Medio Ambiente

¿Qué es el eco-populismo?

Cada crisis es una ventana de oportunidad al cambio, y en el contexto climático actual no faltan aquellos que apoyan y persiguen una transición justa e igualitaria (así como tampoco quienes anhelan imponer violentamente una idea o un dominio étnico).

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03
septiembre
2022

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Una de las principales cualidades del lenguaje reside en su capacidad para identificar y encapsular realidades complejas en términos sencillos. Su empleo excesivo e impreciso, bastante común en las esferas políticas y en los medios sensacionalistas, deteriora la precisión de algunos conceptos y los empuja hacia la disfuncionalidad. Es lo que ocurre con palabras como «populismo», que adquieren inmediatamente connotaciones peyorativas (o, en el mejor de los casos, tintes ambiguos y equívocos, muy alejados de su significado real). 

Los orígenes del populismo no se remontan exclusivamente a la contemporaneidad, y su significación excede al uso que se le suele otorgar en la actualidad. Según sostenía el filósofo Ernesto Laclau en La razón populista, se podría entender por populismo al fenómeno político, social, económico y cultural que pretende atraer y aglomerar el apoyo de las clases populares mediante la apelación constante de la soberanía popular como valor y objetivo último, al igual que a través de la construcción de un discurso dicotómico en el que se identifican claramente dos grupos opuestos e irreconciliables. De este modo, si la política no es sino reflejo de las necesidades y preocupaciones actuales, no es de extrañar que, en un contexto de crisis y degradación climática, hayan surgido los llamados eco-populismos. 

La definición esgrimida por los académicos Nick Middeldorp y Philippe Le Billon capta de forma precisa la esencia de esta categoría populista al categorizarla como cajón de «aquellos movimientos socio-ambientales que han ampliado su lucha e inscrito sus demandas en una retórica y estrategia de transformación y cambio más universal, expandiendo así la movilización social más allá de las comunidades directamente afectadas y, en hartas ocasiones, aliando a las gentes contra las élites gobernantes y las corporaciones dominantes, quienes son tachadas de enemigas y causantes principales del problema». 

Es importante diferenciar los ‘eco-populismos’ de otras variantes más violentas y peligrosas, como los ‘eco-fascismos’

Las actividades y movilizaciones eco-populistas llevan años existiendo, pero su reciente intensificación responde al aumento de la demanda y el consumo de recursos naturales acaecido en las últimas décadas, que han supuesto la explotación masiva e ininterrumpida de millones de hectáreas en zonas protegidas y naturales. La consecuente pérdida de muchos de estos entornos y ecosistemas, así, no ha hecho sino avivar una llama que ahora es ya un incendio: países como Honduras, por ejemplo, han sido testigos de protestas y levantamientos eco-populistas contra la construcción de la presa de Agua Zarca o las plantaciones de aceite de palma en el Bajo Aguán. 

La respuesta de las autoridades y de las élites ha oscilado, yendo desde la aceptación de sus peticiones hasta el encarcelamiento masivo de los protestantes. Se ha llegado incluso al asesinato de algunos de sus líderes, como ocurrió con los indígenas Berta Cáceres y Nelson Noé García o los cientos de atentados dirigidos a miles de activistas en todo el mundo (si bien, sobre todo, en Centroamérica y Sudamérica). 

No obstante, es importante diferenciar los eco-populismos de otras variantes más violentas y peligrosas, y es que estos, incapaces de salvaguardar una línea ideológica común y medianamente afín entre regiones y grupos, se han visto sujetos a múltiples interpretaciones y revisiones de sus objetivos y tácticas, propiciando numerosas escisiones autoritarias que han sido acuñadas bajo el término de eco-fascismo. Estas derivas totalitarias beben además de la filosofía de Martin Heidegger, por lo que perciben los entornos naturales como un reducto inviolable cuyo acceso y manipulación se reduce exclusivamente a los locales, abanderando un discurso absolutista y nativista donde la degradación ambiental conlleva irremediablemente a la corrupción identitaria y a la pérdida insalvable de la cultura propia. Ante estos supuestos peligros, los eco-fascistas no han dudado en usar la violencia.

Para ilustrar estas derivas basta con observar las tres rebeliones de Sagebrush, llevadas a cabo por simpatizantes de la extrema derecha estadounidense; la ocupación armada del Refugio de Malheur; el extremista Wise Use Movement, que se posiciona partidario de los ataques violentos a organizaciones ecologistas de izquierda; o los crímenes marginales y sanguinarios como el de Christchurch, donde el perpetrador se autodefinió como etno-nacionalista y eco-fascista, justificando su masacre al considerarla como la única vía posible para preservar la naturaleza y el orden natural y paliar así los efectos del cambio climático. Estos sucesos no son casuales: en su opinión y en la de los eco-fascistas, estos sucesos están directamente ligados al exceso poblacional de migrantes no europeos. 

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