Sociedad

«Las nuevas generaciones intentan evitar el dolor y acaban viviendo en un limbo»

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08
junio
2021

El cantautor Pedro Guerra (Güímar, 1966) empezó a frecuentar escenarios siendo tan solo un chaval. Cumple ahora cuatro decenios repletos de actividad. Fue durante la década de los ochenta cuando impulsó la renovación del folk canario a través del mestizaje en el grupo ‘Taller’. Antes de ser detectado por los radares mayoritarios gracias al crucial ‘Golosinas’ (1995), forjó una sólida reputación como compositor, escribiendo canciones que llegarían al gran público en boca de terceros. Establecido en Madrid desde hace casi 30 años, es artífice de una obra en solitario de extensión considerable. Un trabajo que dialoga con expresiones musicales de ultramar, en el que se interroga por la naturaleza de los sentimientos, se subraya la importancia de la memoria y se aboga por la compasión. 


Tu nuevo álbum se titula El viaje y empieza con Cara y cruz, una reflexión sobre las muchas escalas de grises que podemos encontrarnos a lo largo de la vida, especialmente en las relaciones sentimentales. Da a entender que sigues buscando cierto equilibrio.

Es la más antigua del disco. Cuando llegué a Madrid en 1993 ya estaba escrita y está hermanada con canciones como El marido de la peluquera o Deseo, que estaban en mi primer disco. En [la sala] Libertad 8 la canté mucho. Pero se quedó ahí, nunca formó parte de un disco. Cuando empezó la pandemia el disco ya estaba proyectado, faltaba cerrar alguna cosa de repertorio. Entonces me acuerdo de la canción, se la mando al productor Pablo Cebrián y él me dice «oye, si todavía tienes alguna como esta sácala ya, no la guarde». El disco empieza con una sentencia: «Venimos para ser felices y para sufrir». Es una canción de amor, habla sobre las relaciones de pareja, pero se puede extender a la amistad y a otras tantas cosas de la vida. Es un principio elemental: no se puede disfrutar de la alegría si no conocemos el sufrimiento. Hace poco leía que nuestra sociedad intenta eliminar por todos los medios el sufrimiento, y no es bueno. El sufrimiento forma parte de la vida. Uno tiene que sufrir en algunos momentos, sentir dolor porque, si no, vive en una sociedad que es como una burbuja y no va a ninguna parte. A mí me encantaría no sentir dolor, pero eso no es real. Las nuevas generaciones están poco acostumbradas al sacrificio, al dolor, intentan evitarlo por todos los medios y creo que acaban viviendo en un limbo extraño.

Tienes dos hijos. E imagino que la adolescencia…

Tengo una hija que va a cumplir 27 años. Es hija de mi compañera, pero convivo con ella desde hace 22 años. Y tenemos un hijo en común que va a cumplir 15, ese sí que está en plena adolescencia.

Lo comentaba por lo que señalas sobre la negación del dolor y el sufrimiento. ¿Cómo lo abordas con el más pequeño de ellos en el día a día?

Como se puede. Son cosas que suceden y que luego las descubres. Si yo he logrado llegar a esta reflexión con casi 55 años que voy a cumplir la semana que viene… Hay cosas que uno considera elementales pero se llega a la conclusión con 50 años. Hay algo terrible de la propia vida, que es que no te lo va a advertir nadie y que, aunque quieras advertirlo, forma parte de una cosa que se tiene que dar de manera ordenada. La propia adolescencia implica una especie de ceguera a todo. Le puedes contar a tu hijo 500 veces al día una idea y, en este momento que está viviendo, no la va a absorber. En ese momento no, quizá recuerde que se lo dijiste 10 años después; o le queda un poso en la memoria que luego le va a servir. No obstante, aunque lo sabemos intentamos evitarles el dolor, y está bien. No pasa tanto por intentar evitárselo sino porque aprendan que forma parte de la vida. No para pasarlo por encima, sino para vivir esas experiencias más dramáticas que son la propia vida y que uno tiene que saber gestionar. Pero todo esto es de boquilla [ríe]. En el día a día las cosas son de otra manera y uno hace lo que puede.

