Siglo XXI

Los ocho desafíos a los que se enfrenta el mundo

La crisis energética, la salud mental debilitada por la pandemia y la tensión geopolítica representan algunos de los principales problemas que las sociedades afrontarán en las próximas décadas mientras luchan, además, por frenar el cambio climático a tiempo.

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03
noviembre
2021

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Mientras usted lee este artículo, en Glasgow (Escocia) se celebra la COP26, esa gran reunión de más de 200 líderes mundiales, auspiciada por el World Economic Forum, que se espera termine de definir las pautas para el nuevo mundo sostenible en cuanto a lo económico, lo social y, sobre todo, lo medioambiental. En otras palabras, mientras usted lee este texto, allí se está decidiendo no solo el futuro de nuestra generación, sino de las venideras.

Es casi imposible que este futuro nos pille de nuevas. Incluso la persona más desconectada de la actualidad política, aquella que nunca leyó ningún medio de comunicación o no conoce el nombre del alcalde de su ciudad, sabe qué medidas se han tomado en los últimos años para ir diseñando el mundo del futuro: el cuidado del medio ambiente para frenar el cambio climático, un creciente uso de las nuevas tecnologías digitales, la visibilización de colectivos que hasta ahora vivían fuera del foco público… Cuestiones que, de hecho, se definieron allá por el año 2000. ¿Conoce los Objetivos del Milenio? Aunque crea que no, sí.

Sin embargo, la crisis de la covid-19 ha acelerado todos los procesos que se vislumbraban en el horizonte. Las prisas por materializar lo que se venía apuntando en los últimos años (incluso décadas) son evidentes y la COP26 vendrá a confirmar (o, al menos, lo intentará) este cambio de rumbo hacia un mundo más virtuoso y menos agresivo. Pero, ¿a qué se enfrenta el futuro?

El calentamiento global

En Vice, la película de Adam McKay que narra la vida y ascenso político de Dick Cheney, alto burócrata en Washington, asistimos a un momento especialmente revelador: Cheney, enfocado en cambiar su futuro político, contrata a un equipo de marketing para transformar el nombre de varios problemas que, en pleno cambio de siglo, monopolizaban la conversación pública. Uno de ellos era el sintagma ‘cambio climático’ frente a ‘calentamiento global’, este último mucho más amenazador para el oído humano pues el cambio no es, per se, ni bueno ni malo.

En la actualidad, el cambio climático –consecuencia del calentamiento global– es uno de los principales (y más urgentes) temas del futuro próximo, para el que se destinarán más recursos en los próximos años y para el que se pedirán más sacrificios en pos de un futuro más verde. Es una prioridad. De hecho, gran parte de los líderes mundiales ya se han comprometido a limitar el calentamiento global a 1,5º. ¿Quiénes no lo han hecho? Los países que representan más de dos tercios de las emisiones globales: China, Rusia e India.

La desigualdad

¿Son los ricos cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres? La respuesta no es clara, aunque es probable es que la pobreza crezca exponencialmente en el futuro. La brecha que la pandemia ha provocado en la economía mundial, la inseguridad alimentaria y, por supuesto, las consecuencias del cambio climático amenazan con debilitar las condiciones de vida en el mundo: como calcula Oxfam Intermom, las economías del G7 podrían contraerse hasta un 8,5% al año si no se adoptan medidas más ambiciosas contra el cambio climático.

Sin embargo, mientras que con el cambio climático sí existe cierto consenso sobre cuáles deben ser los pasos a seguir, la fotografía no se ve tan nítida cuando se trata de visiones económicas y políticas tradicionales. Por ejemplo, durante la pandemia, las medidas de la Unión Europea, Australia y Estados Unidos con respecto al mercado laboral fueron en direcciones muy distintas en cuanto a cómo ayudar a los ciudadanos o la normalización del trabajo, una situación que resultó aún más problemática en los países con menos músculo económico. Precisamente, este problema de desigualdad representa uno de los mayores lastres en la recuperación económica de países como España, pero también impide realizar una transformación en los procesos productivos. Una pescadilla que se muerde la cola.

La unidad fiscal

En el ámbito económico, una de las estrategias acordadas en el marco de la COP26 ha sido la homogeneización del Impuesto de Sociedades alrededor del 15%. Esto supone un avance histórico: nunca antes los líderes de los países más ricos se habían puesto de acuerdo en algo tan relevante como redistribución de la riqueza a fin de acabar con la desigualdad. El problema es que, muchas veces, la recaudación no acaba repercutiendo de manera directa en los territorios menos favorecidos por problemas de gestión de recursos públicos.

