Cultura

‘Los desconectados’: apagados o fuera de cobertura

Mientras gran parte de la población vive pegada al teléfono y al ordenador, cada vez son más las personas que eligen vivir al margen de Internet y las redes sociales por voluntad propia.

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10
enero
2018

Hace años que los despertadores que encendían la radio cuando era hora de levantarse no habitan las mesillas de noche. Mandar un SMS es un gesto casi tan romántico como enviar una postal, y comprar físicamente películas y series de televisión se ha convertido en una costumbre propia de coleccionistas. Esos cambios cotidianos se deben, en gran medida, a la llegada del teléfono móvil, que ha permitido tenerlo todo en un solo dispositivo que siempre está en nuestro bolsillo. Así, podemos enterarnos al momento de las últimas noticias, contestar correos electrónicos desde la cama o localizar a nuestros amigos del instituto tras años sin verlos, pero… ¿A qué precio?

Si hace unos años se hablaba de los góticos, los raperos o los punkies, hoy una nueva ‘tribu’ urbana se asienta cada vez más en las grandes ciudades: los desconectados. No llaman la atención por llevar una determinada ropa, muchos pendientes o el pelo de colores, pero sí los reconocerás cuando intentes mandarles una petición de amistad y te vuelvas loco pensando que acabas de conocer a alguien que no existe. O, al menos, no en la red.

Más de 50.000 millones de mensajes se envían a diario por WhatsApp en el mundo

A mediados de 2017, Facebook anunció que había superado ya la barrera de los 2.000 millones de usuarios activos, cifras que la convertían en la red social con mayor número de seguidores. Tras ella se encuentran plataformas como YouTube –que supera de largo el millar de registros– y otras como Instagram, Google+, Twitter, LinkedIn o Snapchat, que siguen lejos de las cifras conseguidas por la red social de Zuckerberg pese a sumar un número creciente de adeptos. Aunque se trate de una aplicación móvil de mensajería y no una red social como tal, también cabe mencionar el papel de WhatsApp, propiedad de Facebook desde el año 2014 y utilizada como vía de comunicación por más de 1.200 millones de personas cada día.

Según un estudio reciente, el 5% de los españoles sufre adicción al móvil, y más del 15% hace uso excesivo del mismo, a unos niveles que podrían llevar consigo otros problemas como ansiedad, depresión o alcoholismo en casos extremos. Se trata de una adicción que preocupa a psicólogos y a padres, ya que afecta sobre todo a los más jóvenes, que han tenido móviles desde edades muy tempranas y casi no pueden imaginar su vida sin ellos, ni dentro del ámbito académico ni de su tiempo de ocio.

La ‘nomofobia’ es considerada por algunos expertos como ‘la epidemia del siglo XXI’

Así, mientras la inmensa mayoría de la población utiliza a diario el teléfono móvil e incluso reconoce ser incapaz de salir de casa sin él  –una patología denominada ‘nomofobia’ y considerada por algunos expertos como ‘la epidemia del siglo XXI’–, unos pocos han decidido alejarse de la vorágine de vivir conectados las veinticuatro horas al día.

Carlos tiene 27 años y pertenece a esa pequeña ‘resistencia’ que ha decidido vivir al margen de redes sociales como Facebook, Twitter o Instagram. La pérdida de tiempo navegando en los perfiles de los demás es uno de los problemas que señala el joven, desconectado desde hace años por voluntad propia. «Tampoco me gusta airear lo que hago o dejo de hacer, y me resulta un lenguaje muy artificial en el que creas un escaparate para mostrar solo lo que tú quieres que la gente piense de ti. Tener Facebook alimenta algo que a mí me parece claustrofóbico: tener la obligación de pertenecer a un estereotipo o a una etiqueta», explica Carlos. Aunque reconoce que nunca llegó a sentirse marginado por ello, el miedo al aislamiento social es uno de los principales problemas que ven quienes no se atreven a dar el paso, aunque al final muchos eligen proteger su privacidad y sus datos antes que poder estar en contacto constante con el mundo.

Hace apenas unos meses, salió al mercado una nueva versión del icónico Nokia 3310, que llegó a ser uno de los modelos más populares de la marca en el año 2000. Ahora, aunque reinventado con un diseño más actual y un precio mucho más bajo que el de los últimos smartphones, se ha convertido en uno de los buques insignia para estos ‘desconectados’ que buscan solo un terminal desde el que hacer llamadas y enviar SMS. Sea por motivos económicos, nostálgicos o por la necesidad de desconexión, la compañía finlandesa asegura haber vendido más de trece millones y medio de terminales en el último trimestre de 2017. Sin embargo, el uso de teléfonos inteligentes que permitan bajarse aplicaciones de mensajería y redes sociales es la opción utilizada por una mayoría abrumadora de usuarios: alrededor de 50.000 millones de mensajes se envían a diario por WhatsApp en el mundo y, con ellos, los pequeños dramas cotidianos con la última hora de conexión o con la falta de respuesta pese a ver el doble check azul.

Aprovechar más el tiempo y vivir con menos estrés, entre los beneficios

Estos problemas suenan ajenos para los ‘desconectados’ que, pese a los inconvenientes obvios, señalan grandes beneficios físicos y psicológicos. Enric Puig Punyet, doctor en Filosofía por la Universidad Autónoma de Barcelona, es uno de los grandes abanderados de este movimiento y el autor del libro La gran adicción. Cómo sobrevivir sin internet y no aislarse del mundo (Editorial Arpa), en el que recoge los testimonios de personas que han decidido desconectarse de la red ya no tanto por romanticismo como por salud.

«Sentía saturación tras horas y horas navegando a la deriva, saltando de una página a otra sin ton ni son, viajando de un hipervínculo a otro, en apariencia haciendo de todo, pero en el fondo no haciendo absolutamente nada. Sentía que internet me estaba esclavizando, que era una relación parasitaria que afectaba a mi dinámica familiar», declaraba hace unos meses al diario El Mundo. Como él, decenas de ‘desconectados’ coinciden en destacar que no han notado una alteración significativa en sus trabajos o sus relaciones sociales. Al revés, como señala Puig Punyet, se da una gran paradoja en la que «los desconectados sienten que reconectan con el mundo real».

Escribía el poeta David Refoyo que «la era de la comunicación no garantiza el contacto» y ese es precisamente uno de los grandes beneficios en el que coincide la mayor parte de la ‘tribu’ de los desconectados: recuperan las conversaciones profundas y sin prisa, reducen el estrés, aprovechan más el tiempo laboral y de ocio y se centran en vivir unas relaciones más auténticas sin importar lo que los demás van a ver en las redes. Y, así, quién no querría ser un outsider.

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