Un momento...
Era diciembre de 2015 cuando se adoptó el Acuerdo de París. Ha pasado casi una década desde ese pacto histórico, vinculante, que consiguió unir a 195 partes en la lucha contra el cambio climático. El objetivo: limitar el aumento de la temperatura de la Tierra a 1,5 ºC en comparación con los niveles preindustriales, para lo cual las naciones signatarias se comprometieron a poner en marcha medidas de reducción de emisiones.
Desde entonces, cada vez más regiones, ciudades y empresas estipulan sus propios objetivos de descarbonización. En los últimos años, el impulso al desarrollo de tecnologías e infraestructuras de energías limpias ha sido notable y seguirá creciendo: la Agencia Internacional de la Energía (IEA, por sus siglas en inglés) prevé que el gasto mundial en energías limpias alcance los 2 billones de dólares (1,8 billones de euros) este año. «El escenario de Cero Emisiones Netas para 2050 de la IEA, actualizado anualmente, traduce este objetivo de temperatura en un camino para el sector energético global en los años previos a 2050. Los hitos clave incluyen triplicar la capacidad global de energías renovables y duplicar la eficiencia energética para 2030», explica Laura Cozzi, directora de Sostenibilidad de la IEA.
Aunque las soluciones de cero emisiones son cada vez más competitivas, «para alinearse con un escenario de 1,5 °C, estas emisiones, la mitad de las cuales son de metano, deben reducirse en más del 60% con respecto a los niveles actuales para 2030», advierte Cozzi. Una meta cuya consecución no está clara, pues los combustibles fósiles siguen siendo las energías más usadas: en 2022, el consumo de estos combustibles representó el 82% del total, según el informe Statistical Review of World Energy. Si nos fijamos solo en el petróleo, su producción volvió a crecer en 2023, superando los 101 millones de barriles diarios. Solo los tres mayores productores de petróleo (Estados Unidos, Arabia Saudí y Rusia) produjeron 44 millones de barriles al día.
«Los productos derivados del petróleo se han utilizado durante más de cien años en aplicaciones de transporte, industria, calefacción y generación de energía, favorecidos por su alta densidad energética», explica Cozzi. No solo eso, sino que el petróleo es también el combustible fósil más comercializado y tanto los mercados globales como la infraestructura establecidos «facilitan su transporte, almacenamiento y distribución». Descarbonizar el planeta es una tarea muy compleja, coinciden todos los expertos. «Se trata de cambiar las estructuras productivas de muchos sectores y actividades en todo el mundo, desarrollando otras fuentes de energía y cambiando las prioridades en la producción, consumo y uso de muchos bienes y servicios», opina Antonio Argandoña, profesor emérito de Economía y Ética de la Empresa del IESE. Efectivamente, «a día de hoy, el 80% de las necesidades energéticas aún se cubren con energías fósiles», confirma José María Martín, profesor de Economía de la Universidad de Vigo y coautor de El futuro del petróleo y el gas natural en escenarios globales de rápida descarbonización. Sin embargo, añade, «el sistema energético está en proceso de transformación».
Estamos inmersos en «una carrera entre la rapidez con la que crece la demanda energética y la rapidez con la que somos capaces de descarbonizar la economía» y, aunque la situación pueda parecer paradójica, «muestra que [debemos] hacer un mayor esfuerzo inversor, porque el sistema energético tiene mucha inercia». Tampoco podemos olvidar un factor determinante: las economías emergentes, que en «su desarrollo económico hacen subir la demanda de petróleo», matiza Martín. Valga como ejemplo China (ya casi una economía desarrollada), que en los últimos años ha sido el país que más ha incrementado sus capacidades de refino. No obstante, aunque se haya convertido en el quinto productor de petróleo, también es líder en renovables. Desde que en 2020 anunciara su objetivo de neutralidad de carbono para 2060, ha estado reorganizando de forma discreta y sigilosa su sector energético para desarrollar rápidamente la electrificación y expansión de renovables, elevando su perspectiva eólica un 43% para 2050.
Nos encontramos ante un reto insólito: desplazar en un corto espacio de tiempo una fuente de energía tan primordial como el petróleo. Esto requiere un plan global coordinado en el que se usen todas las herramientas existentes, porque «la descarbonización de la economía es multifactorial», punta José María González, director general de la Asociación de Empresas de Energías Renovables.
Además, muchas veces hacemos planteamientos erróneos —¿para descarbonizar el transporte hay que impulsar el vehículo eléctrico o los biocarburantes?; para las calefacciones, ¿biomasa o aerotermia?—, cuando la solución pasa por utilizar todas las alternativas existentes. «En los últimos quince años, la electricidad ha supuesto el 25% de la energía en España. Hemos conseguido incrementar las renovables en la generación eléctrica (más del 50% en 2023), pero si no aumentamos ese porcentaje, el alcance de ese cambio de modelo en nuestro sistema eléctrico será limitado», opina González. No debemos olvidar que si se contabiliza la energía nuclear, el 70% de la electricidad española está libre de emisiones. «La apuesta por la electrificación, entendiéndola como sustitución de consumos fósiles por electricidad, ya nos permite descarbonizar el transporte o la calefacción».
En esta transición, las empresas petroleras son indispensables debido a su tecnología, infraestructura y capacidad financiera. El sector ha movido ficha para no quedarse fuera de juego y ya se prepara para un mundo en el que el crudo no sea la energía que mueva el planeta desarrollando biocombustibles de segunda y tercera generación, biometano, hidrógeno renovable, carburantes sintéticos.
«Uno de los pilares de nuestra transformación son los combustibles 100% renovables, producidos a partir de materias primas orgánicas, como el aceite de cocina usado o la biomasa, que tienen una huella de carbono neutra y que representan una enorme oportunidad de crecimiento de la actividad industrial», explican fuentes de Repsol. En 2024, la compañía puso en marcha en sus instalaciones en Cartagena (Murcia) la producción a gran escala de combustibles 100% renovables, la primera en la península dedicada exclusivamente a este tipo de productos. «Puede producir diésel renovable y combustibles sostenibles de aviación (SAF, por sus siglas en inglés), que se pueden utilizar en cualquier medio de transporte aprovechando las infraestructuras existentes», sostienen desde Repsol. Con esta producción, prevén reducir un 90% sus emisiones netas de CO2 y evitar la emisión de 900.000 toneladas anuales de dióxido de carbono.
La descarbonización de la economía es una carrera de fondo y conviene ser realistas en las valoraciones a corto plazo, opina Argandoña: «Destronar al rey petróleo no es tarea de unos pocos años. Hace falta claridad de ideas, planes realistas, perseverancia y mucha paciencia». Pero también planteamientos políticos globales coherentes, así como la acción conjunta de gobiernos, empresas y sociedad civil. Sin olvidarnos de una adecuada comunicación y difusión, sobre todo respecto a los ahorros netos que implica. «El elemento más importante para el cambio es el económico», apunta el director general de APPA Renovables: «El autoconsumo ha despegado cuando la tecnología fotovoltaica ha sido competitiva y ha supuesto un ahorro real para familias y empresas».
El futuro se perfila verde. «En todos los escenarios de la IEA, la electricidad será la reina en 2050. Como resultado de la plena implementación de esos objetivos [del Acuerdo de París] y de un aumento de la inversión en energía limpia, la demanda de petróleo se reducirá en un 20% para 2030 y casi un 80% para 2050», afirma Cozzi. Dicho lo cual, la IEA también reconoce que el petróleo seguirá estando muy presente en sectores clave, como el transporte o la industria pesada.
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