Opinión

Ojalá vivas tiempos interesantes

‘Sobre el tiempo y el agua’ (Salamandra) recoge la reflexión profunda del escritor Andri Snaer sobre la crisis medioambiental global que es, también, una súplica: la humanidad debe mirar más allá del «zumbido» de los titulares y comprender (de una vez por todas) el futuro que le espera al planeta si no se actúa de inmediato.

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01
junio
2021

Cuando viene gente de otras partes del mundo a visitarme, acostumbro a llevarlos en coche por la calle Borgartúnið, a la que yo llamo «Boulevard of Broken Dreams». Les muestro la casa blanca de madera conocida como Höfði, en la que Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov se reunieron en 1986 y que simboliza, en el recuerdo de muchos, el fin del comunismo y la caída del telón de acero. El siguiente edificio es la caja negra de vidrio y mármol que antaño albergaba la sede del banco Kaupþings. El hundimiento de esa entidad financiera en el año 2008 constituyó la cuarta bancarrota más importante de la historia del capitalismo, no únicamente en relación con el número de habitantes de Islandia, sino por la cantidad de dinero perdido: 20.000 millones de dólares, casi tres billones de coronas.

No soy de los que se regodean con las desgracias ajenas, pero me resultaba fascinante no haber llegado aún a la mediana edad y haber sido testigo del hundimiento de dos gigantescos sistemas ideológicos. Ambos sostenidos por personas que habían llegado a la cima de la sociedad, del poder político y de las instituciones culturales y que gozaban de las prerrogativas propias de su posición en lo más alto de la pirámide. En ambos sistemas, esa gente mantuvo las apariencias hasta el amargo último momento. El 19 de enero de 1989, Erich Honecker, líder de Alemania Oriental, dijo: «El muro permanecerá en pie dentro de cincuenta años e incluso dentro de cien». El muro se vino abajo en noviembre de ese mismo año. El director ejecutivo del banco Kaupþing dijo en una entrevista en el programa de televisión Kastljós, el 6 de octubre de 2008, tras haber recibido del banco central de Islandia un rescate financiero de emergencia: «Estamos en muy buenas condiciones y el banco central tiene la seguridad de que recuperará su dinero […]. Puedo afirmarlo sin la menor vacilación». El banco quebró dos días después.

«Nos enfrentamos a cambios que son más complejos que la mayoría de aquellos a los que estamos acostumbrados»

Cuando los sistemas se hunden, el lenguaje se libera de sus cadenas. Las palabras que deberían dar forma a la realidad se quedan flotando en el aire y ya no designan nada, los manuales escolares se quedan obsoletos de la noche a la mañana y las jerarquías se desvanecen. De repente, resulta muy difícil encontrar las expresiones adecuadas para elaborar mensajes que se correspondan con la realidad. Entre el edificio Höfði y la sede del banco se extiende un amplio terreno cubierto de césped y, en mitad de éste, una pequeña arboleda formada por seis abetos y un montón de arbustos. Solía tenderme en esa arboleda entre los edificios, mirar al cielo y preguntarme qué sistema sería el próximo en caer y qué gran idea lo sustituiría. Los científicos han demostrado que los pilares de la vida, del propio planeta Tierra, se están resquebrajando.

Las principales ideologías del siglo XX consideraron nuestro planeta y la naturaleza como una fuente inagotable de materias primas baratas. Los seres humanos quisieron creer que la atmósfera absorbería de manera ilimitada los gases producidos por la combustión, que el mar acumularía residuos de forma indefinida, que la tierra podría dar más de sí cuanto más se abonase, que las especies animales podrían retroceder más y más mientras los seres humanos ampliaban su espacio vital. Si las previsiones de los científicos acerca del futuro del mar, de la atmósfera o del clima, del porvenir de los glaciares y de las costas del mundo son ciertas, cabe preguntarse qué palabras podemos utilizar para abarcar un asunto de semejante magnitud. ¿Qué ideología puede contenerlo? ¿Qué debo leer al respecto? ¿Milton Friedman, Confucio, Karl Marx, el Apocalipsis, el Corán o los Vedas? ¿Cómo controlar nuestros apetitos, nuestro consumismo y nuestra tendencia compulsiva a acaparar bienes materiales que, según todos los datos, parecen estar acabando con la vida del planeta?

