Recicla
¿Dónde van a parar las cápsulas de café?
Cada año consumimos más de siete mil millones de cápsulas de café, y más del 70% acaban, en el mejor de los casos, en el vertedero. Apostar por envases rellenables o biodegradables o reciclarlos en los puntos especializados son algunas de las opciones para disfrutar de este formato de manera más sostenible.
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Cuesta imaginar la sensación que debieron experimentar los melómanos de finales del siglo XIX y comienzos del XX cuando, gracias al gramófono, escucharon por primera vez las notas de su ópera favorita resonar en su propio hogar como si el mismísimo Enrico Caruso y la orquesta de la Scala de Milan al completo se hubieran materializado en su salón. Aunque no debió ser muy distinta a la que sintieron cerca de cien años después los muy cafeteros cuando la cafetera de cápsulas entró en sus vidas. ¿Delicioso espresso, en múltiples variedades y sabores, preparado como lo harían en una cafetería del Trastévere, pero sin salir de la cocina? Esa idea sería, como la de tener una ópera en casa, un lujo accesible para unos pocos privilegiados. Con una diferencia: mientras que los primeros no tiraban a la basura las fundas de sus discos cada vez que reproducían un aria, los segundos sí generan un desperdicio con cada ración de risstretto o caramel machiatto que disfrutan. Concretamente, un desperdicio que asciende a siete mil millones de estas monodosis al año en todo el mundo.
Además de por el volumen de residuos, las coloridas y elegantes cápsulas de café de un solo uso presentan otro serio inconveniente en un mundo cada vez más encaminado hacia la economía circular: no encajan en ninguna de las categorías estándar de reciclaje existentes. La razón es que, tanto si se trata de cápsulas de aluminio –las más extendidas– como si son de plástico, una vez que han cumplido su función, resulta muy complejo separar el continente del contenido. Así, los restos de café quedan literalmente tatuados en la piel de aluminio de la difunta cápsula, creando una especie de residuo mutante que ni es envase –una directiva europea, la 94/62, deja meridianamente claro que no lo es–, ni es orgánico. O dicho en tono doméstico, ni para el cubo amarillo, ni para el cubo verde.
Ante la ausencia de un lugar propio para depositar estos casquillos, han surgido nuevas vías para intentar reducir el impacto ambiental de cada taza. Por ejemplo, Nestlé –la compañía responsable de la producción de la marca más popular de café encapsulado– ha desplegado una red de cerca de 100.000 puntos de recogida y almacenaje por todo el mundo, que incluye sus puntos de venta, a los que los consumidores más comprometidos pueden llevar sus residuos. Con ello se proporciona una segunda vida a las cápsulas, que son sometidas a un tratamiento especial para separar sus componentes. Mobiliario urbano, compost ecológico producido a partir de los posos de café y hasta piezas de bisutería son algunos de los destinos sostenibles que reciben estas carcasas reinsertadas. Desgraciadamente, se estima que apenas un 30% de estos residuos son canalizados por esta vía. El 70% restante –unos 4.900 millones de cápsulas– acaba, en el mejor de los casos, en los vertederos. Un mal final, teniendo en cuenta que se estima que cada una de estas fundas emite a la atmósfera 82 gramos de CO2.
Baleares, Navarra o Comunidad Valenciana han anunciado limitaciones para su adquisición
Para muchos, el precio medioambiental que paga el planeta a cambio de que nosotros disfrutemos de un humeante y aromático capuchino a media tarde es injustificable, y numerosas iniciativas legislativas en materia de gestión de residuos y economía circular abogan por su prohibición. Sin ir más lejos, la ciudad alemana de Hamburgo fue una de las primeras en imponer restricciones al formato, al prohibir en 2017 su consumo en sus edificios públicos. La decisión venía respaldada por un informe técnico realizado por el Departamento Gubernamental de Medio Ambiente y Energía de la ciudad, en el que se concluía que las cápsulas «generan desechos innecesarios y dañan el medio ambiente». En España, Baleares, Navarra o Comunidad Valenciana han anunciado limitaciones para su adquisición, incluyendo estas cápsulas en una lista negra de materiales no reciclables junto a otros sospechosos habituales como toallitas desechables, bastoncillos para los oídos, pajitas de plástico o vasos y platos de un solo uso.
Estos problemas evidencian que las cápsulas de café han envejecido mal ya que, aunque nos parezca un formato novedoso, su patente data de 1976. Como respuesta, fabricantes como Novell, Halo, Ethical Coffee o Cabú han puesto en marcha una nueva generación de cápsulas que exploran las posibilidades de formatos reutilizables –es decir, monodosis pensadas para ser rellenadas en cada uso– o apuestan por materiales biodegradables para su fabricación para que tomarnos una taza de café nos deje siempre con buen sabor de boca.
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