Opinión

El príncipe moderno

La crisis económica ha acelerado el ritmo de los cambios políticos en todo el mundo. El politólogo y profesor en la Universidad Carlos III de Madrid Pablo Simón analiza este fenómeno y sus derivadas en ‘El príncipe moderno’ (Debate).

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12
febrero
2019

Me pregunto si, en las actuales circunstancias, no podría surgir un príncipe moderno, alguien virtuoso en el desempeño de las funciones públicas, alguien cuyo ánimo no pudiera traer tanto la felicidad a sí mismo como a aquellos que son miembros de su comunidad política. Y no puedo por menos que decir que, difícilmente, ha existido un tiempo en que sus servicios hayan sido más necesarios y sus condiciones, más favorables.

Quizá era necesario que llegara un momento en el que todo aquello que parecía sólido se moviera bajo nuestros pies, en el que los grandes cambios de nuestra época se acelerasen, para que se tomase conciencia de cuán necesario es recuperar la centralidad de la política. Nace aquí un destello de esperanza y, tal vez, vernos cada vez más cerca de un sendero inexplorado que empuje a dar un paso a aquellos que saben que la política constituye la única hipótesis que se contrasta con su ejercicio.

«No creo que se requiera de él una gran formación, ni ser docto en muchos campos, pues el conocimiento corre el riesgo de entorpecer la acción intuitiva de la política»

No creo que se requiera de él una gran formación, ni ser docto en muchos campos, pues el conocimiento corre el riesgo de entorpecer la acción intuitiva de la política. Tampoco es recomendable tener en él a un fanático, alguien de ideas duras como un pedernal. Si fuera el caso, difícilmente podrá cambiar su proceder ante el cambio en las circunstancias. Como diría Isaiah Berlin, demasiado erizo y muy poco zorro.

El príncipe bien podría ser alguien que tenga tres o cuatro principios claros, pero la suficiente flexibilidad para perseguirlos adaptándose a las circunstancias. Alguien que, si es posible, asuma que las transformaciones pueden ser aquí y ahora, abrazando la idea de que resulta preferible encender la luz a esperar a que salga el sol. Un príncipe quizá con suficiente empatía para colocarse en el lugar de aquellos de quien se siente conciudadano, sin que eso le haga perder de vista el gran guion de la obra. Que sepa de lo que habla y se crea lo que dice, pero, muy especialmente, alguien que, aún teniendo las mejores aptitudes, sepa, sobre todo, rodearse de aquellos que son mejor que él.

En un momento en el que ni siquiera está claro que planteemos las preguntas correctas a los dilemas de nuestro tiempo, en el que los acordes de la política suenan con una partitura nueva, y pese a que la trampa de las expectativas jugará siempre en su contra y harán su obra ingrata a los ojos de muchos, no cabe duda de que hacen falta más príncipes que nunca.

Póngase a su servicio la ciencia de la política y reconozcamos juntos, yo el primero, el gran valor de su empresa.

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