Opinión

¿Pueden ser ‘verdes’ los bancos centrales?

Las actuaciones de estas entidades financieras, siempre limitadas a la más estricta neutralidad, se ven ahora transformadas por completo: la emergencia climática parece cambiar, de nuevo, las reglas del juego.

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02
septiembre
2021

Una de las novedades editoriales de 2021 en el ámbito de la ciencia ficción ha sido la publicación de El ministerio del futuro, obra de Kim Stanley Robinson, ganador de los prestigiosos premios literarios Nébula y Hugo. En la novela, el autor refleja los esfuerzos de un organismo internacional, el Ministerio del Futuro, para lograr acelerar la lucha contra el cambio climático en unas décadas extremadamente difíciles para la humanidad. La protagonista, una mujer irlandesa llamada Mary Murphy, lidera el organismo internacional situado en Ginebra, buscando la manera de reducir las emisiones globales en un contexto plagado de atentados terroristas, refugiados climáticos y olas de calor devastadoras. La solución que propone Murphy no pasa por la promoción de nuevas tecnologías o por una vuelta a la vida preindustrial, sino que centra sus esfuerzos en convencer a los bancos centrales del mundo para que respalden una criptomoneda –el ‘carboncoin’– destinada a financiar la transformación ecológica de la economía.

El Banco Central Europeo ya ha presentado su marco de acción contra el cambio climático

La realidad, sin embargo, ha terminado por superar a la ficción, y mientras Stanley Robinson escribía su libro, los principales bancos centrales del mundo –incluyendo la Reserva Federal de los Estados Unidos, el Banco de Inglaterra y el Banco Central Europeo– han puesto la proa en la dirección señalada, desgranando en los últimos meses su abanico de actuaciones destinadas a poner su grano de arena en la lucha contra el cambio climático. El último de ellos, el pasado mes de julio, ha sido el propio Banco Central Europeo (BCE), que ha presentado su marco de acción contra el cambio climático.

Varios futuros, varios planetas

Son varias las posibles vías de actuación que se pueden identificar. La primera incluye la incorporación de los riesgos climáticos en la valoración de las carteras financieras de los bancos sometidos a supervisión sistémica. Así, aquellos cuya exposición a los sectores más afectados por la transición climática –bien por sus inversiones en industrias intensivas en carbono, bien porque los activos puedan estar sometidos a riesgos físicos– deberán tener esta realidad en cuenta a la hora de establecer sus colchones de capital (esto es, un instrumento para reforzar su solvencia) dentro de las reglas de control ‘macroprudencial’. En otras palabras: si el Banco Central Europeo cree que un banco puede tener pérdidas debido a los riesgos climáticos, debe tener estos riesgos en cuenta e incrementar sus colchones de capital para absorber las pérdidas posibles.

Son varias las posibles acciones de los bancos centrales, como el requisito de bonos verdes a la hora de comprar activos

La segunda línea de actuación se centraría en el establecimiento de requisitos de bonos verdes, sostenibles o climáticos –es decir, una forma de financiación destinada a la lucha contra el cambio climático– en su política de compra de activos: el BCE otorgaría más liquidez a aquellos bancos que más inviertan en este tipo de activos, favoreciéndolos en el mercado y rebajando sus tipos de interés.

Ambas medidas, todavía por terminar de perfilar y desarrollar, forman parte del nuevo abanico de instrumentos monetarios de los bancos centrales. Son acciones destinadas a promover un entorno financiero adecuado para la transición climática. No es un movimiento exento de dificultades, por cuanto la teoría clásica sobre la intervención de los bancos centrales apuesta por su neutralidad; esto es, que no deberían favorecer a unos sectores por delante de otros. Si los bancos centrales rompen esa neutralidad, estarían interviniendo excesivamente en los mercados financieros y no contribuirían, así, a estabilizar las economías, que es su principal objetivo.

Sin embargo, los bancos centrales han entendido que sin una mitigación del cambio climático no habrá economías que estabilizar y defienden que, frente a la neutralidad, es más importante la eficiencia en el cumplimiento de sus objetivos.

¿Acaba ahí la posible actuación? Ni mucho menos: los bancos centrales, instituciones conservadoras por naturaleza, han optado por vías donde juegan con poco riesgo. La urgencia de las necesidades de transformación y las necesidades financieras podrían llevar a otras opciones, como la puesta en marcha de programas de expansión cuantitativa ‘verdes’ donde se financiaran los esfuerzos inversores de los gobiernos o, como ya se planteó a principios de año por parte de más de cien economistas europeos, el canje de la deuda que tienen en sus balances por bonos perpetuos –liberando a los gobiernos de esa deuda– a cambio de ambiciosos programas de inversión verde. En otras palabras: haciendo realidad lo descrito por Stanley Robinson en su libro. Los pasos dados en los últimos meses parecen, por tanto, los primeros de una política que aún está por desarrollar.


José Moisés Martín es economista y miembro del Consejo Asesor de Asuntos Económicos.

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