Duelo a garrotazos
En España, a la hora de gobernar los grandes partidos prefieren ponerse en manos de nacionalistas, separatistas y extremistas de todo pelaje, otorgándoles a esos clanes un poder desproporcionado, que desde luego no atiende a su verdadero respaldo social y político. Y, mientras, ellos siguen, como en el mítico cuadro de Goya, liándose a mandobles y a garrotazos. Como si esa fuera, manda huevos, la misión que desde la ciudadanía les hemos encomendado.
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La política es hoy para el espectador una interminable sucesión de astracanadas. No importa que uno caiga en las páginas de nacional o en la sección de internacional. Cuando se abre el telón, Muñoz Seca es el guionista de todos nuestros telediarios. Los paladines del populismo embisten contra esas instituciones que, con todos sus defectos, sirven para equilibrar y proteger nuestras democracias, especialmente, claro, contra las que más aprietos pueden causarles: los medios de comunicación y los jueces. Vemos así cómo la Ley Gascón se cumple escrupulosamente: «Toda sátira es profecía. Toda parodia es eufemismo».
En su último libro, Adela Cortina se pregunta si la revolución tecnológica está favoreciendo el eclipse de la democracia liberal. La pensadora, que abarrota todos los auditorios donde la invitan a hablar de filosofía, ensaya cómo se está malogrando en nuestras sociedades eso que Habermas llamó la acción comunicativa. Una de las grandes paradojas de nuestra época es que estamos más y mejor conectados que nunca, pero la comunicación se está rompiendo. Los espacios de diálogo, nos advierte la gran filósofa de la ética y de la democracia en España, son cada vez más reducidos.
Vemos cómo la Ley Gascón se cumple escrupulosamente: ‘Toda sátira es profecía. Toda parodia es eufemismo’
Para el profesor Arias Maldonado, que ha defendido en esta revista esa tercera vía que puede ser el ecologismo ilustrado, era inevitable que el cambio climático y la transición energética se politizasen una vez que ganaron visibilidad pública. En los últimos años, hemos visto avances y consensos decisivos en esa agenda para el crecimiento verde, especialmente en Europa, que quiere dar carpetazo a los combustibles fósiles en el año 2050. Sin olvidarse de esos objetivos medioambientales, Bruselas reivindica ahora certeramente esa competitividad sin la cual los estados del bienestar simplemente no hubiesen sido posibles. En el fondo, nos pasa un poco como al personaje de esa canción de Nacho Vegas que declara: «Tracé un ambicioso plan, consiste en sobrevivir». Es evidente, en cualquier caso, que Europa no puede seguir languideciendo en una decadencia perfectamente regulada. Tampoco va esto de claudicar ante esa retórica decrecentista que convierte el cambio climático en una suerte de experiencia primitiva, cuasi religiosa, que nos aleja de la ciencia para adentrarnos en el pensamiento mágico. Y mucho menos, claro, de dejarnos embaucar por los negacionistas del calentamiento global. Como un animal herido, Trump ha vuelto más agresivo e impredecible a la Casa Blanca, y así es como nos enfrentamos a la primera gran ola de contestación populista contra la agenda verde. «Drill, baby, drill» es ya uno de los lemas del mandatario más punki que jamás habría podido soñar el partido republicano.
No se puede desmentir a quienes sostienen que la del green deal es una hoja de ruta perfectible y algo elitista, pero tampoco podremos refutar que este proyecto dispone de un potencial titánico que descansa sobre un basamento de ilustración y ciencia, marca de la casa de una Europa, cuyos valores —como nos recuerda el Premio Princesa de Asturias Michael Ignatieff en la magnífica entrevista que en estas páginas le ha hecho Diego S. Garrocho— son más necesarios que nunca. Contra el green deal y su forma de abordar los zigzags del progreso, encontramos una extraña alianza entre la vieja oligarquía de los petrodólares y los nuevos enemigos de la razón y el progreso: terraplanistas, antivacunas, negacionistas… Una apoteosis marciana del oscurantismo. «Europa es un estorbo para el repliegue autárquico de la tribu y para el regreso a la dialéctica bilateral entre naciones que proponen (la ley del más fuerte), porque ejemplifica todo lo contrario: un espacio único de convivencia multilateral», ha escrito en un artículo el periodista Iñaki Ellakuria.
Hace unas semanas, seguimos con inquietud las elecciones en Alemania y el ascenso de esa extrema derecha posmoderna y pro-Putin que por allí campa tratando de darle la vuelta a la memoria sobre el holocausto. En apenas unos días, la locomotora de Europa anunciaba que ya estaba encarrilada una coalición de fuerzas moderadas —democristianos y socialdemócratas— con el apoyo de los verdes, que allí son también un partido con sentido de Estado. Por el contrario, aquí, en España, a la hora de gobernar los grandes partidos prefieren ponerse en manos de nacionalistas, separatistas y extremistas de todo pelaje, otorgándoles a esos clanes un poder desproporcionado, que desde luego no atiende a su verdadero respaldo social y político. Y, mientras, ellos siguen, como en el mítico cuadro de Goya, liándose a mandobles y a garrotazos. Como si esa fuera, manda huevos, la misión que desde la ciudadanía les hemos encomendado.
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