Cambio Climático

«Tenemos que cambiar los indicadores de lo que significa riqueza»

Desde 2010 dirige WWF, la mayor organización conservacionista del mundo. Defensora de la negociación frente a la confrontación, desgrana para Ethic los desafíos a los que nos enfrentamos.

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25
diciembre
2016

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Desde 2010 dirige la mayor organización conservacionista del mundo, el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, por sus siglas en inglés). Una tarea que le ha llevado a recorrer el planeta y a tratar con todo tipo de personas, desde los más poderosos a los más débiles. Defensora de la negociación frente a la confrontación, Yolanda Kakabadse (Quito, Ecuador, 1948) desgrana para Ethic los desafíos a los que se enfrenta la sociedad actual.

Usted es psicóloga de formación. ¿Qué le llevó a la lucha ambiental?

Fue por puro accidente. Un grupo de amigos nos juntamos para crear una ONG en Ecuador. Primero me metí de voluntaria y luego a trabajar a tiempo completo. A raíz de esa experiencia, me encanta conocer las diferentes formas que tiene la gente de enfocar los problemas. Como no soy bióloga, no estoy concentrada en la parte de la ecología, sino en cómo el ser humano se relaciona con la naturaleza.

Además de estar al frente de WWF y de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, también fue ministra de Medio Ambiente de su país, Ecuador. ¿Pudo tomar decisiones respetando sus ideales, o los intereses mandan?

Siempre es complicado hacer políticas ambientales, pero yo fui muy afortunada porque pude contar con el apoyo del presidente. Y eso es muy raro. Por lo general, el Ministerio de Medio Ambiente tiene que seguir a los demás. Mi interés es la política pública, porque es desde donde se construyen marcos regulatorios, tomando decisiones que beneficien a las mayorías. Y ese es también mi interés en el trabajo que hago ahora.

¿Cree que faltan líderes ambientales a nivel global? Al final resulta que Barack Obama, ya ex presidente del segundo emisor del planeta, se lleva el título.

Creo que hay olas de subida y de bajada, donde vemos que el liderazgo se refleja en decisiones políticas de ciertos líderes o en tales momentos. Durante la Cumbre de Río del 92, vimos que había un apoyo muy fuerte a los temas ambientales, que llevó a gobiernos a comprometerse en la Agenda 21 y en las convenciones internacionales, pero luego ese impulso bajó y se ha reducido la importancia del tema ambiental, por ejemplo, en Europa. Son olas que van y vienen, donde aparecen líderes diferentes pero que tienen impacto a nivel global. En Estados Unidos se ha declararado recientemente el área marina protegida más grande del planeta, y eso no ha sido por Obama, sino por el que fuera secretario de Estado, John Kerry, un apasionado de los océanos. Pero sí, hay épocas en que hacen falta liderazgos globales y hay otras en que vemos con más claridad quiénes son los líderes que realmente están trayendo nuevos temas a la mesa de discusión.

¿Cómo valora la rápida entrada en vigor del Acuerdo de París, menos de un año después de haber sido adoptado?

Contar con el documento formal firmado por los gobiernos es maravilloso, pero mientras tanto, estamos trabajando todos y no importa que seamos desarrollados o no, industrializados o no, norte, sur, este u oeste: la obligación es avanzar. El cambio climático es tan brutalmente amenazante que da igual si está escrito o no en un documento. Todos nosotros tenemos que seguir trabajando en proponernos nuevas metas, nuevos programas, en coordinar en las regiones cómo vamos a enfrentar esos desafíos…

Hablamos de políticos, de líderes… ¿Qué papel están desempeñando las empresas y cuál debe cumplir la sociedad frente al cambio climático?

Creo que en las empresas es donde está el liderazgo en estos momentos, más que en los gobiernos. El motor es la empresa privada, que se ha tomado muy en serio el desafío porque van a ser los primeros afectados. No hay empresa que no necesite agua, que no necesite condiciones para la producción, y saben que la poca predicción de cómo van a comportarse los eventos climáticos puede afectar a sus niveles de producción. Así que el sector productivo ha tomado un liderazgo fabuloso en todos los continentes. Y cuanto más grande es la empresa, más preocupada está.

