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Lo más lógico sería pensar que si hay sequía es porque no llueve, pero la realidad es mucho más complicada. Las temperaturas extremas de los últimos años y el cambio climático son piedras angulares de una situación que tiene mucho que ver con la acción humana.
El abandono de la tierra y la degradación del suelo, alertan los expertos, impactan de forma negativa, pero también el uso excesivo del agua. Las organizaciones ecologistas critican el crecimiento del regadío, a lo que se suma una sobreexplotación de los acuíferos. Es difícil saber qué ocurre con ellos —no se ven—, pero algunos cálculos apuntan a que una cuarta parte están siendo usados por encima de lo que pueden asumir. La cuestión es que de los acuíferos se alimentan los manantiales, los ríos y los lagos.
Si el agua se ha convertido en un bien escaso y preciado, evitar perder cada gota es crucial. Por ello, se está trabajando para crear ciclos del agua ultracerrados: ciclos completos en los que se recicla, reutiliza y regenera para aprovecharla al máximo.
Asimismo, la agricultura sostenible apuesta por sistemas de riego inteligentes y de precisión o por cultivos más resistentes al estrés hídrico. También se está fortaleciendo la agricultura regenerativa, que no solo promueve la biodiversidad sino que además ayuda a que los terrenos se recuperen.
*Fuentes: ‘Retrato global de la sequía’ de la Convención de las Naciones Unidas para la Lucha contra la Desertificación (CNULD), CREAF, WWF, ‘Informe sobre la Gestión de la Sequía en 2023’ del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITECO) y el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación (MAPA), AON, Idrica.
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