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Un millón de amigos

Cuando en lugar de comunidad no hay sino redes, no hay más amigos que los contactos: en la red todos estamos conectados pero nadie está presente; nadie, digámoslo así, está a lo que hay que estar.

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16
mayo
2025

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La pregunta, en tiempo de polarización, es obligada: ¿hay hueco para la amistad en política? Porque los conmilitones comparten trinchera, chinches y barracón, pero su alianza viene apuntalada por la causa. De ahí que quien cambia de bando pase de amigo a enemigo con la rapidez con que muda de calcetines. Hablamos, en ese caso, de amigos que son uña y carne: la roña de la uña y la carne del pescuezo, que ni es carne ni es hueso. Basta resguardarse en el mismo tabuco para hacerse camaradas (de camera, habitación), pero no para ser amigos. Como reza la conocida máxima de Alexander Nehamas, «estar juntos es más que hacer algo juntos».

El antropólogo Robin Dunbar ha establecido que, por razones evolutivas, nuestra mente no está diseñada para más de 150 relaciones significativas, que se corresponde con el número máximo de personas que pueden cooperar para cazar y recolectar. Naturalmente, las redes sociales superan con mucho el llamado «número Dunbar» y hay quien sueña con tener un millón de amigos, como rezaba la canción: aquel que surfea siempre corre el peligro de naufragar.

Me convocaron Jacobo Bergareche y Mariano Sigman para una pregunta compleja como la misma ontología: ¿qué es la amistad? Mi respuesta está en su libro, titulado Amistad y editado al alimón por Libros del Asteroide y Debate. Pero digamos, sintetizando, que no pude sino responder a la gallega. ¿A santo de qué esa obsesión con el ser de las cosas? Si Heidegger criticaba aquella ceguera trascendental que llevaba al «olvido del Ser», nosotros deberíamos incidir en el «olvido del Estar». Lo que define al selecto ramillete que contamos por amigos es, a mi juicio, estar cuando hay que estar.

¿Dónde queda la ‘philia’ cuando la conexión profunda se sustituye por la transacción y el encuentro por la funcionalidad?

Estar presente, por supuesto, cuando tocan a filas; pero también estar ausente, y en no pocas ocasiones. Cuando pintan bastos, el amigo siempre comparece. Ora te salva in extremis el pellejo, como el cuervo que alimentaba a Pablo en el desierto, ora venga tus restos mortales, como Aquiles a Patroclo. Desdichas y caminos hacen amigos…

En Lisis, diálogo de Platón poco canónico pero no exento de enjundia, se nos pregunta quién es más amigo, si aquel que ofrece su amistad o aquel de quien todos la anhelan. Platón no aporta una solución al enigma y la pelota queda, por tanto, en el tejado de nuestras entendederas. Sócrates cierra el diálogo reconociendo su fracaso a Lisis y Menéxeno, pues, aun siendo amigos, no han sido capaces de descubrir qué es el amigo. ¿Acaso la amistad, pájaro esquivo, rehúye la taxidermia conceptual?

Para los griegos, la philia era la columna vertebral de la vida comunitaria. No era solo amistad, sino más bien el arte de estar juntos. La philia no buscaba la utilidad inmediata ni el interés egoísta: era un fin en sí misma, una celebración del otro como igual. ¿Dónde queda la philia cuando la conexión profunda se sustituye por la transacción y el encuentro por la funcionalidad? Cuando en lugar de comunidad no hay sino redes, no hay más amigos que los contactos: en la red todos estamos conectados pero nadie está presente; nadie, digámoslo así, está a lo que hay que estar.

«Oh, amigos, no hay amigos», alerta Aristóteles en una frase que Nietzsche hizo suya: si todos son amigos, ninguno lo es. Porque a veces la cosa no va de abundancia, sino de acumulación, y en el supermercado de la amistad los amigos van al peso. No nos sorprendamos de que caduquen pronto… Mejor nos iría edificando menos rascacielos de «amigos» y más chozas robustas donde solo entren unos pocos.

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