Como psicóloga, ¿cómo cree que deberíamos dar el mensaje para que el ciudadano se tome en serio este problema?

Hay un tema muy serio de lenguaje, y es que no sabemos comunicar qué es el cambio climático a la ciudadanía. La culpa es de todos. El científico no sabe vender, lo que sabe es hacer investigación y traslada una información que es tremendamente compleja con una terminología que yo misma no entiendo. Y, por lo tanto, el ciudadano de a pie no tiene la más mínima idea de lo que quiere decir reducir una tonelada de carbono. No tiene ni idea de cuán grande es, qué es y por qué es importante. Se necesita un esfuerzo mucho más grande y eso es responsabilidad de los gobiernos, porque el ciudadano tiene que ser parte de la solución. Se necesitan traductores e intérpretes de esa información científica a un lenguaje común y llano.

¿Qué expectativa tiene en la Cumbre de Marrakech y qué resultado cree que debería salir de esa reunión?

Creo que es una cumbre de transición -París lo fue de decisión-, donde se van a discutir experiencias, se va a compartir información sobre formas de atacar el problema, de enfrentar las amenazas, pero no creo que vaya a ser una cumbre donde se tomen decisiones diferentes a las ya adoptadas en París. Realmente, es más importante el paso en que estamos ahora, o sea, decir cómo lo vamos a hacer, pero tiene menos impacto porque el cómo tiene que ser adaptado al tamaño de los países, a las condiciones de desarrollo tecnológico de cada uno, etc.

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Usted es experta en resolución de conflictos ambientales.

Conozco más sobre América Latina, y creo que allí los conflictos se generan por la forma en que tomamos las decisiones. Somos una sociedad que no consulta con todos los sectores, que está acostumbrada a tomar decisiones verticales y es ahí donde se generan los conflictos, ya sea en los gobiernos o en la empresa privada. Y, por supuesto, con la riqueza de recursos naturales de América Latina, los conflictos son el pan de cada día: la gestión de un bosque, la destrucción de una cuenca hidrográfica… Y eso ocurre porque tendemos a dar prioridad al precio de los recursos y no a su valor. Cuando hablamos de un bosque estamos pensando en cuánta madera voy a sacar o cuánta soja voy a sembrar en ese lugar, pero no entendemos que cada uno de esos recursos tiene un valor intrínseco mucho más importante que el precio, y es ahí donde surge el conflicto.

¿Cuáles son los más graves que hay actualmente sobre la mesa?

El mayor problema es la industria extractiva, petróleo, minería y madera. La extracción de recursos a costa de cualquier cosa es lo que está generando más conflicto, sobre todo porque esos recursos de minería, de petróleo, de bosque están en territorios donde habitan comunidades locales, comunidades indígenas que no tienen voz. En muchos de estos países, son todavía comunidades silenciosas a las que no se les pide opinión, sino que simplemente se firma el contrato de compraventa y se pasa por encima de los valores culturales, religiosos y de las tradiciones, de culturas que son enormemente ricas.

¿Cómo se puede combatir? Porque seguimos viendo que grandes compañías, algunas que incluso cotizan en índices bursátiles sostenibles, son protagonistas de grandes desmanes ambientales.

