Los árboles hablan: llevamos un siglo de sequías fruto del cambio climático
Una investigación de la Universidad de Columbia que ha estudiado los anillos de árboles centenarios confirma lo que los científicos ya sospechaban: el cambio climático y la actividad humana son culpables de la desertificación que se produce desde principios del siglo XX.
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Según los códigos populares, el verde es el color de la esperanza. Y no es casualidad que esa tonalidad sea la más común a las hojas de los árboles, los pulmones del planeta que permiten respirar a los nuestros. En un mundo expuesto a la crisis climática, las sequías y la desertificación amenazan con acabar con las grandes superficies arboladas en casi todas las regiones. Pero, como indican las investigaciones recientes, no es un problema del presente y del futuro, sino que ha estado cocinando a fuego lento: un nuevo estudio afirma que todo este proceso en realidad empezó hace más de un siglo y que la huella del ser humano, principal causante del calentamiento global, está presente en las grandes sequías acaecidas desde principios del siglo XX –e incluso antes– en todo el globo.
El nuevo estudio del Instituto de la Tierra de la Universidad de Columbia (EE.UU) –dirigido por la investigadora del Instituto Goddard de Estudios Espaciales de la NASA, Kate Marvel, y publicado en la revista científica Nature–, confirma lo que ya se sospechaba en los círculos científicos: existe una relación clara y evidente entre las actividades humanas y las sequías y, por tanto, también con las precipitaciones (ya sean en exceso o su ausencia) del último siglo. A pesar de que el aumento de las temperaturas está ampliamente documentado en las últimas décadas, esta es la primera vez que se demuestran con pruebas irrefutables los efectos globales a largo plazo en los suministros de agua que abastecen ciudades y campos de cultivo. La investigación realiza un estudio de los anillos de árboles centenarios para corroborar que el incremento de emisiones de gases de efecto invernadero producidas por la actividad humana fueron la causa de las sequías a nivel mundial ya en el año 1900. Y la naturaleza no deja lugar a dudas: los anillos de los árboles –que responden a la temperatura y a las lluvias, o a la ausencia de las mismas–, confirman que los modelos informáticos sobre el pasado y el futuro del clima son correctos.
Según la investigación, la relación entre especie humana y desertificación del planeta es evidente y queda probada.
Los modelos climáticos usados hasta ahora predecían los escenarios futuros a los que nos podríamos enfrentar y arrojaban algo de luz sobre los ya vividos en el pasado pero, a falta de un histórico detallado de datos sobre las precipitaciones, no dejaban de ser especulaciones sobre lo que podría haber sido y que lo podría ser. Ahora, la investigación de Marvel confirma el trabajo que la comunidad científica había estado desarrollando en los últimos años. «Las reconstrucciones realizadas gracias los anillos de los troncos de los árboles nos permiten volver atrás en el tiempo y conseguir una imagen global de las condiciones de las sequías años antes de la Revolución Industrial», explica la autora del estudio en la revista National Geographic.
Los científicos llevan años diciendo que uno de los efectos más visibles del cambio climático será –y ya es– el aumento de sequías en algunas zonas del mundo y de lluvias torrenciales en otras. Aunque el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) es bastante cauto a la hora de relacionar determinadas catástrofes naturales con la acción del ser humano, según los autores de esta nueva investigación, la relación entre especie humana y desertificación del planeta «es evidente y queda probada».
Para llevar a cabo este estudio, se han combinado los modelos informáticos con la dendrocronología –la parte de la botánica que estudia la edad de los árboles y los cambios que ha sufrido a través del estudio de sus anillos– y las observaciones a largo plazo no solo de las precipitaciones, sino también la humedad del suelo, basada en un frágil equilibrio entre precipitaciones y evaporación del agua. Con árboles de entre 600 y 900 años se determinó la humedad del planeta antes de que las emisiones de gases de efecto invernadero empezasen a elevarse. Después, se compararon esos datos con los obtenidos del estudio de los anillos de árboles del siglo XX para comprobar cómo a principios del siglo pasado ya se podía observar un aumento de emisiones de efecto invernadero que quedaban reflejadas en los árboles.
Los cambios sistémicos en el hidroclima del planeta llevan más décadas de lo que creíamos produciéndose
Los resultados reflejan cómo la actividad humana afectaba al planeta ya a principios del siglo XX y finales del XIX. Para argumentarlo, el estudio divide los últimos 120 años en tres periodos específicos en los que, además, coinciden tanto el estudio de los anillos de los árboles como los modelos climáticos existentes. El primero de ellos se extendería entre 1900 y 1949, y en él se observa que en zonas como Australia y el Mediterráneo daba comienzo el proceso de desertificación que continúa hasta ahora, mientras que en sectores de Asia central se daba el efecto contrario. El segundo periodo se encontraría entre 1950 y 1975, cuando comenzó a extenderse en muchos países el uso de vehículos impulsados por combustibles fósiles. Los gases emitidos por los tubos de escape de los coches y otros usos de este tipo de «energías sucias» llegaron a tales niveles que crearon una «pantalla de bloqueo de la luz solar» que enfriaba el planeta a la vez que daba paso al efecto invernadero. En el último periodo, que empieza en 1981 y termina en el 2017, se vislumbra una correlación entre las emisiones y el aumento de la temperatura media del planeta, que provoca sequías y lluvias torrenciales que destrozan cultivos y obligan a miles de personas a buscar un nuevo hogar.
Con datos como estos sobre la mesa, cada vez más se hace más difícil negar que el cambio climático y sus consecuencias van de la mano de la actividad humana. Algo especialmente preocupante ya que, como decía el diplomático francés René de Chateaubriand en el siglo XIX, «los bosques preceden a las civilizaciones, los desiertos las siguen». Si continuamos así, en los próximos años veremos cómo la desertificación crece y cómo las precipitaciones tenderán o bien a desaparecer por completo o a aumentar en extremo en zonas donde eso no ocurría, como en vastas zonas de América del Norte y Eurasia. No es una distopía ni una ficción literaria: si no actuamos a tiempo, los futuros habitantes del planeta no tendrán árboles en los que medir las precipitaciones… Si es que aún las hay.
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