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Moda circular: un armario con buen fondo

Consumimos a una velocidad salvaje. ¿La mayor prueba de ello? Nuestros armarios. Cada vez compramos más y más barato, y nos desprendemos de las prendas con mayor facilidad: olvidamos, temporalmente, que cada camisa o pantalón tiene un impacto en el medio ambiente. Frenar el ‘fast fashion’ pasa por entender que la ropa también es residuo. ¿Y si eso que tiramos fuese, además, una oportunidad para las personas más vulnerables de la sociedad?

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29
agosto
2019

Hubo un tiempo en el que poseer más de un conjunto de ropa era algo excepcional. Fue entre finales del siglo XVIII y principios del XIX, en Londres, París o cualquier Estado americano recién creado. Solo las mujeres y los hombres de clase alta cambiaban de vestuario varias veces al día según la actividad y el tipo de evento: desayunos, comidas, cenas, paseos, bailes o reuniones debían atenderse de diferente manera. Los vestidos y trajes, compuestos por capas y capas de tejido, eran un símbolo de riqueza en una época en la que escuchar el crujir de las telas en movimiento era motivo de deleite, de seducción incluso. Sin embargo, aunque condicionados por un estricto protocolo que prohibía repetir indumentaria, es probable que aristócratas como María Antonieta de Austria tuviesen menos prendas en sus ‘alcobas’ que las que guardamos actualmente en nuestros armarios.

En tiempos de followers e influencers, la ropa se ha convertido, al compás del clic, en una herramienta de usar y tirar con una vida útil cada vez más corta. Reparar ya no es casi opción bajo el razonamiento de que sale más a cuenta comprar una prenda nueva (por Internet, donde estos productos son el bien tangible más vendido). Los datos avalan este fenómeno en crecimiento. Según un estudio de la Fundación Ellen MacArthur, institución enfocada a acelerar la transición a una economía circular, la industria mundial de ropa ha pasado de producir 50.000 millones de prendas en 2000 a 100.000 millones en 2015. En estos quince años, el consumidor medio ha pasado a comprar un 60% de prendas más y a utilizarlas la mitad de tiempo. Conocido como fast fashion, en este sistema únicamente un 1% de los materiales que se usan para fabricar prendas se recicla. De los reutilizados, apenas el 13% vuelve al sector textil. Estas cifras reflejan no solo el apetito voraz por el consumo, sino una dinámica que impacta directamente en el medio ambiente.

Cada ciudadano genera 14 kilos de residuos textiles al año, la mayoría de difícil reciclado

Así, el binomio de comprar y tirar parece tener dos precios: el de la etiqueta y el que corre a cargo del planeta. «El modelo de moda que hay actualmente no es sostenible; no puede ser que el 80% de una serie de camisetas que compras por tres euros acabe en el vertedero en menos de dos años». Con estas palabras, Javier Goyeneche, fundador de la firma sostenible Ecoalf, recuerda lo que supone cada adquisición low cost. «Hay una cultura asociada al mundo de la moda que promueve que haya una tendencia nueva cada semana. Eso es irreal y provoca que se acaben inventando tendencias para justificar ventas que en poco tiempo serán deshechos», arguye. Y es que la producción de residuos textiles no ha parado de crecer hasta convertirse en uno los mayores desafíos a los que se enfrenta el sector y, en general, el mundo entero. Solo en España, la Asociación Ibérica de Reciclaje Textil (Asirtex) señala que cada ciudadano genera anualmente 14 kilos de residuos, gran parte de los cuales es de difícil reciclado, por ser fibras sintéticas o derivadas del petróleo que acaban uniéndose a esas ocho millones de toneladas de plásticos que naufragan –o mejor, se hunden– cada año en nuestros océanos.

A gran escala, el informe publicado en 2019 por el comité medioambiental de la Cámara de los Comunes británica La moda no debería costarnos la Tierra apunta a la producción textil como un agravante del cambio climático mayor que el del transporte aéreo y marítimo juntos. Sin embargo, contaminar no es la única consecuencia del fast fashion. «Para producir un kilo de algodón, se utilizan 3.000 litros de agua. En cambio, si lo reciclas en su totalidad, el consumo de agua es cero», apunta Goyeneche. Ante esta ecuación, el emprendedor y promotor del proyecto Upcycling The Oceans –que se dedica a recoger la basura del fondo del mar y recicla el PET para obtener poliéster–, lanza una recomendación: «No podemos cerrar los ojos ante cómo está hecho un producto, porque esa camiseta o ese pantalón que compramos está dejando una huella ecológica que, muchas veces, va unida al precio». Así, a nivel ciudadano, el reciclaje y la reutilización de la ropa se presentan como una solución ante ese fenómeno de consumo salvaje. Pero la circularidad intrínseca en ambas propuestas ha hecho que también cada vez más empresas tomen conciencia de la generación masiva de residuos textiles y opten por incorporar estos métodos sostenibles en sus modelos de negocio.

