Cómo se despide uno de sí mismo
¿Es posible despedirme de mí mismo? ¿O puedo despedirme, acaso, de una parte de mí, de una forma de ser?
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Como escribió Don DeLillo en su novela Ruido de fondo: «Pasamos toda nuestra vida aprendiendo a despedirnos de los demás y nunca estamos preparados para despedirnos de nosotros mismos». Esta cita puede resultar interesante para algunos y absurda para otros. En primer lugar, debemos remarcar que pocas son las personas que aprenden a despedirse de nadie. Generalmente, los seres humanos tratamos de no pensar en la muerte o en otros aspectos negativos de la vida como puede ser la finitud de la existencia o la ruptura o desligamiento definitivo en relación con nuestros congéneres, particularmente aquellos que son importantes para nosotros.
En el caso de seres queridos que mueren, se lleva criticando, desde hace más de veinte años, que no haya procedimientos adecuados y estandarizados en hospitales a la hora de despedirse de un ser querido que ha de pasar a mejor vida. Si esto ocurre en un marco institucional especializado en tales menesteres, ¿cuánto sabremos los ciudadanos de a pie sobre este despedirse para siempre de otros? Yo diría que más que pasar nuestras vidas aprendiendo a despedirnos de otros, nos pasamos la vida evitando tener que pensar en cosas como esas. No es nada nuevo el que la muerte sea siempre escondida en el ámbito de las culturas urbanas.
El ciudadano de a pie, particularmente a día de hoy, lo que suele hacer es esforzarse en distraerse compulsivamente para no tener que meditar y reflexionar sobre otros menesteres, particularmente aquellos que refieran a asuntos existenciales como el antedicho. La ciudadanía, en gran medida, lucha denodadamente por escapar de sí misma por todos los medios a su alcance, que no son pocos.
«Los seres humanos tratamos de no pensar en la muerte o en otros aspectos negativos de la vida como puede ser la finitud de la existencia o la ruptura»
Por otro lado, un sector nada desdeñable de la población ni siquiera se plantearía tales asuntos, incluso aunque careciese de sobreabundantes medios tecnológicos para narcotizar su conciencia. La mayoría de las personas no pensamos en las despedidas hasta que estas, de hecho, tienen lugar y nos son forzadas por los acontecimientos; algo que habrá de ocurrirnos a todos irremediablemente.
Dicho esto, añadir que la frase «no estamos preparados para despedirnos de nosotros mismos», no tiene sentido alguno, a no ser que hablemos de sujetos psicológicamente divididos y conscientes de ello. Hablar con uno mismo es algo que todos hacemos. En ello consiste pensar. Pero de ahí a tener que despedirse de uno mismo hay un gran trecho. Uno no puede despedirse de sí mismo, puesto que siempre estamos acompañados de nosotros mismos, si es que eso puede decirse. El propio término «acompañar» implica la cercanía a un compañero. Yo no puedo ser compañero de mí mismo, ni acompañarme a mí mismo, puesto que estoy siempre inmerso en mi propia individualidad. Yo no me acompaño, sino que soy idéntico con mi yo. Ni puedo, ni debo despedirme de mí mismo. Puedo, si acaso, despedirme de una parte de mí, de una forma de ser, pero con extrema dificultad y, muy probablemente, de modo parcial.
En los tiempos posmodernos se habla mucho del yo como un ser al que atender, como si fuésemos entidades desdobladas. Y, aunque, de hecho, los seres humanos contamos con dichos desdoblamientos, en nuestro ego o conciencia pensante somos uno. Esta fijación posmoderna con el yo, tan propia de textos de autoayuda, etc., muestra –en opinión de muchos– un síntoma del narcisismo y la cultura del yo que representa el zeitgeist occidental, al menos desde los años sesenta del siglo pasado. Ya en 1979 publicó Christopher Lasch su gran ensayo La cultura del narcisismo, sobre una cultura que se ha vuelto particularmente excesiva y virulenta con los años.
Si uno ha de despedirse de sí mismo, será para dejar de obsesionarse con su propio ser y conciencia. Uno ha de despedirse de ese constante rumiar la propia identidad, los propios defectos y virtudes; la autoimagen. El sujeto sano es aquel que no piensa demasiado en sí mismo, el que actúa con seguridad, casi por instinto. Como suele decirse en inglés, ser self-conscious es un modo negativo de existir. Literalmente tal concepto es traducible como autoconsciente, aunque viene a significar «cohibido». Quien es demasiado consciente de sus propios actos y pensamientos pierde seguridad en sí mismo, espontaneidad y gracia. Padece un verdadero cortocircuito.
«Quien es demasiado consciente de sus propios actos y pensamientos pierde seguridad en sí mismo, espontaneidad y gracia»
Por eso es preferible no desdoblarse tal y como parece aconsejarnos cierto discurso posmoderno y, si acaso hemos de despedirnos de nosotros mismos, que sea porque hemos dejado de obsesionarnos con nuestro yo, nuestra identidad, nuestros sentimientos y nuestros defectos. Despidámonos de ese yo, siempre recurrente. Descubriremos que hay, más allá del yo, un mundo mucho más estimulante, interesante y cautivador. De este modo ampliaremos horizontes y viviremos vidas mucho más sanas y ricas.
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