Opinión

Desigualdad

El editor de Ethic, Pablo Blázquez, reflexiona sobre uno de los riesgos sociales y económicos más graves del siglo XXI, la desigualdad.

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22
mayo
2014

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En el mundo hay 85 tipos que acumulan tanta riqueza como 3.570 millones de personas pobres. Sí, has oído bien: 85 individuos acumulan la misma cantidad de dinero que otros 3.570 millones. Hay datos que te quitan el hipo, que te cruzan la cara, que rebotan en tu cráneo, que se van afilando y al final se te clavan. De nada vale defenderse ante su laxa exactitud, su asexuada objetividad, su frágil envoltorio de neutralidad.

Este dato se basa en cifras del Banco Mundial y lo recoge el informe de Oxfam Secuestro democrático y desigualdad económica, que fue presentado hace unos meses en Davos. No fue una coincidencia que en ese encuentro en el que se reúnen las élites políticas y empresariales de todo el mundo viera la luz también un estudio del mismo Foro Económico, avalado por 700 expertos, cuya idea central es que el principal riesgo de inestabilidad política y económica de nuestro tiempo es la desigualdad. Las alarmas se han encendido y circula cierta consigna: hay que detener la sangría antes de que se produzca un efecto bumerán. [¿Qué hacen todos esos padres de familia a las puertas de un comedor social?]

Dice el periodista Joaquín Estefanía que a partir de los años 80, los manuales de economía hicieron desaparecer de sus páginas el problema de la desigualdad. Si en el siglo XIX matamos a Dios, a finales del XX habíamos llegado a El Fin de la Historia. La lucha de clases se había superado definitivamente, y habíamos hallado, a través del crédito al consumo, la llave que nos abría las puertas de la felicidad. ¿Por qué diantres nos iban entonces a aguar la fiesta con ese rollo trasnochado y proletario de la desigualdad?

Pero ya no vivimos en los años 80. Las atracciones se han ido oxidando hasta dejar de funcionar y los datos circulan por los social media a toda velocidad. Apenas un 1% de la población acapara la mitad de la riqueza (eso sin contar todo lo que está oculto en paraísos fiscales). En Estados Unidos, es de nuevo el 1% de la población más adinerada la que se ha beneficiado de un 95% del crecimiento económico posterior a la crisis financiera. En Europa, los ingresos conjuntos de las 10 personas más ricas superan el coste total de las medidas de estímulo aplicadas en la UE entre 2008 y 2010 (217.000 millones de euros frente a 200.000). A la luz de estos datos no resulta extraño que ocho de cada diez españoles estén convencidos de que las leyes se hacen para favorecer a los ricos.

El Premio Nobel Mario Vargas Llosa, a quien tuvimos la suerte de entrevistar para el primer número de Ethic , advierte desde hace tiempo sobre una peligrosísima tendencia en Latinoamérica. El narco amasa tal cantidad de dinero que compra voluntades y pudre hasta el tuétano sistemas que pueden derivar en narcoestados, esto es, estados controlados por traficantes de drogas. El informe de Oxfam advierte de una tendencia que, salvando las distancias, guarda cierto paralelismo con ese escenario: la concentración de dinero en pocas manos hace que los políticos gobiernen para esas élites de billonarios mientras los ciudadanos quedan relegados a un segundo plano. Es la vuelta al derecho de pernada, la aristocratización de la codicia, el estupor del hombre moderno, el precipicio por el que se descalabra el principio ilustrado de igualdad, la mano invisible que desdibuja la soberanía nacional y que puede zozobrar, en última instancia, en un sofisticado rapto de la democracia. Son datos que se van afilando. Y al final se nos clavan.

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