Ciudades

Ciudades verdes y caminables: una urgente necesidad

Las ciudades se han convertido en centros de aglomeración, donde la gente ha olvidado caminar, y si lo hace es en una cinta oyendo música tecno entre paredes de hormigón.

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06
julio
2017

Cuando la arquitectura de su esqueleto aseguró el equilibrio del tronco sobre las piernas y de la cabeza sobre la columna, los primeros homínidos se hicieron bípedos y desde entonces no han dejado de caminar.

Desde algún lugar de África, eso primeros homínidos se levantaron hace 4 millones de años, y desde allí atravesaron desiertos, sierras, océanos, cordilleras y se extendieron por los confines del mundo, interactuando con el espacio natural mientras formaban parte de él.

Sin embargo, en este camino de la evolución humana, el hombre ha llegado en estas últimas décadas a aglomerarse en grandes urbes y a depender de medios de transporte mecánicos, ajeno ya a montes, valles, ríos, perdiendo ese contacto íntimo con la naturaleza, y olvidándose de caminar.

Hasta tal punto ello es así que caminar en la naturaleza no es ya una actividad connatural a la propia existencia, sino que se apunta en la agenda, por recomendación médica, para no tener problemas de salud. Muchos caminan en una cinta oyendo música tecno y rodeados de hormigón.

«Ese caminar en la naturaleza tiene la grandeza de situarnos en la justa dimensión que ocupamos en el mundo»

Algunos sentimos la llamada a lanzarnos a caminar en la naturaleza, como una necesidad, que nos ayuda a encontrarnos con nosotros mismos, liberarnos de las cadenas que nos atenazan y ser realmente felices.

Que esa llamada es algo connatural al ser humano lo demuestra que caminar sea la primera aventura de todo niño que, sintiendo esa necesidad, deja de gatear y se yergue, para con pasos trémulos avanzar y, es también la última claudicación del viejo, cuando ya cansado del camino, se tiende, esperando la muerte.

Ese caminar en la naturaleza tiene la grandeza de situarnos en la justa dimensión que ocupamos en el mundo, lo que nos reconcilia con nosotros mismos, con los demás, con la biosfera, y es, precisamente, en ese estado espiritual, cuando surgen nuestras mejores y más sanas ideas.

Muchos y buenos filósofos, pensadores y escritores han escrito sobre esta sensación tan placentera.

Hace unos años leía un precioso artículo de Emma Rodríguez, que bajo el título «Tras los pasos de Walser y demás caminantes», recogía las sensaciones que experimentaron grandes de la literatura y la filosofía al caminar. Fue leyendo ese artículo cuando descubrí los escritos de Robert Walser o de Tomas Espedal.

Todos ellos nos invitan de un modo u otro a caminar, a sentir lo que ellos sintieron y a reflexionar con ellos caminando, saboreando con cada paso, la brisa del viento, los rayos de sol, el piar de los pájaros, el ruido de las ramas bajo nuestros pies, las gotas de lluvia. Caminar en la Naturaleza acompasa nuestro biorritmo, por eso, y porque nos sentimos aceptados por ella como parte de la misma, sale de nosotros el propósito desesperado de proteger nuestro planeta como una joya irremplazable, y de “arborizar nuestras ciudades” para transitar por ellas como por espacios naturales.

Precisamente esa fue la tarea que se propuso hace una década el arquitecto italiano Stefano Beori, la de construir ciudades cubiertas de vegetación, y reforestar y renaturalizar las grandes urbes.

La primera de ellas la está llevando a cabo el arquitecto italiano en China, donde está construyendo “Liuzhou Forest City”, una ciudad situada en la provincia montañosa de Guangxi, que albergará a 30.000 almas y tendrá una superficie de cerca de 175 hectáreas poblada de 40.000 árboles y alrededor de 1 millón de plantas de más de 100 especies. Una vez terminada, en 2020, Liuzhou Forest City será capaz de absorber cada año alrededor de 10.000 toneladas de CO2 y 57 toneladas de partículas contaminantes, produciendo unas 900 toneladas de oxígeno.

Beorí ya fue premiado en 2015 por su segundo gran proyecto: el “Vertical Forest” la construcción de dos torres residenciales de 110 y 76 m de altura, en Milán con 900 árboles, 20.000 plantas forestales y arbustos de una amplia variedad distribuidas según la exposición solar de la fachada. Un proyecto de reforestación metropolitana que será replicado en muchas partes del mundo (Nanjing, Shanghai y Shenzhen) y contribuirá a la regeneración del medio ambiente y la biodiversidad urbana sin la implicación de ampliar la ciudad sobre el territorio.

Cada Bosque Vertical equivale, en cantidad de árboles, a un área de 20.000 metros cuadrados de masa forestal. En términos de densificación urbana, es el equivalente de un área de una vivienda unifamiliar de casi 75.000 metros cuadrados. El sistema vegetal del Bosque Vertical contribuye a la construcción de un microclima, produce humedad, absorbe CO2 y partículas de polvo y produce oxígeno, protege a las personas de la contaminación acústica y aumenta la biodiversidad, ayudando a establecer un ecosistema urbano donde un tipo diferente de vegetación crea un entorno vertical que también puede ser colonizado por pájaros e insectos y por lo tanto se convierte en un imán y símbolo de la colonización espontánea de la ciudad por la vegetación y por la vida animal. La creación de una serie de bosques verticales en la ciudad puede establecer una red de corredores ambientales que darán vida a los principales parques, uniendo el espacio verde de avenidas y jardines y entrelazando varios espacios de crecimiento espontáneo de la vegetación.

«Los problemas del futuro de las ciudades son los problemas del futuro de la Humanidad»

Junto con la arborización de las ciudades, Crear barrios “20 minutos”, en donde todos los servicios básicos necesarios en nuestros días, queden a menos de 20 minutos caminando, como se propusieron en Portland hace una década con el fin de convertirla en una ciudad sostenible, puede ser otra medida que nos haga volver a caminar entre árboles.

En estos tiempos tan críticos, en que tres cuartas partes de la población del mundo viven en grandes ciudades, y el mundo camina hacia una Pantópolis universal, urge tomar decisiones valientes para poner en práctica proyectos como el de Beori o el que se llevó a cabo en Portland y evitar que las grandes megalópolis se conviertan, como ya está sucediendo, en espacios contaminados, inhabitables y hostiles que requerirán una adaptación nada fácil, donde las enfermedades respiratorias, cardiovasculares y mentales proliferen. Un entorno en definitiva no deseable que obligue a mutar al ser humano.

Los problemas del futuro de las ciudades son los problemas del futuro de la Humanidad. Si el planeamiento urbano que es necesario se orienta a hacer de la ciudad un espacio habitable y caminable, no agresivo, imbricado en la naturaleza y no ajeno a ella, la ciudad se convertirá en un espacio de libertad y bienestar.

Termino con un consejo de Sören Kierkegaard: «Ante todo, no pierdas las ganas de caminar. Yo camino todos los días hasta que alcanzo un estado de bienestar y dejo atrás toda enfermedad; he llegado a mis mejores ideas caminando y no conozco ningún pensamiento tan oprimente que no pueda dejarse atrás caminando».

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