Internacional

India y la paradoja del crecimiento

La evolución del país es más que positiva, con un crecimiento anual de casi un 10%. A pesar de ello, los ciudadanos continúan sin recibir ninguna ventaja por ello: India sigue siendo uno de los países más desiguales del mundo.

¿QUIERES COLABORAR CON ETHIC?

Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).

COLABORA
04
abril
2023

Últimamente, los medios de comunicación informan de que la población de la República de la India supera a la de la vecina China –en una cifra que cuesta saber cómo se calcula– con 1.400 millones de habitantes.

El impresionante crecimiento de su PIB, ese índice tan venerado por los economistas, sigue un ritmo del 8% al 9% anual, con perspectivas de incrementarlo hasta el 10% a corto plazo. Pese a este crecimiento espectacular, el PIB per cápita se sitúa apenas en los 7.000 dólares estadounidenses (USD), frente a los 39.000 de la Unión Europea. Además, India sigue siendo el país con el mayor nivel de pobreza del mundo: el 30% de la población vive por debajo de los mínimos internacionalmente aceptados. Con todo, sus grandes perspectivas de crecimiento están atrayendo a inversores de todo el mundo, ya sean públicos o privados, y favoreciendo el uso y el consumo de los bienes y servicios.

Al visitar la India profunda con todos los sentidos en alerta, uno se da cuenta de la amplitud del reto y de las abismales desigualdades que se han generado a lo largo de los tiempos. La riqueza generada en los últimos años no ha beneficiado en absoluto a las clases más desfavorecidas de la sociedad. El sistema de castas no ha cambiado para nada, y no se vislumbra indicio alguno de transformación al respecto. Las clases altas y ricas son hoy aún más ricas, y una ínfima parte de la población empieza a constituir una clase de nuevos ricos que presumen de ello tanto en sus hábitos de consumo y ocio como en el desprecio a las clases más bajas.

El 30% de la población india vive por debajo de los mínimos internacionalmente aceptados en relación a la pobreza

Se pregona en todos los medios que la República de la India es un país democrático con más 800 millones de ciudadanos con derecho a voto, unos índices de abstención del 30% y más de un millón de máquinas electrónicas para facilitar el voto. Lo cierto, sin embargo, es que el analfabetismo se sitúa en torno al 22%, una realidad que repercute en los niveles de participación democrática que los indios han escogido.

La religión está profundamente instalada en la sociedad india, con un 73% de hinduistas, un 13% de musulmanes, un 8% de sijs y un 3% de cristianos. Lo que marca la vida del país a pesar de que la India no es un estado confesional.

Con nuestra mentalidad del mundo occidental, que convive y mantiene a duras penas el denominado Estado del bienestar, adquirido a lo largo de los años, nos gustaría que muchos países tales como la India, con un régimen democrático, siguieran nuestro modelo y que las enormes desigualdades se fueran reduciendo paulatinamente. Nos gustaría que la educación alcanzara a todos los niveles de la población y que se redujera el analfabetismo; que el nivel de corrupción fuera mucho menor –para poder dedicar más recursos a mejorar la situación de centenares de millones de indios– y que las condiciones laborales en algunos sectores claves se acerquen a las que tenemos en nuestra sociedad.

A lo largo de estos más de sesenta años de vida de la República de la India, sus ciudadanos han tenido múltiples oportunidades para manifestar su opinión con el voto y reclamar cambios para paliar estas desigualdades que tanto chocan con nuestra mentalidad, sobre todo atendiendo a las oportunidades que brindan sus tasas de crecimiento.

A título de ejemplo paradigmático, el sector textil es un ámbito donde los trabajadores, mayoritariamente mujeres, trabajan en condiciones precarias. Los clientes de esta industria son, principalmente, las marcas que se venden en nuestro mundo occidental, y es responsabilidad de estas marcas exigir y controlar que se apliquen unas condiciones laborales aceptables. Los consumidores de estas marcas, desde la más popular a la más elitista, pueden pedir que se apliquen estas condiciones sin que afecten ni a los costes ni a los márgenes de la cadena de fabricación y distribución ni a los precios al público en las tiendas. Si estas marcas dieran a conocer estas exigencias como parte de su política global de sostenibilidad, ello tendría, sin ninguna duda, un impacto positivo sobre su imagen y sus ventas.

Podemos albergar dudas de si realmente los ciudadanos indios desean un cambio y quieren aprovechar la ola de crecimiento para emprender una evolución que nos parecería positiva o si, por el contrario, estos ciudadanos se conforman con una situación que genera aún más desigualdades. Esta es la paradoja de la India: con más crecimiento, más desigualdades.


José María Álvarez de Lara Morel es profesor de Industrias Culturales y Creativas de Esade.

ARTÍCULOS RELACIONADOS

Un hogar en el mundo

Amartya Sen

El premio Nobel de Economía viaja por los lugares –y las ideas– que formaron su particular visión del mundo.

COMENTARIOS

SUSCRÍBETE A NUESTRA NEWSLETTER

Suscríbete a nuestro boletín semanal y recibe en tu email nuestras novedades, noticias y entrevistas

SUSCRIBIRME