«Solo una visión humana y centrada desprovista de crispación puede arreglar lo de Ceuta y Melilla»

En la canción Ruego llama la atención cómo reconoces experimentar un momento de beatitud que llega a contradecir tu escepticismo religioso. ¿Madurar tiene que ver con llevarse la contraria a uno mismo incluso cuando están implicadas convicciones profundas?
Quiero pensar que madurar tiene que ver con aprender que las cosas no son blancas o negras. Ruego está escrita hace tres años, pero la experiencia que cuenta sucedió en 1999. Soy ateo desde muy joven, a pesar de que hice la comunión y me confirmé. Pero eso ocurrió porque se hacía una catequesis y en un pueblo es una manera de socializar, de encontrarte con amigos y salir de tu casa una tarde. La espiritualidad es otra cosa. A veces soy [espiritual] y a veces no, pero está ahí. Uno puede creer en ciertas cosas, en que hay momentos que son mágicos y no se pueden explicar. Y creo que la madurez implica entenderlas. Entender que estaba iniciando una relación de pareja, que estaba en México (un país lleno de magia y de religión), que iba en una barca por la noche, con música, pensando en una persona, y que me encontré con un altar de la Virgen de Guadalupe. Soy respetuoso con la gente que cree en cosas, con la gente que cree de verdad, porque lo necesita. A veces uno cree porque necesita agarrarse a cosas. Entonces estás ahí. Y pides. Y yo lo que pedí es que esta cosa que estaba empezando –y con la que estaba muy ilusionado– fuera eterna. Y de momento, años después, estamos aquí. Quiero mucho a México y en mi guitarra tengo una pegatina de la Virgen de Guadalupe, aunque no creo en ella. Pero me gusta esa relación que tienen con su patrona. También son recursos poéticos y musicales que uno utiliza en las canciones, pero eso no significa que me haya vuelto creyente. Soy ateo pero he mencionado a Dios en muchas canciones mías porque mi educación ha sido religiosa y porque toda nuestra cultura está marcada por la religión. Uno no puede vivir al margen de ella: está por todas partes.

En El viaje, otra de las nuevas canciones, hay cierta melancolía por aquello que no se llegará a hacer. ¿Tienes muchos viajes pendientes?

Fíjate que ese viaje deseado que no se llega a hacer, es el que no se hace nunca. Esta canción tiene que ver con el cine, con Federico Fellini, que siempre hablaba de un proyecto que tenía pendiente de realizar: El viaje de Mastorna. El guion se puede comprar, se puede leer, pero Fellini nunca lo rodó. Pensar en que iba a realizar El viaje de Mastorna es lo que le llevó a hacer sus películas. Esa idea la trasladé a la vida: siempre estamos soñando «me gustaría llegar ahí» y quizá no llegamos pero, en ese sueño, en ese impulso de llegar, uno acaba viajando y sacando adelante proyectos importantes. Lo importante no es el destino, sino el viaje, lo que hagamos en el trayecto.

En La arena del circo cuestionas la maquinaria voraz del mundo entendido como un espectáculo en el que rigen las leyes del mercado. Un contexto que solo engendra insatisfacción. ¿Te has sentido carne de este espectáculo en algún momento?

No, hablo de ciertos programas de televisión que utilizan el morbo y la carnaza para cebarse, sobre todo, con los débiles. Dentro de esas dinámicas hay personas más fuertes y personas más débiles a las que utilizan: «Vienes aquí, me vas a contar lo que viste y te voy a utilizar, pero si te sales un poco del tiesto te voy a castigar». Me pareció que funcionaba como en el circo romano. Salen unos tipos, pelean entre sí, contra un tigre, contra un oso, y ahí está la gente mirando. Y si pide más, damos más. No tiene fin. Esto se está produciendo más ahora mismo en los linchamientos de Twitter. Alguien dice algo y hay una horda de desprecio que no va a ninguna parte ni sirve para nada –porque a los dos días se olvida– y es solo la persona que recibe todo ese odio la que queda afectada durante un tiempo. Porque por mucho que puedas decir que no te importa, no creo que haya ser humano al que no le importe. Esto se relaciona con otra canción mía, El circo de la realidad, que ya hablaba de la televisión. Pero aquí se extiende a esta sociedad tan propensa a coger a alguien –normalmente en posición de vulnerabilidad– y ponerlo en medio de la plaza para ser linchado y apedreado. Se aprovecha el morbo que eso genera para alimentar una máquina que suele tener detrás un interés económico. O también darle a la gente una posibilidad de hacer lo que se decía del fútbol, que era el lugar donde llevamos todas las miserias de nuestra vida. Haga lo que haga, vamos a insultar al árbitro. O al [equipo] contrario. Es esa dinámica la que creo que hoy día está más disparada que nunca.

Tu trabajo llegó al gran público gracias a Contamíname, una canción que abogaba por el mestizaje, por el encuentro. ¿Qué te pasa por la cabeza al ver cómo las políticas de exclusión del diferente obtienen millones de votos?

