Diversidad
Cassandro, héroe LGTBI de la lucha libre mexicana
El mundo de la lucha libre mexicana, abiertamente masculino y hostil, cambió radicalmente tras la irrupción en el cuadrilátero de Cassandro, un luchador abiertamente homosexual y dotado de una técnica exquisita.
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«Maricón», «puto», «degenerado», «enfermo»… y «joto», que si bien en Colombia puede hacer referencia a un pequeño fardo, en México se utiliza habitualmente como adjetivo para los cobardes y, más aún, para aquellos que carecen de hombría, esa cualidad que no sabemos bien dónde radica. Son algunos de los calificativos que tuvo que escuchar, aullados por el público, Saúl Armendáriz al inicio de su carrera deportiva. Una carrera que floreció en plena tierra de nadie, entre Juárez (México) y El Paso (Estados Unidos).
Por las calles de Juárez se paseaba Saúl los fines de semana, de niño, devorando quesadillas, asistiendo atónito a las peleas clandestinas de gallos y también, sobre todo, fascinándose por la lucha libre mexicana, esa disciplina centenaria heredera de la lucha grecolatina. Entre semana acudía a la escuela estadounidense donde, desde muy temprana edad, sufría las burlas de sus compañeros por su menudencia y afeminamiento. Dos mundos en principio antagónicos marcaron la infancia y juventud de quien acabaría convirtiéndose en el célebre luchador Cassandro. Si ya en suelo estadounidense, el pequeño Saúl era vilipendiado por su intuida homosexualidad, es difícil imaginar cómo logró hacerse un hueco en los ambientes de la lucha libre, poblados por combatientes de musculatura recia y masculinidad hostil y espectadores de mentalidad abiertamente machista.
«Técnicos», «rudos» y «exóticos» son las tres categorías en que se divide a los luchadores mexicanos, atendiendo más a su parte teatral que deportiva
A los 15 años, Saúl decidió probar suerte como luchador en el propio Juárez. Lo hizo bajo una máscara y con el apodo de Míster Romano. Intentó, en aquellos inicios, tomar el papel de «rudo» en dicha disciplina. La lucha libre mexicana cuenta con tres tipos de protagonistas: los citados «rudos», una suerte de villanos amantes del juego sucio; los «técnicos», que vienen a ser lo más parecido a un gallardo galán; y, por último, los «exóticos», una suerte de actores secundarios feminizados o abiertamente travestidos que suponen un contrapunto cómico a la virilidad imperante. Y es que la lucha libre mexicana posiblemente tenga más de espectáculo circense que de deporte. De ahí esa clasificación de los luchadores. Saúl, ninguneado como «rudo», decidió pronto hacer bandera de su homosexualidad y pelear como «exótico».
Su camino hacia el éxito fue duro, y soportó estoicamente todo tipo de humillaciones por parte del público. Pero Saúl, peleando ya como Cassandro, no cedió a las presiones, y siguió empleándose a fondo hasta convertirse, en 1991, en el primer «exótico» proclamado campeón mundial. En un mundo gobernado por la masculinidad, y en que las máscaras eran el distintivo folclórico por excelencia, Cassandro decidió quitarse la máscara y exhibir sin tapujos tanto su homosexualidad como su depurada técnica.
En México, la lucha libre reviste una importancia que va más allá de las peleas espectáculo desarrolladas en cuadriláteros esparcidos por todo el país. Después del fútbol, es el deporte más seguido por la población, alcanzando popularidad en todos los estratos socioeconómicos. Y, al igual que el fútbol, no deja de ser reflejo de una masculinidad tradicional y con altas dosis de violencia. De ahí la importancia de Cassandro, que consiguió popularizar el papel de los «exóticos» y cambiar en cierto modo la mentalidad de muchas personas.
En México, la lucha libre reviste una importancia que va más allá de las peleas espectáculo
Cassandro se movía por el cuadrilátero alternando la broma esperpéntica con altas dosis de agilidad y técnica, desdeñando la excesiva frivolidad de que hizo gala antes de tomar ese apodo y que, posiblemente, fuese la causante de que los «exóticos» no fuesen tomados en serio por el público.
El momento culminante de su carrera llegó en 1991, cuando Cassandro se enfrentó a El Hijo del Santo, descendiente de un luchador que ya es leyenda para la población mexicana. La presión ante dicha cita llevó a Cassandro a intentar suicidarse una semana antes del encuentro. Se cortó las venas con una cuchilla de afeitar, pero sobrevivió y una semana fue suficiente para que se recuperase, saltase a la arena ondeando una colorida capa de cola larga y convirtiese aquella pelea en la que le otorgaría el favor popular.
La pelea había sido desdeñada por gran parte de la prensa y el público. No se admitía que un luchador visto casi como anomalía freak se enfrentase al heredero de lo que se consideraba una estirpe gloriosa. Para satisfacción de los críticos, Cassandro perdió aquella pelea. Pero su carisma y su depurada técnica alejada definitivamente de la charlotada, le proporcionaron un prestigio que ya no le abandonaría.
Gracias a su esfuerzo y su capacidad de superación, Cassandro ha merecido no solo el reconocimiento popular, sino también un biopic, estrenado el pasado año y protagonizado por el popular actor mexicano Gael García Bernal. Un filme que evidencia la importancia de una figura que evitó ser devorada por su propio personaje y proporcionó dignidad a la lucha LGTBI en un país y una disciplina deportiva tradicionalmente machistas.
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