Este libro habla sobre el tiempo y el agua. En los próximos cien años, tendrán lugar cambios fundamentales en la esencia del agua en nuestro planeta. Los glaciares se derretirán, subirá el nivel del mar, aumentará la temperatura del planeta, lo que provocará sequías e inundaciones, y el grado de acidez de los océanos se alterará hasta un punto que no hemos conocido en los últimos cincuenta millones de años. Todos estos cambios sucederán a lo largo de la vida de un niño que haya nacido hoy mismo y llegue a ser tan viejo como lo es mi abuela, que ha cumplido 95 años. Las fuerzas más grandes de la tierra han dejado atrás la cronología geológica y ahora se transforman según una escala humana. Cambios que antes se producían a lo largo de cien mil años ahora suceden tan sólo en 100. Una velocidad tal tiene algo de mitológico y afecta a todo tipo de vida sobre la faz de la tierra, así como a la esencia de todo lo que pensamos, escogemos, fabricamos y creemos afecta a todo lo que conocemos y a todo lo que amamos.

«Vemos los titulares y pensamos que entendemos las palabras, pero es como si el 99 % de su significado fuera un zumbido»

Nos enfrentamos a cambios que son más complejos que la mayoría de aquellos a los que estamos acostumbrados. Superan nuestra experiencia anterior, superan nuestro lenguaje, superan todas las metáforas que empleamos para entender la realidad. En cierto sentido, es como intentar grabar el ruido que produce una erupción volcánica. Con la mayoría de nuestros aparatos resulta imposible porque apenas puede oírse más que un zumbido. Para muchos, la expresión «cambio climático» es un mero zumbido. Resulta más sencillo opinar acerca de asuntos de menor gravedad. Sabemos qué significa que se destruya algo muy valioso, qué significa cuando disparan a un animal o cuando resulta demasiado caro fabricar alguna cosa. Pero cuando nos remitimos a algo que es infinitamente grande, sagrado incluso, que constituye el fundamento de nuestras vidas, no experimentamos una reacción similar. Es como si el cerebro no fuera capaz de percibir semejante magnitud.

El zumbido nos engaña. Vemos los titulares y pensamos que entendemos las palabras: «los glaciares se derriten », «récord de altas temperaturas», «aumenta la acidificación de los océanos», «crecen las emisiones tóxicas». Si los científicos están en lo cierto, expresiones como ésas remiten a algo más grave que todo lo sucedido en la historia humana hasta la fecha. Si realmente las entendiéramos, deberían influir en nuestro comportamiento y en nuestras decisiones. Pero es como si el 99 % de su significado fuera un mero zumbido. A lo mejor «zumbido» no es una metáfora adecuada, porque este fenómeno es más bien como un agujero negro. Ningún científico ha visto nunca un agujero negro, pero al parecer pueden llegar a tener la masa de un millón de soles y la capacidad de absorber incluso la luz. El único modo de detectar un agujero negro es mirar a su alrededor, observar las nebulosas y las estrellas más cercanas.

Cuando se trata de hablar de un asunto que concierne a toda el agua que hay en la Tierra, a toda la superficie del planeta y a la atmósfera, el asunto es de tal magnitud que logra absorber cualquier significado. El único modo de escribir acerca de este tema es abordarlo desde detrás, desde un lado, por debajo, mirando al pasado y al futuro, ser subjetivo pero también tener un enfoque científico y recurrir a la terminología mitológica. Tengo que escribir sobre las cosas sin escribir sobre ellas, para avanzar tengo que retroceder. Vivimos en una época en la que el pensamiento y el lenguaje se han liberado de sus cadenas ideológicas. Vivimos en una época sometida a aquella vieja maldición china, con toda probabilidad mal traducida, aunque no por ello menos válida: «Ojalá vivas tiempos interesantes».


Este es un fragmento de ‘Sobre el tiempo y el agua’ (Salamandra), por Andri Snaer Magnason.

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