Sociedad

Así se ha transformado nuestra esperanza de vida

El ser humano no es infinito y, a lo largo de la historia, las distintas causas de muerte se han encargado de confirmarlo. Pero nuestros abuelos no morían de lo mismo que moriremos nosotros y dar respuesta a por qué hay personas que viven más que otras es una tarea (casi) imposible.

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18
octubre
2021

Jeanne Calment, una centenaria francesa, ostenta el récord mundial del ser humano que más tiempo se ha mantenido viva, tal y como lo atestigua con un amplio archivo de registros históricos: 122 años y 164 días. Nacida en 1875 y fallecida en 1997, la vida de Calment duró más que el propio siglo XX, haciéndola por tanto testigo de los grandes acontecimientos que se cuentan en los libros de historia: sin ir más lejos, vivió las dos guerras mundiales de adulta y conoció a Van Gogh cuando ambos vivían en Arles (ella misma se ocupó de dejar constancia de lo desagradable que le pareció el artista). Desde la perspectiva española, esta francesa nació durante las guerras carlistas y murió cuando en nuestro país ya estaba asentada la democracia con Aznar en la presidencia. También fue testigo del primer vuelo en avión, la Revolución Rusa, la invención de internet, el estreno de Lo que el viento se llevó y el Mayo Francés, que aconteció cuando Calment –de profesión, periodista– tenía 93 años.

Sin embargo, sabemos que esta historia es excepcional y que pocas vidas son (y serán) tan dilatadas en el tiempo como la de Calment. De hecho, la mayoría de los adultos actuales no vivirán más allá de los 80 años. Este límite, no obstante, también se convierte en récord cuando se observa desde el pasado. Los grandes avances en medicina, la aparición del movimiento higienista en Occidente y el desarrollo de nuevas tecnologías –entre otros– han permitido que, por ejemplo, la esperanza de vida al nacer en 1950 aumentara hasta los 71 años para las mujeres y los 66 para los hombres. De hecho, cuando Jeanne nació en el siglo XIX, la esperanza de vida femenina rondaba los 43 años y, si en la infancia se superaba la barrera de la primera década, crecía la probabilidad de alcanzar los 70. Esto es importante de conocer ya que, durante gran parte de la historia humana, los primeros años de vida resultaban determinantes a la hora de pronosticar la longevidad de una persona, pues era en la infancia donde se concentraban las mayores posibilidades de morir. Un dato: en España, la tasa de mortalidad infantil marcó en 2020 un mínimo histórico.

Numerosos estudios demuestran que a mayor nivel de testosterona, más se practican actividades de alto riesgo

La ciencia evidencia, además, que en cualquier lugar de mundo –independientemente de la cultura, la alimentación y los estilos de vida– las mujeres viven más, generalmente, que los hombres. La explicación es genética: las diferencias cromosómicas entre ambos (dos cromosomas X para las mujeres, un X y un Y para los hombres) provocan que aquellas personas con 2 cromosomas X tengan una ‘copia de seguridad’ de algún gen con un defecto, lo que incrementa la posibilidad de sobrevivir. También las hormonas juegan su papel en la tasa de mortalidad, haciendo que la testosterona, por ejemplo, lleve a aquellas personas con altos niveles de esta hormona a practicar más actividades de alto riesgo, con lo que eso conlleva.

De hecho, un estudio de la Universidad de Inha sobre la longevidad de los eunucos de la dinastía Chosun (1392-1910) reveló que estos vivían entre 14 y 19 años más que las personas a las que no se les retiraban los testículos. Lo fundamental de este estudio es su enfoque, ya que trató de indagar más allá del estilo de vida de estos eunucos (por lo general –pero no siempre– vivían en palacios con condiciones de vida similares a las de la realeza) que, por sí solo, no explicaba qué les llevaba a vivir dos décadas más que el resto. El resultado se corresponde con las observaciones científicas en otro tipo de animales, que alargan su esperanza de vida una vez castrados. 

¿De qué morirá usted?

