Opinión

Ninguno hay descontento

Tendría que ser obligatorio para los políticos y altos directivos descubrir el talento y las capacidades de cada uno de sus empleados para que todos puedan desarrollarse como personas y como profesionales en el lugar adecuado.

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24
febrero
2020

Disfruta cada día de lo que tienes y no trates de vivir demasiado deprisa. Como nos recordó hace doce años en un precioso artículo el escritor Luis García Montero, no hacerlo es una peligrosa costumbre que nos hace dogmáticos al tiempo que nos impide ser dueños de nuestras opiniones. «El dogmatismo es la prisa de las ideas, el acomodo a discursos establecidos por encima de nuestra conciencia, el sacrificio de la responsabilidad propia en el altar de una verdad… Quien vive con prisa dice lo primero que se le ocurre, lo que corre al lado de él. Así que anda de cabeza y piensa con los pies. Si tuviéramos tiempo de pensar dos veces lo que decimos y, sobre todo, lo que nos dicen, otro gallo cantaría en el mundo».

Me acuerdo de esta reflexión cuando la actuación diaria y la incoherencia de muchos dirigentes y o políticos –no importa el partido en el que militen– nos descoloca, cabrea e indigna. ¿Cómo se puede decir una cosa y hacer lo contrario en tan solo 24 horas sin sufrir la más mínima consecuencia, sin pagar en su caso peaje electoral, sin que pase absolutamente nada, sin que les importe un bledo la reputación de una institución? Me dicen que eso solo consiguen hacerlo los que saben aferrarse al sillón y tienen desarrollado el talento político, algo que uno no sabe muy bien qué es y, seguramente, quienes lo afirman, tampoco.

Los dirigentes deberían percatarse a tiempo de que, aun siendo jefes, no tienen que saber de todo más que nadie. Su tarea es otra y reconocer –y pagar– el talento de los que trabajan con ellos, rodeándose de los mejores, es una condición necesaria para que las cosas salgan bien. Tal cosa debe hacerse sin darse demasiada importancia, porque ser humilde es un excelente antídoto contra la depresión y, al mismo tiempo, una fórmula que siempre nos permitirá no sacar las cosas de quicio.

«Ser humilde es un excelente antídoto contra la depresión y una fórmula para no sacar las cosas de quicio»

Se ha dedicado muy escasa atención a la formación y a las competencias de los dirigentes políticos, sobre todo en comparación con la que se presta a las de los líderes empresariales. En el mundo del management aletea una idea recurrente, sin duda inspirada por los consultores: la empresa moderna y actual debe estar llena de gente con talento. ¿De qué tipo?, pregunto. No se sabe. Se habla solo del talento en abstracto, sin otros condicionantes. Vayamos por partes: El talentum no era solo una moneda de griegos y romanos. Talento significa, en primer lugar, inteligencia y aptitud, y puede definirse –así lo hace la Real Academia Española– como «la capacidad, que puede cultivarse y hacer crecer, para el desempeño o ejercicio de una ocupación». En consecuencia, la conclusión que se extrae es que no tenemos talento para todo, salvo raras excepciones. Todos los hombres y las mujeres, singularmente los que habitan el hermoso mundo de los negocios o de la política, como cualquier ser humano –y, como diría Perogrullo–, tienen talento solo para lo que tienen talento. Aunque a veces lo crean, los ejecutivos no son diferentes a los demás en este sentido.

En general, la gente sabe hacer cosas concretas, unas mejor que otras, y toda persona atesora algunos dones y aptitudes para determinados oficios o tareas. Tener ganas es algo diferente, aunque es posible que, al cabo del tiempo, la voluntad y el esfuerzo tengan más peso que el talento para determinar los éxitos o los fracasos de una carrera política, profesional o empresarial. Lo que está claro es que nadie –los antiguos griegos y romanos tenían dioses por especialidades, y eso es siempre una referencia– puede desempeñar con excelencia mil tareas diferentes o triunfar en múltiples y distintas ocupaciones, artes o trabajos. No hay talento para todo y, aunque sería muy práctico, tampoco podemos acudir a una virtual boutique y pedir kilo y medio del preciado y precioso talento, así, sin más. O cuarto y mitad porque la mercancía debe ser cara.

«Nadie puede desempeñar con excelencia mil tareas diferentes. No hay talento para todo»

Curiosamente, incluso las firmas de «cazatalentos» se ocupan generalmente de encontrar personas para puestos concretos y determinados. No se afanan en buscar para sus empresas o clientes a alguien con talento en abstracto: quieren personas con determinadas habilidades y saberes, y con capacidad para desempeñar tareas específicas como gerencia, ventas, finanzas, recursos humanos, marketing… Hoy, cuando avanzamos hacia una clase, cada vez más numerosa, de trabajadores del conocimiento –es decir, de especialistas en saberes concretos–, hablar de talento sin apellidos, de un don etéreo, me parece que responde a las ganas de generar confusión No todo el mundo vale para todo, y menos para ser jefe, mandamás o alto directivo. Naturalmente, tampoco para ser político.

Tendría que ser obligatorio para ellos descubrir el talento y las capacidades de cada uno –es decir, lo que saben hacer mejor y dónde encajan de forma óptimo– para que todos los empleados o colaboradores puedan desarrollarse como personas y como profesionales en el lugar adecuado. Si actuasen así, ganarían en productividad y eficiencia, otras dos cualidades que nos van a exigir. Los que mandan son generalistas que dirigen a especialistas, a los trabajadores del conocimiento, a aquellos que, como dijo Peter Drucker, llevan los medios de producción consigo permanentemente, entre oreja y oreja, en su cabeza.

Sea como sea, nuestra condición humana –circunstancia que nunca debemos perder de vista–, nos hace estar llenos de contradicciones: todos nos creemos más de lo que somos, y eso es algo que también debemos tener en cuenta. Como dice sabiamente el refranero, «de su propio talento, ninguno hay descontento»… y así nos va.

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