Educación

¿Abuelos felices o abuelos cautivos?

El 59% de los abuelos está involucrado de manera activa en la crianza de sus nietos. Algunos emplean hasta 6 o 7 horas diarias en su cuidado.

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01
septiembre
2017

«¿Os acordáis cuando…?». Una vez por semana, Amelia García se reúne con su grupo de amigas. Las remembranzas acumuladas durante sus 91 años de biografía son su mayor riqueza, y el guion de todas sus conversaciones. «Siempre hablamos de lo mismo. Miramos el retrovisor de la vida», nos cuenta. Al fin y al cabo, el recuerdo es un bálsamo que vivifica.

A lo largo del viaje, Amelia se ha hecho con todos los títulos disponibles: el de esposa, el de hija, el de madre, el de abuela y, ahora, también el de bisabuela. «Cuando me casé, dejé mi trabajo felizmente porque mi ilusión era crear una familia. He podido atender a mis padres, a mis hijos, a mis nietos… Me he encargado del cuidado de todos ellos y de las tareas de la casa. Éramos lo que llamábamos ‘marujas’».

El 59% de los abuelos está involucrado de manera activa en la crianza de sus nietos

Amelia incide en el «cambio brutal», en forma y fondo, que se ha producido en tan solo 50 años con relación a la familia: la incorporación de la mujer al mercado laboral, el retraso de la mortalidad y la propia evolución del comportamiento de las sociedades occidentales ha desbaratado los roles que hasta ahora habían adquirido tanto padres como abuelos. «Hoy, muchos abuelos vuelven a ser padres con 70 años… eso antes no ocurría. Yo de siempre he conocido en mi casa a mi abuela porque se había quedado viuda. Pero era la princesa de la casa, llena de atención y cariño», narra Amelia.

«Antes, el abuelo era una figura a la que se le respetaba muchísimo, más imponente; había cariño, pero se transmitía de otra forma», afirma Francisco Muñoz, presidente y fundador de Abuespa. Lo cierto es que los abuelos modernos ya no son esos que consienten a los nietos, que les compran chuches y les dan la paga. La paga, en muchos casos, ha sido sustituida por su mantenimiento: muchos comen y meriendan todos los días en casa de los abuelos y otros tantos han podido continuar sus estudios gracias a su apoyo económico. La crisis y la falta de conciliación laboral y familiar hacen que este escenario se repita en miles de hogares españoles.

Del favor al abuso

Los abuelos se han convertido en imprescindibles para sus hijos a la hora de organizar la vida de la familia, los horarios de los nietos, las recogidas del colegio, las extraescolares o las visitas al médico. De acuerdo con un estudio de la Fundación Pfizer, el 59% de los abuelos está involucrado de manera activa en el cuidado de sus nietos. La encuesta Mayores 2010 del Ministerio de Sanidad y Política Social señala que muchos de ellos les dedican entre 6 y 7 horas diarias. «Muchos abuelos se olvidan de disfrutar de su tiempo libre, en parte porque los hijos dan por hecho que sus padres van a estar disponibles. Anteponen las necesidades de hijos y nietos a las suyas propias, y algunos llevan una rutina más estresante que cuando trabajaban», sostiene la psicóloga Lucía Martín.

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Según una en encuesta del CIS de 2015, la mayor parte de los españoles considera que la principal contribución que en la actualidad realizan los abuelos a la sociedad es ayudar económicamente a sus familias, por delante de mantener la familia unida. «Que la ayuda económica prime frente al mero disfrute de los nietos refleja una visión utilitaria de los abuelos», opina Mercedes Villegas, directora de la Fundación Amigos de los Mayores. «Es paradójico porque, por otro lado, existe una concepción social que considera que las personas mayores ejercen un rol pasivo demandante, mero receptor de servicios. Y muchas de ellas no quieren sentirse así», explica. «A eso se suman tantos y tantos casos de soledad no deseada, que les conduce a un sentimiento de aislamiento y de vulnerabilidad», apostilla.

Lucía Martín, psicóloga: «Los hijos deberían hacer un ejercicio de empatía. A veces dan por hecho que están disponibles»

«Vivimos en una sociedad en lo que no sirve, se tira. Igual que si se te estropea una televisión o una plancha compras otra. Si no nos ponemos al día, si no somos capaces de manejar un teléfono, hablar de música, de teatro o del fútbol de hoy, nuestros nietos, aunque no quieran, van a pensar que su abuelo es un inútil», opina Francisco Muñoz, de Abuespa. «Tenemos que luchar por ponernos en marcha, por reciclarnos. Tenemos experiencia, sí, pero esa experiencia puede ser baldía. Ahora bien: cómo te traten tus hijos dependerá mucho de cómo te vieron tratar a tus padres», matiza.

Muñoz advierte: «Los abuelos están para ayudar, no para aprovecharse de ellos». Como abuelo de seis nietos, asegura que «en la mayoría de los casos cuesta decir que no, da un poco de miedo, por si no vuelven a llamar» y advierte que «en los hijos está el no abusar, el diferenciar la necesidad del capricho».

¿Dónde están los límites?

«Los hijos deberían hacer un ejercicio de empatía para con los abuelos. A veces dan por hecho que los padres van a estar disponibles», coincide Lucía Martín. «Por un lado, los abuelos ejercen una función protectora y, por otro, está el deseo de seguir sintiéndose necesarios. Hablamos, además, de personas con una educación en el esfuerzo, en el sacrificio, en la competencia y en la eficacia muy alto. Me encuentro con personas mayores con un nivel de exigencia personal potente, que ante este nuevo rol de cuidadores tienen la sensación de tener que estar a la altura, lo que les afecta a nivel emocional», cuenta la psicóloga.

Francisco Muñoz (Abuespa): «Tenemos que luchar por ponernos en marcha, por reciclarnos»

Martín habla de «roles en construcción», que se van aprendiendo sobre la marcha. «Tenemos un modelado, pero cada adulto tiene derecho a desarrollar el rol parental desde el propio criterio. Hay abuelos que se meten mucho en el proceso educativo, otros pecan de prudentes. Es importante poner bien esos límites, para que cada miembro pueda vivir esos roles de manera adecuada». La experta sostiene que la clave está en una comunicación asertiva. «Se nos olvida el expresar abiertamente que sentimos, en qué estamos de acuerdo y en qué no. Desde el diálogo y el respeto es fácil llegar a esos acuerdos».

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