Salud

El amor y el desamor influyen en si contraemos la gripe y otros virus

La susceptibilidad a enfermedades infecciosas respiratorias como la gripe o el resfriado común depende de factores como el sexo, la genética o la edad. Sin embargo es poco conocido que también está fuertemente influida por nuestro estado emocional y sentimental.

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20
noviembre
2023

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La susceptibilidad a enfermedades infecciosas respiratorias como la gripe o el resfriado común depende de factores como el sexo, la genética o la edad. Sin embargo es poco conocido que también está fuertemente influida por nuestro estado emocional y sentimental.

Sin ir más lejos, hay evidencias de que en mujeres jóvenes que inician una relación amorosa se activan genes de inmunidad innata esenciales en la respuesta antiviral. El amor, al parecer, es un potente inmunorregulador.

Emociones e infecciones

La hormona cortisol está implicada en una serie de funciones fisiológicas fundamentales como el ciclo de vigilia-sueño, la regulación de la presión sanguínea o el equilibrio de sales en el organismo. En paralelo a todo eso, es una hormona esencial que desencadena el estado de alarma o estrés frente a riesgos físicos o psicológicos.

¿Qué implica el estado de alarma? Principalmente la activación de mecanismos de defensa frente a peligros reales, como por ejemplo un accidente, un robo con agresión o llegar tarde a una cita profesional importante.

Pero quizás lo más interesante es que también se activa en respuesta a riesgos emocionales potenciales percibidos como una amenaza por nuestro cerebro: dificultades para llegar a fin de mes, a cumplir las expectativas en nuestro trabajo o miedo a suspender un examen. Y, por supuesto, la amenaza de una ruptura sentimental.

El cortisol tiene un efecto global sobre nuestro organismo, preparándolo para la lucha o la huida

El cortisol tiene un efecto global sobre nuestro organismo, preparándolo para la lucha o la huida. Entre otras cosas hace que se acelere el corazón y el consumo de oxígeno, y libera glucosa a la sangre para que los músculos estén preparados para dar una respuesta frente a esa amenaza real o percibida como tal.

En paralelo, se bloquean funciones no prioritarias en esos trances como el apetito, incluso se corta la digestión. También se inhibe la respuesta inmune, gran consumidora de recursos y energía.

Esto es, en sí mismo, una maravillosa consecuencia de la evolución biológica y la selección natural, que nos ha protegido y nos ha mantenido a salvo como especie. Pero solo como algo puntual. Porque el cuerpo no puede mantenerse siempre en estado de alarma.

El cortisol elevado por angustia vital y estrés crónico está asociado a una mayor susceptibilidad a diferentes enfermedades entre las que destacan las relacionadas con el sistema inmune y los virus.

La buena noticia es que durante una relación amorosa, además de notar mariposas en el estómago, reducimos los niveles de cortisol. Y eso suaviza la respuesta al estrés.

La larga sombra del cortisol

En un experimento se infectó con el virus del resfriado común a un grupo de voluntarios a los que se les habían medido los niveles basales de cortisol. Los resultados no daban lugar a dudas: existía una fuerte correlación entre el cortisol, el riesgo de infección y la sintomatología clínica en los voluntarios.

Estos datos han sido corroborados posteriormente por numerosos estudios que encuentran la misma relación entre estrés y la posibilidad de resfriarse. También en el mismo sentido, cuidadores de enfermos de alzhéimer sometidos a estrés emocional mostraban valores más altos de cortisol y menor respuesta a la vacuna de la gripe. Los niveles de anticuerpos IgG eran significativamente menores en los cuidadores estresados que en voluntarios de la misma edad y condición.

Los investigadores concluyeron que la exposición temprana a un trauma podría tener un impacto duradero en la posibilidad de desarrollar una enfermedad infecciosa grave

Más aún, en un macro estudio realizado en Suecia, que incluía 144.000 pacientes con estrés postraumático y más de un millón de voluntarios control, se descubrió que los pacientes presentaban una incidencia mayor de infecciones muy graves a lo largo de su vida. Los investigadores concluyeron que la exposición temprana a un trauma podría tener un impacto duradero en la posibilidad de desarrollar una enfermedad infecciosa grave, ya que en niños que han vivido traumas de pequeños la susceptibilidad se manifestaba de adultos.

Por si fuera poco, hay evidencias de que el estrés que supone para los niños el divorcio traumático de los padres tiene un efecto permanente a lo largo de toda su vida en relación a las enfermedades infecciosas. Un equipo de la Universidad de Pittsburgh (Estados Unidos) observó que adultos cuyos padres vivían separados y nunca hablaban durante su infancia tenían tres veces más probabilidades de desarrollar una infección sintomática cuando se exponían al virus del resfriado que adultos de familias intactas.

El amor y el desamor nos afectan

Por el contrario, las personas cuyos padres se separaron pero se comunicaron entre sí no mostraron aumento del riesgo. Un resultado sorprendente que ha sido interpretado a la luz de modificaciones epigenéticas del ADN inducidas por el estrés, que alteran permanentemente la expresión de genes del sistema inmune.

¿Y qué hay del desamor experimentado en nuestras propias carnes? ¿Influye en nuestro sistema inmunitario? Enormemente. Tanto es así que ¡se puede saber si una persona está enamorada mediante un análisis de sangre! Hay una batería de biomarcadores asociados con el amor. Por ejemplo, en mujeres jóvenes que inician una relación amorosa se produce la activación de genes de la ruta del interferón y de células dendríticas, esenciales en la respuesta antiviral.

Los datos publicados indican que sólo hay una salud y que existe una fuerte interrelación entre mente y cuerpo. Los efectos placebo y nocebo son un claro ejemplo de ello. Es necesario investigar la base biológica que vincula a ambas para desarrollar nuevas estrategias terapéuticas globales que mejoren nuestra calidad de vida.


Antonio José Caruz Arcos es catedrático de Genética, Universidad de Jaén. Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

The Conversation

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