Cultura

Eduardo Chillida, mezcla de artefacto y naturaleza

Eduardo Chillida siempre se autodefinió como escultor realista. Su obra se centra en el espacio, pero no necesariamente como contexto, sino que logra una simbiosis entre artificio escultórico y entorno natural.

Fotografía

Juanma Merino
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01
diciembre
2023
‘Elogio del horizonte’, escultura de Chillida en el Cerro de Santa Catalina en Gijón.

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Juanma Merino

Uno de los escultores españoles más importantes e internacionales del siglo XX fue Eduardo Chillida. Nació en 1924 en San Sebastián, en el seno de una familia acomodada. Su madre era soprano y sus abuelos propietarios del Hotel Biarritz, emplazamiento bien conocido en Donostia. El futuro escultor destacó inicialmente como portero de fútbol para la Real Sociedad, prometedora ocupación que hubo de abandonar por una lesión de rodilla. Tuvo un destino similar al de Julio Iglesias en el Real Madrid, también portero que se vio obligado a escoger una nueva carrera que desempeñó, también, con rotundo éxito. Dicho contratiempo debió de ser verdaderamente descorazonador para él. Pero ocurre, a menudo, que el destino reorienta nuestra vida de los modos más impredecibles. Lo que en nuestra juventud parece un tremendo varapalo puede, a la larga, representar una verdadera bendición. Como suele decirse: «Los caminos del Señor son inescrutables».

Tras su lesión, Chillida se mudó a Madrid para estudiar arquitectura, carrera que abandonó para estudiar arte. Tampoco terminó sus estudios en dicha disciplina, puesto que se mudó a Francia en 1948, donde vivió varios años para luego retornar a la zona de San Sebastián. En el país vecino prefirió recibir clases privadas que asistir a la universidad.

Comenzó su carrera como escultor realizando obras que representaban el cuerpo humano, tendiendo, con los años, hacia formas más abstractas. Dicho lo cual, siempre se autodefinió como escultor realista. Su obra se centra en el espacio, pero no necesariamente como contexto o lugar en el que hay y ocurren cosas. Como dijo Heidegger, las propias cosas también pueden ser espacio propiamente.

Aunque comenzó con esculturas que representaban el cuerpo humano, con los años su arte se volvió más abstracto

Un rasgo llamativo de sus esculturas es su integración en la naturaleza. Obras suyas muy conocidas como el Peine del Viento , Elogio del Horizonte o Elogio del Agua reflejan una simbiosis entre artificio escultórico y entorno natural. Esto es, por otra parte, un rasgo estético muy propio de las décadas de los 60 y 70, cuando la arquitectura y el propio cine siguen ese mismo principio.

En la primera disciplina, particularmente en esos años, se establece a menudo una línea de continuidad entre lo privado y lo público. Observando dichas edificaciones, uno se pregunta cuál es la parte verde que corresponde a una urbanización y cual la que es propiedad pública. Con los años, especialmente a partir del nuevo siglo, este tipo de construcciones han sido alteradas para dejar bien claro, por medio de vallas y otros artefactos los límites entre un ámbito y otro. La naturaleza utópica de los enfoques previos se vio entonces coartada por necesidades más prácticas como impedir el botellón o hacer predominar el impulso exclusivista frente al estético. En el cine, como ya resaltó Steven Spielberg, durante la década de los 70, la integración del paisaje era fundamental. Este interés, en el caso de Spielberg, permanece en películas posteriores como puede ser E.T., el extraterrestre (1982), donde los verdes suburbios, las montañas y la propia luna ejercen también como protagonistas junto con los personajes humanos.

En Chillida nos topamos también con el sentimiento de lo sublime. Ya en Duchamp, los grandes productos industriales lo evocaban. Famosa es la anécdota según la cual dijo este a Brancusi, en una muestra en la que había un avión con su gran hélice: «Pintar se ha terminado. ¿Hay alguien capaz de hacer algo mejor que esta hélice? ¿Acaso sabrás tú?».

En Chillida artefacto y naturaleza se dan la mano. Si la naturaleza fue el asiento original de lo sublime a finales del siglo XVIII, ya en la era de la plena industrialización, son los productos confeccionados en serie (y de gran tamaño, a ser posible) los que compiten con lo natural para generar grandes impresiones e inflamar el pecho del ser humano.

Con Chillida nos encontramos con grandes esculturas que se sintonizan con el ecosistema, a modo de gigantes industriales, como lo eran ya los molinos castellanos en Don Qujiote de la Mancha. El mensaje del escultor español y su fascinación con el mundo natural halló su eco en muy distintos lugares, a pesar de lo implícito y subliminal de su discurso, que a algunos podría parecer críptico. Tiene obras importantes en ciudades tan dispares como Madrid, Berlín, Barcelona, París, Frankfurt o Dallas. Junto con Pablo Gargallo, ha sido, sin duda, uno de los escultores españoles con mayor influencia y proyección internacional.

 

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