Cultura

El gris futuro del doblaje

Aunque cuente con múltiples desventajas y sea cada vez más denostado, el doblaje cinematográfico también ha logrado hacer más accesible gran parte de la producción cultural. Ahora se enfrenta a un reto mayúsculo: ser actualizado por la inteligencia artificial.

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18
abril
2022
El actor Dean Stockwell en una escena de ‘Blue Velvet’ (1986).

Al doblaje le ocurre lo mismo que a la ortografía, la traducción o el arbitraje deportivo: solo te das cuenta de su presencia cuando es mediocre. Denostado en nuestro país por su asociación a la censura franquista, el doblaje continúa siendo aún hoy parte fundamental del cine de animación y de los videojuegos. Los actores de doblaje son quienes han vuelto accesibles algunas películas y series de televisión internacionales que habrían tenido muy difícil llegar al gran público de otra manera. Hoy, su creciente falta de popularidad crítica y el desarrollo de la inteligencia artificial y las técnicas de deepfake puede llegar a dejar el doblaje fuera de circulación.

En España, el doblaje ha llegado a convertirse en un asunto de Estado. Así ocurrió cuando los socios del actual Gobierno pusieron sobre la mesa la aprobación de un porcentaje mínimo de contenidos en lenguas cooficiales –catalán, gallego y vasco– obligatorio en las plataformas de streaming para apoyar los Presupuestos Generales del Estado (PGE). Una discusión que, irónicamente, se producía mientras los dobladores del canal TV3 protestaban por la fuerte rebaja de sus condiciones laborales.

El doblaje adquiere su fuerza en un primer momento durante la dictadura franquista, donde no solo casi nadie sabía inglés, sino que se aprovechaba el necesario doblaje de las películas internacionales para «arreglar» los diálogos al gusto de la censura. Así se hizo, por ejemplo, al ocultar el adulterio en Mogambo, pero también al añadir una voz en off con moralina religiosa a El ladrón de bicicletas. Algunas de las críticas que se hacían entonces –y que duraron hasta hace poco– a la práctica del doblaje eran inapelables: el cambio de voces acababa con el sonido ambiente de las películas y podía crear situaciones ridículas, como que dos actores tuviesen la misma voz en una cinta si el doblador habitual en España era el mismo.

Cambiando las reglas del juego

La tecnología del siglo XXI ha traído la posibilidad de acabar con esta práctica. Un ejemplo de ello es la posibilidad escuchar a Robert De Niro preguntar «¿Estás hablando conmigo?» con su propia voz en castellano. Más allá de Hollywood, en España también hemos tenido un ejemplo de cómo usar esta tecnología –obviando los debates éticos que plantea– con el anuncio publicitario que hacía uso de la imagen de la fallecida Lola Flores. A pesar de que contaba con el permiso de la familia y de que el deepfake necesitó usar como base la voz de una de sus hijas para falsificar completamente la voz de ‘La Faraona’, esta práctica abría una puerta peligrosa: el uso de la imagen –con fines comerciales, políticos o de cualquier tipo– de una persona que no puede dar su consentimiento.

El doblaje adquiere su fuerza durante la dictadura franquista, aprovechándose para «arreglar» los diálogos al gusto de la censura

Esta discusión sí tuvo lugar en Estados Unidos cuando el director Morgan Neville recreó la voz del difunto cocinero Anthony Bourdain para su documental biográfico Roadrunner. Fueron tan solo 45 segundos utilizados para citar palabras textuales dichas en vida por el protagonista, pero aún así se acusó a Neville de ocultar al público la manipulación y de actuar sin permiso de la familia. Algo similar ocurrió con la británica Sonantic, que fue capaz de reproducir dos minutos de la voz del actor Val Kilmer cuando este se quedó afónico; en este caso, sin embargo, sí tuvo permiso del mismo.

No obstante, de momento la tecnología no permite crear de la nada diálogos completos. Las grandes plataformas de streaming, sin embargo, están muy pendientes de su desarrollo: no solo abarataría costes, sino que haría menos dependientes a las compañías de las demandas de los actores de voz, que para ellas solo presentan desventajas técnicas, ya que el trabajo incluye contratiempos evidentes como la afonía o la fatiga. No todo es perfecto: según advierten los críticos, con esta tecnología se perderían cuestiones tan esenciales como la entonación, el matiz o la adaptación a cada entorno cultural.

Aún así, seguramente esta tecnología habría sido utilizada por perfeccionistas como Stanley Kubrick, que en su caso supervisó el traslado a otros idiomas de su película El resplandor, gracias a lo cual Verónica Forqué acabó poniendo acento castellano al terror vivido por Shelley Duvall. Algo parecido, aunque menos artístico y más industrial, perpetró Disney al decidir ahorrarse algo de dinero y ayudar a aprender idiomas al actor Vin Diesel, que declamó los diálogos de su personaje de Guardianes de la Galaxia en más de 20 lenguas.

¿El fin del doblaje?

La dependencia actual respecto a los actores de doblaje aún es notable, tal como se percibe en Los Simpson, que en España ha quedado vinculada a la figura de Carlos Revilla, director de doblaje hasta su fallecimiento durante la temporada 11: a él le debemos la mayoría de chascarrillos originales de Homer en nuestro idioma. Con ellos, Revilla buscaba la mejor manera de adaptar a la cultura española expresiones estadounidenses en una época en que el acceso a productos norteamericanos estaba menos generalizado. Algo similar ocurre con los diálogos del gato Salem en Sabrina, la bruja adolescente, donde el actor Pablo Gorozpe metía chistes del Atlético de Madrid cuando en el original se hablaba de equipos de béisbol.

En 2017, Damon Krukowski, poeta y músico de la banda Galaxie 500, publicó un ensayo titulado The New Analog donde, en pleno auge del digital, defendía las ventajas del analógico: del vinilo, sí, pero también del cassette y la radio «de toda la vida»; es decir, del «ruido» o «grano» del sonido. Krukowski, entusiasta de los viejos sistemas de grabación, se rebelaba frente al sonido «limpio, carente de impurezas, comprimido, a veces aséptico». Con ello, el músico reivindicaba la experiencia sensorial del sonido «sucio». El doblaje está lejos de constituir ese «grano» del viejo cassette, pero también es una señal interpuesta que no forma parte del mensaje original. Igual que las imperfecciones de Krukowski, este hace algo que la reproducción limpia no puede: sumar significados para acercarnos a otras culturas. ¿Cuál será, entonces, el futuro del cine?

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