Sociedad

La rueca de la hipocresía

El cumplimiento de las expectativas ajenas radica en la hipocresía y podría acabar siendo autodestructivo. Quizá la solución es aceptarnos a nosotros mismos y dejar de ser jueces de los demás.

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27
septiembre
2023

Me doy la licencia de darle una tregua al error, a equivocarnos, a ser naturales y espontáneos. A ser como realmente somos. Difícil tarea en una sociedad cada vez más influenciada por la ficción que aportan las redes sociales en nuestra vida diaria y la «pseudoobligación» de tener que estar bien por articulado en la Carta Magna y mostrar la dicha. La búsqueda de la perfección artificial, tal como el romanticismo de las películas de comedia más taquilleras de Hollywood en los ’90. Pero son eso: películas.

El cumplimiento de las expectativas ajenas, al fin y al cabo, radica en la hipocresía. Lo que otros esperan de nosotros como personas, amigos, pareja. Un sinfín de gestos que dan lugar a la falsedad de «liberación prolongada» por agradar, por seguir el camino estipulado, por tradición, quizás imposición familiar o simplemente porque nos hemos acostumbrado a aparentar. Es autodestructivo en la intimidad de la persona, pues no equivocarse en los pasos de la vida es imposible. Pienso que los errores, en cierto aspecto, son como la Historia, hay que recordarlos y aprender de ellos para que no vuelvan a repetirse. De lo contrario, no habría posibilidad de reinventarse, lograr metas, sueños o al menos, intentarlo, aun con la opinión opuesta alrededor.

Tener la mirada crítica, seamos sinceros, va en nosotros, como sociedad juzgamos todos los movimientos del que está a nuestro lado y es fácil hacerlo, acudir a nuestros conocimientos y pensamientos para convertirlos en verdades absolutas. Nos convertimos en jueces para dar condena o absolución, y, en muchos aspectos, las frases que decimos deben estar muy medidas, la naturalidad cada vez se lleva menos y es más complicado encontrar algo inocente y sin contrapartida. La rueca de la hipocresía. En su libro 1984, George Orwell hablaba de «la doble lengua», término perfecto para poder referirnos a aquello que pensamos, que queremos transmitir realmente, y que empleamos cuando, presionados por «los policías del pensamiento», tenemos que ser «políticamente correctos».

No hace falta fingir una sonrisa, unas palabras o un acto de bondad por subirlo a las redes, hacer creer a los demás algo inexistente o presumir de lo que no se tiene ni se sabe. Quizá, ser uno mismo es una asignatura pendiente susceptible de aceptarse a uno mismo. Todos tenemos la misma tarea. Es la única forma de respetar.

¿Hasta qué punto nos ayudan los sistemas, gobiernos y las caras visibles en dar ejemplo? La hipocresía llegó hace mucho tiempo y sigue instaurada en la sociedad. Hace unos días, paseando por Ámsterdam, visité el nuevo monumento (inaugurado en septiembre de 2021) en recuerdo a las víctimas del Holocausto: en total tiene 102.220 ladrillos con sus nombres. La población judía en Países Bajos fue asesinada en un 70%, después de que fueran enviados a campos alemanes. La compañía ferroviaria neerlandesa (NS) fue la que puso sus trenes a disposición para la deportación de judíos al campo de concentración, con calendarios específicos para transportarlos. Se estima que la empresa ferroviaria ganó lo que serían unos 2,5 millones de euros actuales. Ahora se ha aceptado por parte de la compañía indemnizar a las víctimas.

George Orwell hablaba de «la doble lengua», los términos que empleamos presionados por «los policías del pensamiento»

Fijarse que, si mencionamos a Noruega, uno de los pensamientos que podríamos tener es en el modelo referente de país a seguir en la protección del medio ambiente. Líder en energía hidráulica, navegación eléctrica y apuesta por conseguir la neutralidad climática en 2030, además de ser uno de los mayores patrocinadores de proyectos verdes fuera de sus fronteras, como en Brasil, al que le otorgó un generoso fondo para ayudar a detener la deforestación. Sin embargo, es uno de los principales exportadores de petróleo y gas del mundo, además de emitir nuevas licencias, que hacía veinte años que no se concedían, para la extracción de petróleo y gas después de firmar y ratificar el Acuerdo de París sobre el cambio climático.

No sorprenderá si le toca el turno a África, que ha sido, y es, un lugar de explotación, esclavismo y crueldad sin límite por parte de las potencias europeas y Estados Unidos. Usándolos como despensa para otros países, dejando en último lugar a la población necesitada. Tampoco se queda atrás el genocidio de, se estima, 10 millones de personas, por parte de Bélgica en el Congo, en donde, por cierto, en la calle Troonplein, frente al palacio de Bruselas, tienen un monumento al Rey Leopoldo II, responsable de los «horrores del Congo».

Hay muchos ejemplos que se podrían comentar de la forma que tenemos como sociedad de manifestar la hipocresía. Lo que podemos comenzar a explorar es la idea de aceptarnos, ser menos jueces con los demás, respetarnos. Y, aunque suene a algo utópico, querernos un poco más tal como somos. Los errores seguirán formando parte de nuestra vida, es más que probado que seguirá siendo así, pero puede que así, poco a poco, nos demos cuenta de qué estamos haciéndonos.

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