selección adversa de los políticos, que vendría a decir que a la política no va lo mejor de cada casa sino lo peor; bueno, no lo peor, pero quizás quien no tiene muchas otras cosas. Pero igual que digo eso, digo que hay gente muy válida también, muy lista, con verdadera vocación, con verdadera templanza, capaz y solvente. El problema es que estos suelen ser los que menos gritan, los que menos insultan y amenazan.

¿Qué papel juegan los medios en este teatro político?

¿Qué vende más, un garrotazo entre dos políticos o un análisis de la situación? Evidentemente, la lógica de los medios influye en la teatralización. Suelen tirar hacia el lado de la confrontación. Los propios políticos hablan del corte simbiótico: tiene que dar un corte al político y además un corte a los medios de comunicación para que te pongan esa frase que tú quieres que salga. Se prima la espectacularidad de una frase y de una declaración, lógicamente, al peso de la propia frase, a la concordia o a cualquier otra cosa.

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