Hay una iniciativa bastante interesante a nivel global de cómo medimos la riqueza y la importancia de cambiar los indicadores de qué es riqueza. En este momento el Producto Interior Bruto (PIB) de cada país se mide por toneladas, por barriles de petróleo, por cosas cuantificables, tangibles, y no se mide la riqueza a través de cuánto guardas, por ejemplo. ¿Qué vale más? ¿Un bosque en pie que está protegiendo a toda una población de que se produzcan deslaves o la madera de ese bosque? Y esta iniciativa está ya en todas partes del mundo, con líderes muy interesantes que están generando un nuevo debate: tenemos que cambiar los indicadores de lo que quiere decir riqueza. Poco a poco eso se va a ir infiltrando en la mente de los bancos multilaterales, de los gobiernos, de los economistas que están viendo que riqueza no es solamente cuántos barriles de petróleo tengo. Mira Venezuela, ¿es un país rico o no? No lo es, en petróleo sí es rico, pero esa cantidad de barriles no necesariamente se refleja en la calidad de vida de sus habitantes.

Para 2030, la ONU predice que la población mundial necesitará, por lo menos, un 35% más de alimentos, un 40% más de agua y un 50% más de energía. ¿Cómo podremos dar respuesta a las demandas de una población creciente?

Estamos concentrados en que hay que producir más para una población creciente, pero no estamos concentrándonos en el desperdicio. Hoy en día estamos produciendo mucho más alimento del que se necesita y hay un desperdicio enorme del alimento como producto final, y también del agua que se gasta durante el proceso, de la inversión humana para generar ese producto… El ejercicio que todos estamos promoviendo es cómo lograr ser más eficientes en ese proceso, y para eso tenemos que reconocer que estamos produciendo más de lo que se necesita y que hay que cambiar de patrones culturales frente a lo que significa producción y consumo. En el consumo somos tremendamente irresponsables con los recursos, con el planeta. Tanto es así, que el 8 de agosto se terminaron los recursos disponibles para 2016, o sea, que ya estamos consumiendo los de 2017.

¿Y es necesario que empecemos a cambiar nuestra forma de alimentarnos?

Tenemos que cambiar la manera de producir ciertos alimentos, por ejemplo, la carne. Yo no soy vegetariana, me gusta la carne, pero cada vez que tengo un kilo de carne en un plato me estoy bebiendo 10.000 litros de agua. Eso es irracional, es falta de ética en la solidaridad con el planeta. Entonces, no es que haya que volverse vegetariano, pero tampoco hace falta comer carne todos los días, en primer lugar. En segundo término: ¿cómo hacemos para que la producción de carne sea más eficiente, que necesite 3.000 y no 10.000 litros de agua? En eso es en lo que hay que trabajar.

¿Cuáles de las campañas que WWF lleva a cabo le parecen más urgentes?

La protección de los océanos. En este momento, nuestra máxima preocupación es que estamos matando la gallina de los huevos de oro. Los océanos son el centro de alimentación y de estabilidad del planeta, pero los hemos convertido en un basurero. Es el ecosistema que está absorbiendo más carbono, se está calentando, están muriendo los peces de los que nos alimentamos, estamos tirando cantidad de desperdicios y de contaminantes, y todo eso está convirtiendo ese ecosistema maravilloso en algo que dentro de poco nos va a golpear durísimo, porque ya hay una reducción en su producción alimentaria. Además, los recursos genéticos que encontramos en ellos van a ser nuestra botica del futuro. Y el otro asunto en el que trabajamos muy duro es en las energías renovables. Tenemos que reducir el consumo de combustibles fósiles y continuar con la inversión ya sea en energía solar, eólica, etc. Estamos viendo que la empresa privada mundial está invirtiendo cantidad de recursos en energía renovable porque sabe que el combustible fósil no tiene futuro y esta tendencia no debería pararse.

Pero para ello los países deberían empezar a dejar de invertir en combustibles fósiles. ¿Ve cercana esa transición?

Se va a dar. En el fondo es una ecuación económica. Estamos viendo que las grandes inversiones han retirado sus fondos de los combustibles fósiles. En primer lugar, porque saben que es destructivo y, en segundo lugar, porque el mercado es muy inestable. Al inversionista le gusta estar seguro y tranquilo. Al hacer inversiones en energías renovables, tal vez no gana tanto de golpe como con el petróleo, pero sabe que es más seguro a largo plazo.

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