Entre ellas, el Grupo El Corte Inglés, inmerso en el sector de la moda desde hace 75 años, reconoció en 2017 la necesidad de formular un plan de gestión de los desechos textiles que impulsase a la compañía a dar un paso más hacia esa economía circular que todos aspiramos a alcanzar de cara a 2030. La respuesta llegó de la mano de Cáritas, la ONG católica que desde 1947 busca erradicar la pobreza y apoyar el desarrollo integral de las personas en riesgo de exclusión social. La colaboración entre ambas entidades ha culminado este año en el proyecto Moda Circular, una iniciativa de venta de moda sostenible que, a su vez, favorece la inserción laboral y social de personas en situaciones de vulnerabilidad. «No solo es innovador, sino que aboga por una triple sostenibilidad: económica, porque el precio sigue siendo competitivo; social, porque se crean puestos de trabajo, y medioambiental, porque toda la cadena de producción es sostenible», explica Lucas Urquijo, responsable de Acción Social de El Corte Inglés.

Moda Circular

Si se buscase el inicio de un proceso circular, este empezaría con un rectángulo. Más bien, con un contenedor. En los últimos años, El Corte Inglés ha ido incorporando puntos de reciclaje de ropa con el símbolo de Cáritas en sus centros de todo el territorio nacional. Allí se recogen las prendas que se utilizarán para, según Urquijo, darle un destino más ético. De la ropa recopilada, un 10% se convierte en energía para alimentar las plantas de tratamiento, el 30% se recicla y el 60% se reutiliza. «Lo textiles que no sirven, pero que mantienen sus propiedades, pasan al upcycling, un proceso por el que se utilizan las hilaturas del residuo para fabricar nuevas prendas de calidad. Si la materia prima no es apta, los materiales pasan al downcycling, por el que se producen materiales de menor calidad, como borra para sofás, almohadones o moquetas», detalla Urquijo. Algunas de las colecciones de la marca propia de El Corte Inglés, Easywear, están fabricadas con hilo reciclado procedente del proceso de Upcycling. «Fomentamos la economía circular a la vez que impulsamos la moda de calidad», añade Urquijo. Así, según datos ofrecidos por la compañía, solo en 2018 se ha logrado ahorrar más de 180.000 m³ de agua –equivalentes al consumo anual de más de 1.500 hogares– y se ha evitado la emisión de más de 3.800 toneladas de CO₂.

El proyecto Moda Circular fomenta la inserción laboral de personas vulnerables a través de la venta de prendas sostenibles

El destino de la gran mayoría de lo recogido pasa a unas manos muy distintas: a las de los clientes de las tiendas Moda Re de Cáritas. Rubén Requena, responsable del proyecto, explica que estos locales de ropa de segunda mano nacen de la idea de considerar la ropa como un recurso generador de empleo. «Las tiendas actúan como una empresa de inserción en la que se enseña a trabajar trabajando», aclara. En la actualidad, 750 personas trabajan en ellas, de las que 450 proceden de situaciones sociales vulnerables. Durante tres años tienen la oportunidad de trabajar en Moda Re con el objetivo de, posteriormente, encontrar trabajo en otro lugar. Por el momento, el éxito de inserción es del 65%. «Se trata de poner a esas personas en la casilla de salida, pero de otra manera: pasan de ser perceptoras de ayudas sociales a tener su sueldo y pagar sus facturas, y eso supone un cambio radical en la trayectoria vital de cualquiera», sostiene Requena. Con la aparición de esta nueva manera de vender ropa de segunda mano –que, remarcan desde la entidad, «es de gran calidad»–, también se ha transformado el modo de entregar la ropa. «A aquellos que realmente necesitan ropa, se les da un vale que pueden canjear en la tienda por lo que quieran. Esto dignifica la manera de dar, porque no es lo mismo ir a una parroquia que a una tienda y elegir y probarte lo que más te guste».

En el último año, en los contenedores que Cáritas tiene en los centros de El Corte Inglés se depositaron 110 toneladas de ropa. Así, en 2018, Cáritas recogió en total 32.000 toneladas de ropa usada. No obstante, esta cifra representa un porcentaje mínimo: no sobrepasa el 10% de la ropa que anualmente acaba en los vertederos en España. Resurge así la gran pregunta de qué podemos hacer nosotros para acabar con la cultura de lo que algunos ya llaman ultra fast fashion.

Para Gema Gómez, fundadora y directora de la plataforma de apoyo al desarrollo sostenible de marcas Slow Fashion Next, lo primero que hay que hacer es abrir nuestros armarios. «Si nos detuviésemos a mirar, veríamos que tenemos ropa para los próximos diez años». Pero cambiar esta conciencia a nivel individual no es sencillo. De ahí que añada una segunda alternativa sostenible: la de apoyar un modelo de negocio que sea diferente al del fast fashion: un intercambio de ropa con amigas o familiares, comprar ropa reciclada y reciclable e, incluso, alquilar prendas.

En esta línea, Gómez y el resto de expertos ponen la esperanza en los jóvenes. «Aunque son más caprichosos y van con el piloto automático, estas propuestas les calan y cada vez están más dispuestos a comprar ropa sostenible, reciclada o de segunda mano». Y concluye: «Para ellos, los modelos tradicionales quedarán obsoletos y las empresas que no sepan adaptarse no sobrevivirán».

Así, pisar la palanca de freno que revierta el movimiento de la industria del fast fashion está en manos de las nuevas generaciones. Sin embargo, en el camino hacia un mundo de la moda más sostenible todos podemos empezar a desacelerar. La primera parada es la de tomar conciencia de que tras cada vestido, camisa o pantalón hay, o no, una oportunidad para el planeta y para el resto de la sociedad.

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