El imparable envejecimiento de la población

La crisis demográfica es una realidad. En 2050, según la ONU, una de cada seis personas tendrá más de 65 años. Esto significa que, a final del siglo XXI, el 16% de la población habrá envejecido. Con una pirámide de población cada vez más estrecha, los adultos en edad de trabajar ya no pueden equilibrar el sistema económico para que, por ejemplo, los mayores reciban sus pensiones. De hecho, en España, el Gobierno ya ha propuesto un aumento temporal de las cotizaciones para garantizar las pensiones del ‘baby boom’.

El metaverso

Recientemente, Mark Zuckerberg, fundador de Facebook y uno de los hombres más ricos del mundo, vendía su apuesta por el metaverso, un universo digital que funcionaría exactamente como un mundo paralelo a nuestra realidad y que multiplica las posibilidades de interacción entre los humanos y las máquinas. Según Zuckerberg, en él podremos socializar, trabajar e incluso conseguir dinero. Una experiencia de realidad virtual que recuerda a la película Ready Player One y que, por llamativa que pueda parecer, añade (si cabe) más conflicto al reto de gestionar los datos personales en el mundo digital. Del mismo modo, el auge de las inteligencias artificiales nos situará ante importantes problemáticas.

La tensión geopolítica

La ganancia de poder de China, las posturas de Moscú respecto a la Unión Europea y Estados Unidos, las desavenencias (a nivel político, social, cultural, territorial) y el aumento de la polarización son responsables de cada vez un mayor ruido de espadas que no deja de resonar en el mundo. Para afrontar los retos del futuro resulta prioritario abandonar las diferencias y centrar lo esfuerzos en intereses comunes al plano internacional. Precisamente, António Guterres, secretario general de las Naciones Unidas, declaró a principios del año pasado que «las tensiones geopolíticas están en el máximo nivel de este siglo y la turbulencia sigue escalando», lo que «lleva a más países a tomar decisiones imprevistas con consecuencias impredecibles y un profundo riesgo de falta de cálculo». Esto último puede resultar fatal a la hora de responder a los principales retos que deben abordarse en conjunto.

La crisis energética

En el camino hacia un mundo libre de emisiones que ponga fin a la amenaza del cambio climático, la transición energética es la solución, pero también un acuciante reto. La constante subida del precio de la energía genera una indignación diaria en el mundo, y muy concretamente en España. Recientemente, el Gobierno de Austria alertó a su población del peligro de un ‘gran apagón’ eléctrico a escala europea en un horizonte de cinco años por sobrecarga del sistema. Un evento que, aunque no cuenta con un consenso certero, sí que evidencia los numerosos factores que pueden influir a la hora de responder a la demanda energética de la población: la geopolítica, el precio del gas y el grado de resiliencia de las infraestructuras estratégicas con otros territorios.

La transición energética sostenible suma, además, el problema del suministro intermitente de energía de las renovables: ¿cómo podemos asegurar la electricidad a la población mundial y, a la vez, frenar el impacto de esta en la salud del planeta? Así, el almacenamiento energético se presenta como otro reto que debemos resolver en el futuro próximo más allá de los crecientes picos de precio y el riesgo de desabastecimiento que amenaza con incrementar la pobreza energética, uno de los problemas que la Agenda 2030 quiere resolver antes de su fecha de caducidad.

La salud mental

Por último, la Organización Mundial de la Salud estima que, en la actualidad, unos 35,6 millones de personas en el mundo viven con demencia, un dato se duplicará cada 20 años, alcanzando los 65,7 millones en 2030 y los 115,4 millones en 2050. De hecho, la salud mental será la primera causa de morbilidad en 2050. Desde políticos hasta artistas conocidos internacionalmente han insistido en el impacto que los confinamientos provocados por la pandemia han provocado en la estabilidad emocional de los ciudadanos. Entre los trastornos más comunes, la ansiedad y la depresión. De hecho, en España, el gasto medio por paciente con depresión asciende a 4.147 euros. Tal y como advirtió la OMS en un estudio realizado durante la pandemia, el 67% de los países identificó dificultades en los servicios de orientación psicológica y de psicoterapia de los sistemas sanitarios, mientras que más del 60% notificó perturbaciones en los servicios de salud mental destinados a personas vulnerables. Una realidad que conviene resolver ante la oleada de retos que se deja ver ya en el horizonte.

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