Pero, y todos aquellos que no alcanzamos a vivir más de un siglo o que no hemos visto nuestro sistema hormonal alterado, ¿cuánto vivimos y, sobre todo, de qué morimos? Empezando por la última de estas cuestiones, según la Organización Mundial de la Salud, durante los primeros diez años de este siglo las causas más comunes de muerte fueron las cardiopatías, los accidentes cerebrovasculares y las infecciones de las vías respiratorias. Cabe destacar que, a pesar de la mayor parte de la población lo considera como una pandemia superada, el VIH sigue siendo la sexta causa de muerte en el mundo.

También debe mencionarse que entre las 10 primeras causas se cuela una que no tiene que ver con nuestra biología, sino con nuestros sistemas de movilidad: los accidentes de tráfico son la novena causa de muerte en el mundo, con mayor prevalencia en los menores de 30 años, quienes tienen más probabilidad de morir en un accidente de transporte que de cáncer o alguna enfermedad cardiovascular.

El ascenso de algunas enfermedades demuestra que otras tantas han desaparecido, debido principalmente a vacunas y tratamientos

Como indica la Oficina Nacional de Datos del Reino Unido, las causas de muerte no han dejado de transformarse en el último siglo. Si ahora el cáncer y las cardiopatías marcan nuestro tempo, las infecciones (polio, difteria, tétano, rubeola) iban a la cabeza en 1915. A principios del siglo XXI, un alto porcentaje de las personas mayores comenzaron a morir por causas asociadas al deterioro senil, ahora sustituidas por las cardiopatías en nuestra cultura occidental. En el caso de las mujeres, las tasas de muerte por cáncer de pecho llevan siendo alarmantes desde mediados del siglo pasado.

No obstante, el aumento del cáncer y de las enfermedades del corazón se deben principalmente a nuestra vida sedentaria; pero no todo es malo en el ascenso de estas enfermedades al podio de esta lista, y es que su incremento se ha debido principalmente a la aparición de las vacunas y tratamientos contra las principales infecciones que nos mataban antes. Las nuevas tecnologías para el diagnóstico y la capacidad terapéutica pueden desenmascarar, además, afecciones que antes no reconocíamos, como la hipertensión.

Suicidio: la pandemia silenciosa

Si prestamos atención a la juventud, desde 1985, el abuso de drogas o suicidio resulta la principal causa de muerte en estas edades, principalmente en hombres. Como ya han advertido numerosos expertos y autoridades, esto supone un grave problema, puesto que la tendencia es al alza. Dado que no hay techo que evite el crecimiento exponencial de estas causas, la OMS ya ha declarado el suicidio como una de las pandemias del siglo XXI, especialmente en el grupo de edad de entre 40 y 59 años, seguido de los ancianos y los adolescentes.

En su momento, la homosexualidad fue considerada una enfermedad, mientras que la drogodependencia no se incluía bajo el paraguas clínico

El hecho de que podamos conocer estas cifras con tanto detalle –e, incluso, predecir su futuro– demuestra que el avance de los criterios de diagnóstico establecidos durante los últimos años pueden ampliar los límites de una enfermedad, algo fundamental en el caso de las enfermedades psicológicas como la depresión o la ansiedad. No obstante, es importante subrayar de qué manera afectan los cambios en las costumbres sociales o culturales a la esperanza de vida, ya que estos también definen qué es y qué no una enfermedad: en su momento, la homosexualidad o la masturbación fueron consideradas tal, mientras que adicciones que ahora categorizamos como enfermedades –drogodependencia o alcoholismo– no se incluían bajo el paraguas clínico.

¿Existe un límite biológico para la vida humana? Varios estudios lo ubican en el entorno de los 140-150 años, al que nadie (del que tengamos constancia) ha conseguido llegar. A cada año que pasa, eso sí, parece un poco más plausible. De rebasarlo, no cabe duda de que aquellas afecciones o causas que nos hagan perecer seguramente serán muy distintas de las actuales –posiblemente estén la mayoría estén relacionadas con el cambio climático y el desequilibrio ecosistémico–. Erradicar las enfermedades que nos matan en la actualidad es tan importante como prevenir la aparición de nuevas causas, tecnologías o enfermedades que puedan poner en compromiso la vida de las generaciones venideras.

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