No lo entiendo. Hay una parte que me indigna muchísimo. Y otra que me da pena. Todo lo que está pasando ahora mismo en Ceuta y Melilla es un drama humanitario. Miles de personas viven huyendo y en situaciones terribles, y entonces un señor decide abrirles la puerta porque tiene un problema político y decide utilizarlos. Mientras, del otro lado, se recibe todo eso. Es muy difícil de gestionar pero, en cualquier caso, solo se puede ver desde el punto de vista de la humanidad. Puedes ver las cosas desde la confrontación, el odio y la crispación constante; o puedes verlas desde otro lugar, que tiene que ver con el abrazo, la comprensión, escuchar, entender… Este es un caballo de batalla en mi música que empezó con Contamíname, luego escribí Extranjeros, ahora he escrito Sueño, que habla de lo mismo pero enfocado desde otro punto de vista. Sueño tiene que ver con un verso del poeta colombiano Juan Manuel Roca que dice «todos somos extranjeros en el sueño». Y es verdad. Cuando la gente sueña no lo hace con patrias ni con fronteras ni con seres humanos que son de otro color… Ahí no existe la barrera, somos todos extranjeros. Define el concepto de patria, de lo que es mío y lo que no, el concepto del otro, del diferente. Creo que solo una visión humana y centrada desprovista de crispación y odio, puede entender y arreglar eso.

Pues tal como está el patio, va a costar arreglarlo.

Seguro. Espero que, como todo, sean ciclos. Estamos ahora en este ciclo feo, con personas que han decidido apostar por la fealdad. Y no me refiero a lo físico, me refiero a un interior feo. Confío en que, igual que llegamos aquí, se le pueda dar la vuelta y haya el menor número de bajas en el camino. Porque hablamos de bajas, de niños y de familias enteras.

Estamos hablando de la dimensión política que tienen algunas de tus canciones porque la política siempre estuvo presente en tu casa. Tu padre fue alcalde en los primeros ayuntamientos democráticos, entre otras cosas. ¿La política se vivía en casa como algo cotidiano que no se subrayaba?

Eso en casa se vivía, claro que sí. En mi familia somos todos progresistas. Unos más que otros. Mi padre fue alcalde socialista y yo, por ejemplo, he estado siempre más a la izquierda que él. Pero somos todos progresistas. Y creo que, para bien y para mal, todo lo que uno vive en casa incide en su posicionamiento, en su vida, en su manera de pensar. Eso es así.

«La sanidad y la educación son dos pilares, pero la cultura también, porque alimenta el alma y el espíritu de la gente»

Te defines como progresista en un momento en el que parece haber una ola de desprecio y de cuestionamiento hacia este tipo de posturas ideológicas. 

No sé si está bien o mal visto. Creo que tenemos una visión que nos llega a través de Twitter, por ejemplo. ¿Y qué es Twitter? ¿Cuántas personas hay ahí? ¿Cuántos habitantes hay en España y cuántos de ellos tienen Twitter? Y están los medios de comunicación, que también tienen sus posicionamientos. Dependiendo del medio que escuches o veas vas a tener una sensación del mundo. Pero el Gobierno de España ahora mismo es de izquierdas. Y eso está apoyado con votos. No me parece que sea verdad que todo el mundo esté en esta escala de crispación y odio hacia las ideas… No, hay una parte muy grande, millones de personas en este país que se han emocionado con el abrazo de la trabajadora de la Cruz Roja, Luna, consolando a un ser humano que está en el peor momento. Que otros vean ahí algo sucio… Creo que hemos caído en el error de creer que las cosas son como nos las cuentan en los informativos, como las vemos en Twitter, y que eso es todo el mundo. Hay informativos que son una escalada de sucesos, uno tras otro. Ahí estamos en la arena del circo una vez más, morbo y carnaza es lo que vamos a dar. Si no, no nos interesa.

El primer disco que compraste fue In the Court of the Crimson King (1969), de King Crimson. De cantautores no era, precisamente.

Sí, fue uno de los primeros. Cuando descubrí a King Crimson intenté comprar todos sus discos. En aquella época en Canarias conseguir discos era difícil. Había tiendas, pero era como ver ciertas películas. Tenían los últimos lanzamientos, en el cine estaban las películas más comerciales. Pero apareció el boletín de Discoplay. Llegué a tener toda la primera parte de King Crimson. Luego también compre Discipline (1981) y he escuchado cosas posteriormente. Siempre con Robert Fripp, que es uno de los grandes compositores y guitarristas de la historia del rock por lo menos, y yo te diría que de la música en general.

¿En casa había una colección de discos de tus padres que fuera taladrando en tu subconsciente desde pequeño?

Sí, podía haber 100 o 150. Una parte era de zarzuelas, otra de música clásica en general… La zarzuela no me motivó especialmente, pero la clásica sí. Descubrí ahí La consagración de la primavera de Stravinski, también alguna cosa de Shostakóvich. Había discos más clásicos y más contemporáneos. Estaba Te recuerdo, Amanda, de Víctor Jara. Y Preguntitas sobre Dios de Atahualpa Yupanqui, que fue muy impactante porque incluye una reflexión muy importante para ateos y religiosos. Había un disco de Chavela Vargas, Hacia la vida. Esa fue la música que primero escuché. Con mi hermano mayor me especialicé más en la zona Beatles y también en el rock sinfónico: Yes, Genesis, Pink Floyd, también Frank Zappa… pero esos discos ya los trajimos nosotros.

