Opinión

La crisis del ébola: errores y desaciertos

En España el ébola no interesó hasta que un compatriota religioso estaba infectado e iba a ser repatriado. En África, ya habían muerto alrededor de 2.000 personas y se habían infectado el doble.

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25
noviembre
2014

A Paciencia Melgar, ejemplo de fraternidad

Cargar las tintas hoy sobre los errores políticos cometidos en la crisis del ébola es empujar un árbol ya caído. Este artículo pretende ir más allá, en un asunto de indudable dificultad (no se conoce un medicamento efectivo, a día de hoy, sobre la enfermedad de ébola y su tratamiento es descarnadamente experimental) pero gestionado en España, y por extensión en Occidente, desde una irresponsabilidad preocupante. La crisis también está presente, y sobre todo, en la gestión de crisis endémicas como la que nos ha explotado con el ébola. Este es el análisis de la actuación llevada a cabo durante las dos primeras semanas de la crisis.

Huelga decir que hasta diciembre de 2013, el ébola no entraba en los hogares occidentales a pesar de existir, al menos desde 1976. En España no interesó hasta agosto de este año –en plenas vacaciones- cuando se nos informó a los españoles que un compatriota religioso estaba infectado de tal enfermedad y que iba a ser repatriado a España. Ya en África, desde que la OMS había advertido de los estragos de la desconocida enfermedad, habían muerto alrededor de 2.000 africanos (negros) y se habían infectado el doble. Pero África queda muy lejos, aunque sólo haya que cruzar el estrecho para entrar en él. El opulento occidental (blanco) miraba desde la distancia a la África negra, nuevamente.

Saltan las alarmas. La crisis para España se inicia un maldito lunes: el 6 de octubre de 2014. Primer caso de ébola en un país fuera de Africa y, por ende, una auxiliar sanitaria infectada por estar en contacto con los dos religiosos españoles expatriados y tratados en un improvisado hospital que ahora el común de los españoles ya conoce con el nombre de Carlos III. El Sistema Nacional de Salud, probablemente uno de los mejores del mundo  -por más que los recortes lo estén dejando en mantillas-, se manifestaba como vulnerable. Saltan todas las alarmas.

En estas situaciones, es imprescindible que las autoridades políticas y sanitarias reduzcan las incertidumbres, tranquilicen a la población, emitan mensajes reales pero positivos para paliar parcialmente la alarma que una enfermedad desconocida, de mortalidad elevada y llena de interrogantes en cuanto a su transmisión entre humanos genera inmediatamente. Podría decirse que todo lo que se hizo durante la primera semana fue lo contrario: descoordinación entre instituciones, ausencia de un portavoz único y cualificado, mensajes no elaborados; ausencia de un comité de crisis… Todos los manuales de comunicación de crisis fijan apenas seis o siete criterios simples y sencillos –en la teoría- pero imprescindibles en estos casos.

Obligación de un protocolo. La existencia de un protocolo de actuación (asistencial, primero; pero también de comunicación) debe estar aprobado antes de que exista una crisis concreta. Es imposible tomar decisiones certeras, sin preparación previa, en momentos de incertidumbre. Al parecer existía ese protocolo de actualización (derivado de la instrucción de la OMS) pero no estaba ensayado: dudas sobre el nivel de protección de los trajes; formación del personal sanitario claramente insuficiente; esclusas minimalistas para cambiarse de traje cuando el problema era de gran envergadura. Da la sensación -y es un juicio de valor- que las autoridades políticas y sanitarias no reflexionaron suficientemente sobre la dimensión hipotética del ébola. Por supuesto no se han  preocupado de África hasta que el problema no ha llegado a Estados Unidos y Europa; y segundo, sólo contemplaron la posibilidad de contagio a la población desde sus despachos enmoquetados; no desde el conocimiento que, por ejemplo, las ONGs tienen desde hace tiempo al tratar de enfermos de ébola en el continente africano. Es clarificador, y muy alentador sino fuese por lo dramático de la comparación, el bajo porcentaje de personal sanitario de oneges afectado, aún trabajando en condiciones mucho más precarias que en un hospital español. ¿Nadie pudo llamar a un miembro de Médicos Sin Fronteras para preguntarle de los riesgos de cambiarse un traje de seguridad? Bob Dylan resuena sin respuesta.

De la crisis de la colza al ébola. Este artículo está escrito desde las entrañas y desde el pensamiento hacia Teresa Romero. Pero también, y modestamente, desde cierto conocimiento del Sistema Nacional de Salud y de la actuación debida en la comunicación de crisis sanitarias desde el síndrome tóxico (1980) hasta el ébola pasando por los enfermos del SIDA, y su tratamiento estigmatizante, por parte de los medios de información, al menos en una primera fase (1981-1991).

Los medios tampoco han actuado con diligencia en este caso. Recuerdo una entrevista a la enfermera infectada, al tercer día de estar hospitalizada, en un canal televisivo. Lo único que le interesaba al periodista era que Teresa Romero echase las culpas a diestro y siniestro. Y lo más importante entonces era –y es- saber qué es lo que falló: un fallo de protocolo, inadecuación del traje o de los espacios destinados, un error humano… Es básico saberlo. No por morbo periodístico. Sino por una razón epidemiológica, un dato científico imprescindible para no volver a cometer el mismo error. ¿Alguien no puede entenderlo?

Ética y show mediático futuro. Vayamos a la ética y al show futuro. Porque seguro que habrá show futuro y los periodistas contribuiremos a ello. Hay quienes se preguntan, ¿por qué el Gobierno trajo a los religiosos españoles con el consiguiente riesgo –como ha quedado demostrado- para sanitarios e hipotéticamente la población española? Lo primero que hay que decir es que el ébola, desgraciadamente, se extenderá por el mundo, como ha ocurrido con tantas y tantas enfermedades y pandemias: sólo hay que pensar, salvando las distancias,  en el SIDA, por ejemplo (en África llevan muriendo como chinches y sólo ahora que la enfermedad se nos acerca, nos preocupamos de ello). Y esta pregunta se hace por muchas personas de buena fe cuando es algo relativamente cotidiano que los Gobiernos occidentales –también el nuestro– negocian con frecuencia con bandas criminales internacionales que secuestran españoles, o negociamos con gobiernos amigos para traer delincuentes españoles a nuestras cárceles. ¿Cómo no hacerlo con quienes han dado su vida por los otros, y no es una metáfora? En mi opinión, existe además una razón de peso: de los demás. Nosotros sí, aunque ello conlleve, a veces, riesgos, calificados por otros, como «colaterales».

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