La inteligencia no es solo un número
Ante la idea de un desarrollo intelectual configurado por la capacidad para solucionar problemas, en los últimos años ha tomado fuerza la teoría de las inteligencias múltiples: un grupo de clasificaciones que abordan por completo la multidimensionalidad de la persona.
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Solemos creer que alguien es muy inteligente cuando consideramos que tiene una capacidad de reflexión y análisis admirable: personas que parecen contemplar múltiples perspectivas de diferentes temas, que resuelven con facilidad cuestiones a priori complejas o que toman las decisiones adecuadas. También nos parecen inteligentes quienes se adaptan de forma óptima a situaciones distintas, encontrando así las mejores vías para sobrevivir. Pero ¿qué es exactamente la inteligencia? El término conversa con el latín intus [entre] y legere [escoger], por lo que etimológicamente la respuesta sería clara: «saber escoger algo».
No obstante, no basta con una definición que, además, puede adolecer de cierto reduccionismo. Al fin y al cabo, medir la inteligencia en función de nuestra facilidad para elegir algo deja fuera múltiples aspectos. ¿Definiríamos nuestro desarrollo intelectual únicamente en base a un criterio? Este «saber escoger algo», además, no es innato: no nacemos con las herramientas necesarias para desempeñar distintas tareas, sino que es el contexto formado por la educación, la familia, la experiencia o los medios económicos lo que contribuye a que nuestras respuestas ante distintas situaciones sean unas u otras. Es decir, que aunque la capacidad de razonar y comprender tenga cierto componente biológico, el entorno es otra parte importante en estos procesos.
Por eso, aunque hay quien defiende una única capacidad general, inmodificable y determinada genéticamente, resulta demasiado arriesgado reducir una dimensión humana como la inteligencia a unas pocas características enfocadas a la solución de problemas. Los procesos mentales son heterogéneos y dependen en buena medida del momento evolutivo de cada persona. Los test de cociente intelectual son una herramienta útil para medir ciertos aspectos de la inteligencia, pero su uniformidad y su criterio predominantemente lógico y verbal deja fuera muchos otros componentes. De hecho, los programas educativos están configurados en base a esta reducida concepción y a una adquisición de conocimientos centrada en la memorización y el ámbito lingüístico-matemático: una fórmula que limita a quienes cuentan con muchas otras aptitudes que no tienen oportunidad de demostrar.
Los test de cociente intelectual son una herramienta útil, pero dejan fuera muchos componentes esenciales
Durante décadas, hubo figuras de la psicología como Raymond Cattell, Philip Edward Vernon o Paul Guilford que se opusieron a la linealidad de las operaciones cognitivas. En la actualidad, la teoría que más fuerza ha cobrado en los últimos años es la Teoría de las Inteligencias Múltiples, elaborada en 1983 por el psicólogo estadounidense Howard Garner. Junto a su equipo de colaboradores de la Universidad de Harvard, Gardner advirtió de que la inteligencia académica –es decir, la obtención de títulos, méritos y calificaciones elevadas– no era un factor decisivo para determinar las capacidades cognitivas de una persona. La investigación desarrollada por el norteamericano concluyó que existen hasta ocho tipos de inteligencias presentes, en mayor o menor medida, en todas las personas.
En primer lugar, habría que mencionar la inteligencia lógico-matemática: la capacidad para el razonamiento lógico y la solución de problemas matemáticos; es decir, aquella que siempre se ha considerado como inteligencia en bruto. Otra de ellas sería la lingüística, relacionada con la capacidad de dominar el lenguaje y poder comunicarnos con otras personas. La comunicación oral, la facilidad de expresión o la escritura serían algunos de sus puntos fuertes. La inteligencia espacial, por su parte, sería la habilidad para observar el mundo desde diferentes perspectivas: idear imágenes o dibujar son algunas de sus señas de identidad. La inteligencia corporal se centra en el manejo de habilidades motrices para desenvolverse con herramientas o para expresar emociones: personal cirujano, deportistas o bailarines cuentan con esta facilidad. Otra clase de inteligencia es la musical, estrechamente relacionada con la interpretación y composición de ritmos. La inteligencia interpersonal nos permite interpretar palabras, gestos y motivaciones de las demás personas, vinculándonos con las motivaciones, problemas y circunstancias ajenas; es decir, es una suerte de inteligencia empática. Cerca de esta, de hecho, se sitúa la inteligencia intrapersonal, conectada con la aptitud para comprender nuestras emociones y saber afrontarlas. Por último, la inteligencia naturalista, añadida de forma posterior al estudio de Gardner, permite diferenciar distintos aspectos relacionados con el entorno, como la flora, la fauna o la geografía. Una capacidad que, aunque pueda parecer menor, ha influido notablemente en nuestra supervivencia.
Una de las ventajas que nos aporta el concepto de inteligencias múltiples es evidente: cuando nos damos cuenta de que no toda la responsabilidad de nuestras capacidades recae en componentes biológicos, abrimos la puerta a la ampliación del conocimiento.
Otro concepto reciente y alentador es el de grupo inteligente: aquel en el que lo que se consigue de forma colectiva es más que la suma de las partes de las personas que lo componen. En estos grupos está presente una estructura horizontal en la que se facilita la interacción cooperativa, aprovechando la diversidad de las personas que lo integran. No son únicos de la especie humana, ya que las cualidades que se desarrollan en estos grupos son las mismas que se han podido observar en grupos de animales que realizan de forma colectiva lo que no pueden hacer individualmente, como ocurre con las abejas o las hormigas. En general, parece que aún tenemos mucho que aprender del medio natural. También en cuanto a inteligencia.
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