Salud

Medicinas personalizadas: ¿futuro o quimera?

Los tratamientos hechos a medida serán una realidad en el futuro, pero aunque suponen un avance en muchos aspectos, también conllevan otros riesgos. Una angustiosa pregunta sobrevuela especialmente este esperanzador futuro: ¿crearán una nueva y profunda brecha social?

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05
agosto
2022

Tener productos a medida se ha convertido en un deseo para buena parte de la población, sobre todo para aquella que puede permitírselo. Puede que sea, al fin y al cabo, una de las señas de identidad de nuestra sociedad de consumo. No ocurre solo con el ocio, por supuesto: hay otros ámbitos en los que también se ha colado la elaboración precisa de elementos y productos asociados a un perfil particular.

En un mundo en el que la individualidad –y el individualismo– están a la orden día, la medicina no puede quedar fuera de esta tendencia. En 2001, el Proyecto Genoma Humano, de alcance internacional, determinaba la secuencia de pares de bases químicas que componen el ADN, identificando todos los genes desde un punto de vista físico y funcional. Hoy, dos décadas después, los avances logrados por esta investigación son innegables: nuevos medicamentos y terapias celulares y génicas para múltiples enfermedades, como cáncer, cardiopatías o enfermedades autoinmunes.

La principal ventaja de estos avances se sitúa en la elaboración de tratamientos más personalizados, los cuales otorgan mayores garantías de éxito, permitiendo, además, adelantarse a las dolencias y centrarse en la prevención y el diagnóstico precoz. El volumen de datos e información que se maneja al respecto permite la combinación de un sinfín de variables y posibilidades. Además, la tecnología es un soporte de gran utilidad: sin ir más lejos, la bioimpresión 3D se alza como un acelerador de estos procesos exploratorios, puesto que permite acumular gran cantidad de tejidos humanos en las primeras etapas del trabajo, recabando un mayor volumen de datos en un tiempo mínimo.

Que la respuesta a los problemas de salud sea la investigación resulta esperanzador, si bien la cuestión reside en saber si el Estado estará dispuesto a invertir todo el presupuesto necesario para que se sigan consiguiendo buenos resultados. ¿Cómo sufragar esta inversión, que se prevé cada vez más elevada? De hecho, ¿podrán hacerse cargo los sistemas de salud? Quizá la cuestión principal consista en considerar la medicina personalizada precisamente como una inversión y no como un gasto: aportar recursos económicos para su desarrollo –lo que incluye evitar efectos secundarios o mejorar la calidad de vida– permitirá ahorrar posteriormente ingentes cuantías económicas derivadas de otros tratamientos más enfocados a la propia incidencia de las enfermedades. 

Algunos ejemplos en este campo los constituyen los hallazgos en biomedicina hechos por Tony Hunter, Joseph Schlessinger y Charles Sawyers, galardonados hace varios años con el Premio Fronteras del Conocimiento. Sus trabajos moleculares sobre mutaciones genéticas desarrollados en los últimos 25 años permitieron que la leucemia mieloide crónica cuente con dos medicamentos: ahora, más que una enfermedad mortal, en muchos casos se considera una enfermedad crónica. Algo similar ha ocurrido con el cáncer de mama, ya que las investigaciones han revelado que no existe una única dolencia con este nombre, sino que se trata de varias enfermedades diferentes, relacionadas con la actividad anormal del gen HER2. Medir su presencia en el organismo, por ejemplo, ha permitido detectar qué pacientes tienen mayor probabilidad de desarrollar este tipo de cáncer.

No obstante, no podemos centrarnos únicamente en la parte positiva en este campo, puesto que la parte que oculta no es baladí: conocer la predisposición genética a desarrollar ciertas enfermedades puede derivar en prácticas éticamente cuestionables. ¿Qué ocurrirá cuando los pacientes tengan riesgos más elevados y no existan medidas preventivas para paliar sus malestares? ¿Se les atenderá de la misma forma o podrán quedar relegados a una práctica asistencialista (y, por tanto, más devaluada)? 

Otra polémica pasa por la gestión de los datos personales. Siendo las investigaciones promovidas en muchos casos por laboratorios farmacéuticos (e intuyendo que la colaboración público-privada irá en aumento), cabe preguntarse qué sucederá y de qué manera se utilizarán después todos estos datos derivados de los estudios genéticos de cada persona.

No se puede relegar al olvido tampoco la facilidad de disponer o no de dichos fármacos. ¿Se van a garantizar determinados precios o habrá que desembolsar cuantiosas cantidades para poder conseguirlos? ¿Quiénes podrán permitirse este tipo de medicamentos «preventivos»? El peligro de causar una brecha social es real: de no controlarlos, estos podrían terminar siendo productos exclusivos al alcance de pocos bolsillos. Porque si algo no es alcanzable para la mayoría, ¿podemos llamarlo realmente «avance»?

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