Derechos Humanos

«El hijo de una analfabeta tiene el doble de posibilidades de morir»

Esther Tallah (Camerún, 1957) decidió dar el salto de la medicina al activismo. Su ambición es proporcional a la magnitud de los enemigos contra los que lucha: las tradiciones y la pobreza.

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11
abril
2016

Si todo el mundo durmiera bajo una mosquitera, se erradicaría la malaria. Parece sencillo. Sin embargo, cada dos minutos muere un niño a causa de esta enfermedad. Esther Tallah ha tenido a muchos de ellos entre sus brazos. Solo en su país natal, Camerún, la malaria es culpable de 4 de cada 10 muertes infantiles. Esta reputada pediatra, directora de la Coalición de Camerún contra la Malaria desde 2007, sabe que la prevención es la manera más eficaz de salvar vidas. Por eso hace unos años decidió dar el salto de la medicina a la lucha por la escolarización; ha creado una fundación para mejorar la educación de las niñas y jóvenes de su país. En reconocimiento a su trayectoria, la ONG Harembee le ha concedido el premio 2016 a la promoción e igualdad de la mujer africana.

Nadie mejor que ella conoce los devastadores efectos de la malaria en África. Aun así, Esther Tallah asegura que lo que ama de su oficio es «ver a los niños recuperarse tan pronto». Su mirada también habla: «Ojalá siempre fuera así». Basta con llegar demasiado tarde al hospital para que un simple mosquito le gane el pulso a la vida. O una diarrea. O una neumonía. «Enfermedades que a finales del siglo XX asolaban Europa», recuerda la pediatra, para inmediatamente volver a arrojar luz sobre las tinieblas: «La malaria mataba a un niño cada seis segundos; ahora muere uno cada dos minutos». «Podemos acabar con ella en 5 ó 10 años», añade. «El problema es que hay que ir pueblo por pueblo, puerta por puerta, enseñando a utilizar una mosquitera y convenciendo a los ciudadanos de que es muy útil y necesaria», señala.

«Camerún llevó a cabo en 2011 una campaña nacional de distribución gratuita de mosquiteras, y la incidencia de la malaria bajó significativamente», dice Tallah, y recuerda que en el año 2000 sólo el 3% de la población camerunesa dormía bajo mosquiteras. En 2005 era el 16%. Y en 2011, tras la campaña, se consiguió llegar al 60%, un porcentaje equivalente a la disminución de casos de malaria. «El año pasado se puso en marcha otra campaña de distribución de redes antimosquitos que aún sigue en marcha. El problema es que dejar pasar cuatro o cinco años entre una campaña y otra es mucho tiempo. Aunque los fabricantes de las mosquiteras garantizan su duración por unos cinco años, con el uso, a los tres años muchasm se estropean, presentan agujeros…».

Tallah nació en Bamenda, un pequeño pueblo en la región del noroeste de Camerún. Aunque su padre murió cuando era una niña, su madre y sus hermanos mayores se preocuparon por que estudiara. Se decantó por la Medicina. Tras dirigir durante años el servicio de pediatría de un hospital en Yaundé, fue nombrada responsable en Camerún del área de salud del proyecto internacional para la salud materno-infantil ‘Plan International’. Fue en ese momento cuando Tallah se percató de lo conectadas que están la salud y la educación de las madres y decidió organizar sesiones informativas en las comunidades más alejadas para corregir comportamientos y ofrecer nociones básicas sobre higiene y alimentación a las mujeres. Tallah no titubea: «El hijo de una analfabeta en Camerún tiene el doble de posibilidades de morir». La razón es simple: «Las mujeres se encargan de los cuidados. Por lo que la calidad de vida de los niños depende de la salud, de la seguridad y del bienestar de sus madres».

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Mujeres africanas, motor de desarrollo

Así, la camerunesa ha creado un complejo escolar, T’iama, que cuenta actualmente con 40 alumnas y que pretende extender no solo por su país sino por toda África. La ambición de Tallah es proporcional a la magnitud de los enemigos contra los que lucha: las tradiciones y la pobreza. «Las tradiciones machacan a las mujeres africanas», apunta. Tallah pone de ejemplo la historia de Amina, una niña de nueve años con un destino marcado desde antes de nacer, desde el día en que su padre se la ofreció a un amigo en agradecimiento a un amigo que le invitó a una cerveza: «Mi mujer está embarazada. Si es niña, te podrás casar con ella». Por desgracia, la historia de Amina no es una excepción en África.

«La falta de acceso de la mujer a la educación acarrea numerosos lastres sociales», continúa Tallah. Los datos lo corroboran. En Camerún, el 52% de las niñas están sin escolarizar, porcentaje que se dispara hasta el 70% en las zonas rurales. Según la ONU, hay 58 millones de niñas en el mundo que no van a la escuela. «Si dispusieran de los medios adecuados, estas niñas serían líderes de sus comunidades y podrían convertirse en el motor de desarrollo de sus países».

«No queremos colegios para educar a las élites –explica− sino colegios capaces de potenciar el talento de cada niña y de darles la oportunidad de educarse hasta el final, para que las jóvenes camerunesas, con la ayuda de sus progenitores y de sus profesores, aprendan a conocerse, a hacer buen uso de su libertad, a esforzarse por alcanzar un rendimiento académico satisfactorio y, en definitiva, a ser protagonistas de su propio futuro».

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