Pues no estaba nada mal, había una discoteca bastante apañada ahí.

Y variada. De hecho, fuimos raros. El disco del momento generalmente no estaba. Hay cosas que valoré después, con los años. Hubo una época en que eras de Los Pecos o de Tequila, y yo no era de ninguno. Pero la música de Tequila la conocí después y reconocí ese valor. Sí es verdad que escuchábamos discos que no estaban en casa, de Nino Bravo, Camilo Sesto… cosas que valoré mucho de niño, que luego detesté durante años y que luego recuperé. Artistas como Julio Iglesias incluso. He tenido mis altos y bajos, pero ahora sé donde está el valor de las cosas a nivel musical.

Es interesante lo que comentas sobre la dificultad para conseguir ciertos productos culturales en Tenerife hace décadas. ¿Qué te parece la corriente que aboga por la vuelta al mundo rural?

Mi ambiente no era tanto rural en el sentido de pueblos aislados o incluso abandonados, porque Santa Cruz de Tenerife no es un pueblo, es una ciudad. Nos afectó más la insularidad, eso es lo que hacía todo más difícil. Me parece que una vuelta a la vida rural sería fantástica, me parece una forma de vida que es posible hoy. Se puede volver al campo sin perder la conexión, porque teniendo una conexión de fibra en casa da igual vivir en el centro Madrid que en un pueblo de Soria. Si tienes Internet puedes estar al día, puedes escuchar, puedes recibir, con las bondades que tiene la vida rural con respecto al estrés contaminado de la ciudad. No hay color para mí. No hay que caer en la romantización, es verdad, porque la vida en los pueblos siempre fue más dura, pero se vive mejor en muchísimos aspectos.

Una de las consecuencias de estos meses de pandemia es esa sombra de amenaza que parece cernirse sobre las salas pequeñas como Libertad 8, en la que tú y otros compañeros de generación os disteis a conocer. ¿Ese tejido cultural de base está suficientemente protegido por las instituciones?

Protegido no está, todo lo contrario. Que yo sepa no hay ayudas para las salas, no está contemplado en los presupuestos culturales. Y se vive en un acoso constante de denuncias de los vecinos, con problemas tremendos todos estos años. Sin embargo, juegan un papel importante dentro de la industria cultural, sobre todo para la gente que no tiene otro lugar donde mostrar su trabajo. En Libertad 8 cantaron también por primera vez Javier Álvarez, Jorge Drexler, Andrés Suárez, Marwan, Rozalén, Ismael Serrano, Luis Ramiro… ¿Es importante para el arranque de carreras? Pues sí. En cualquier caso no están contempladas las ayudas y la protección de esa parte del sector. Y tendría que estarlo.

¿Por qué no lo está?

Porque hay gente que considera que lo que hacemos no es un trabajo, o que no es lo suficientemente importante. O porque somos inconvenientes. O porque efectivamente desconocen lo que hay detrás, piensan que esto es cantar una cancioncita y que el resto del tiempo nos miramos el ombligo. No lo sé, pero las salas juegan un papel fundamental en el inicio de las carreras… y solo he hablado de los de mi género. Todos alguna vez hemos cantado en una sala pequeña. Pero, en general, a la cultura no se le da la importancia que tiene. No se le da la importancia que la cultura juega, que cada sector juega. La sanidad y la educación son dos pilares. Y la cultura también, porque alimenta el alma y el espíritu de la gente. Todo el mundo escucha música, pero para que puedas escucharla se tiene que poder hacer. Todo el mundo va a conciertos, pero para se puedan hacer tienen que pasar una serie de cosas. Esto facilitaría y ampliaría el abanico de oportunidades, porque hay gente que no ha podido entrar en los circuitos y es una vía de entrada.

Este abandono, este desprecio, esta falta de reconocimiento del papel que el tejido cultural juega en nuestra vida… ¿Qué dice de nuestro país? Si es que dice algo.

Sí que dice. Hay países con políticas culturales mucho mejores. Escucho cosas de Francia. Escucho cosas de Inglaterra, de cuando empezó la pandemia, una inyección que hicieron a las pequeñas salas. También están las ayudas de Francia al cine y la música, por ejemplo… Pues todo esto dice que España es un país que no le da a la cultura la importancia que debería tener. Porque la cultura es entretenimiento, pero también es conocimiento. Y para mí es fundamental.

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