Agua
Más móviles que inodoros: a vueltas con el saneamiento básico
Según la Organización Mundial de la Salud, 2.400 millones de personas no tienen acceso a instalaciones básicas como inodoros o letrinas. ¿Qué implica no tener garantías de acceso directo a una red de saneamiento eficiente y saludable?
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Año 1854. Se dan cita en Londres dos disciplinas que estaban a punto de revolucionar los siguientes siglos y la relación con del ser humano con el entorno: la epidemiología y el urbanismo. Durante ese año, un brote de cólera en la capital inglesa había matado a mas de 500 personas y John Snow, un médico inglés que era vecino de gran parte de las víctimas, decidió aplicar un nuevo método cartográfico para ubicar, hogar por hogar, dónde se sufrían las defunciones y –ante su sospecha que se tornó cierta– de dónde procedía el agua que se consumía en dichas casas. El mapa, conocido como uno de los documentos fundacionales de la epidemiología y el urbanismo modernos, demostraba la relación tan estrecha entre la muerte y acceso al agua.
En la actualidad, el saneamiento (acceso a agua potable, gestión adecuada de aguas residuales, acceso a inodoros, etc.) forma parte indispensable de todo entorno que se quiera considerar saludable. Desde 1854 se ha avanzado mucho, y los problemas derivados de un mal acceso a este tipo de instalaciones o recursos parecen lejanos desde nuestra perspectiva occidental; pero, sin embargo, en el resto del mundo –y especialmente en los países con un menor desarrollo económico– la ausencia de letrinas o fuentes de agua limpia son de los principales factores que elevan la mortandad. Según Naciones Unidas, a pesar de que el 39% de la población mundial (es decir, unos 2,9 millones de personas) tenía acceso a un saneamiento seguro en 2015, otros 2,3 millones aún carecían de saneamiento básico (jabón, agua potable, cuartos de baño), de los cuales 892 millones debían defecar al aire libre, una fuente importante de enfermedades, como la disentería o el cólera, que puede provocar incluso la posibilidad de aparición de gusanos intestinales. Aunque desde el contexto europeo este problema se torne invisible, la defecación al aire libre es un problema para 1.100 millones de personas en el mundo, casi un 15% de la población del planeta.
En la actualidad, prácticamente la totalidad de la población cuenta con acceso a redes y servicios móviles
Frente a estos datos que implican el cumplimiento del Objetivo de Desarrollo Sostenible número 6 (Agua limpia y saneamiento) contrastan otros como el acceso a la tecnología. Según el Observatorio mundial de los residuos electrónicos 2017 elaborado por la ONU, actualmente existen en el mundo más móviles que seres humanos (7.700 millones de abonos a servicios de telefonía). Esto, sin embargo, no implica que cada uno de nosotros tenga más de un dispositivo: el mismo informe indica que la mitad de la población tiene acceso a internet, y prácticamente la totalidad de la población tienen acceso a redes y servicios móviles.
La superposición de ambos conjuntos de datos hace que surja una pregunta: ¿cómo es posible en los países considerados más pobres sea más sencillo acceder a un dispositivo tecnológico que a unos servicios básicos de saneamiento que eviten enfermedades? Los factores que afectan a esta pregunta son tantos que parece imposible dar una respuesta correcta. Es importante, en primer lugar, recalcar el origen de la mayor parte de los problemas de saneamiento que conocemos: la insalubridad masiva y urbana aparece de la mano de la revolución industrial y la migración masiva desde los ámbitos rurales a las grandes urbes en formación. En este contexto, el hacinamiento, la pobreza, la carencia de servicios públicos y la degradación de las condiciones higiénicas se convirtieron en un caldo de cultivo de epidemias.
Si retrocedemos un poco más en el tiempo, observamos cómo la Edad Media supuso un gran retroceso en lo que a medidas sanitarias urbanas se refiere, coincidiendo con el auge del cristianismo. Y es que, por ejemplo, en los territorios árabes de Europa se mantuvieron unas normas de higiene y unas tecnologías sanitarias que permitían una vida en la ciudad saludable –decimos ‘se mantuvieron’ porque el mundo antiguo es un inmenso archivo de diferentes formas de gestionar la relación entre salud pública, residuos y acceso a agua de calidad–.
Hasta 2,4 millones de personas carecían en 2015 de saneamiento básico como agua potable o cuartos de baño
Además, en la mayoría de los casos, la gestión de aguas residuales estaba tan optimizada que no sólo era redirigida fuera del entorno urbano, sino que se reutilizaba en diversas aplicaciones, principalmente en la agricultura (encontramos casos de dichas prácticas circulares en civilizaciones como la mesopotámica, las culturas del Valle del Indo, o la minoica; todas ellas ubicadas en la Edad de Bronce). Otro ejemplo: mientras que actualmente el 19% de las escuelas en México carece de inodoros suficientes para los estudiantes y el 58% no ofrece agua potable, la cultura maya no solo contaba con letrinas, sino que disponía de sistemas de cisterna capaces de evitar el contacto de los excrementos con los humanos, principal problemática a solventar por el saneamiento.
Es por ello que la comparativa entre ambas dimensiones –la tecnológica y la sanitaria– resulta complicada y, normalmente, problemática. Un análisis de qué dimensión es más accesible para la gente con pocos recursos revela las prioridades en la gestión, y desde el punto de vista histórico se puede observar cómo el problema hunde sus raíces en la globalización y homogeneización de las culturas. Lo que ocurre es que los Estados no suelen entender el saneamiento y el acceso equitativo al agua y medidas de higiene como una prioridad de inversión cuando se sitúa frente a una tecnología que se consagra desde hace decenios como uno de los principales intereses para el desarrollo.
Así, los nuevos intentos de fomento de las medidas de saneamiento deben abordarse desde una perspectiva interdisciplinar y multisectorial, que entienda las consecuencias sociales de cada contexto. Dentro de los ODS encontramos, de nuevo, el número 6, que aborda esta problemática desde la perspectiva de género y el acceso a la educación, ya que allí es donde escasea el acceso a un saneamiento de calidad, dejando como principales afectadas a las mujeres y a las niñas. De hecho, como indican desde UN Women, «en ocho de cada diez hogares que sufren escasez de agua, las mujeres y las niñas son las responsables de recogerla. Esto implica, a menudo, tener que recorrer largas distancias y llevar cargas pesadas, lo que en algunos casos conlleva un riesgo importante de sufrir violencia. El tiempo que requiere esta tarea puede apartar a las niñas de la escuela y reducir las opciones que tienen las mujeres de obtener ingresos».
El agua y su acceso para consumo y servicios debe democratizarse allí donde exista una población humana. Al igual que para muchos otros retos, entender la perspectiva histórica y el origen de dicho problema puede ayudarnos a encontrar soluciones que beneficien a todos, así como evitar sesgos a la hora de comparar diversas problemáticas a las que nos enfrentamos como sociedad mundial.
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