Innovación

Industria alimentaria: la revolución será verde o no será

Un tercio de las emisiones de CO2 procede del sector alimentario. Pero no serán los políticos, sino los nuevos millennials, quienes forzarán a la industria a tomar medidas más drásticas.

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26
febrero
2016

Un dato: una granja de salmón con 200.000 peces despide materia fecal equivalente a 600.000 personas, de acuerdo con un informe del Instituto Worldwatch. Es solo un ejemplo revelador de la influencia de la industria alimentaria en la aceleración del cambio climático. Diversos estudios de medición de emisiones lo corroboran: cerca de un tercio de los gases de efecto invernadero procede de este sector, que no puede vivir ajeno a este desafío por un doble motivo: el de la responsabilidad y el de la propia supervivencia.

En efecto, el impacto es recíproco: las devastadoras consecuencias del calentamiento global −escasez de agua, aumento de las temperaturas, subidas del nivel del mar, degradación de la biodiversidad, deforestación− están afectando seriamente a la volatilidad de materias primas y provocando escasez y la reducción de calidad de las mismas, aumentos considerables de precios y el abandono de cosechas.

Dada la elevada dependencia de los recursos naturales para el desarrollo de su actividad, no es de extrañar que la industria alimentaria se esté replanteando su rol frente al cambio climático. Más aun teniendo en cuenta que en 2.500 en el mundo habrá 2.000 millones de bocas más que alimentar. «Desde los años 80%, la proteína derivada de la pesca es casi exclusivamente de piscicultura; el mar ya no es capaz de abastecernos». Es uno de los muchos ejemplos que José López, exvicepresidente ejecutivo de Operaciones del grupo Nestlé, ha empleado durante su ponencia en el 3er Foro de Creación de Valor Compartido que dicha compañía ha organizado en el marco de la feria Alimentaria 2016, celebrada en Barcelona.

Bajo el título El impacto del cambio climático en el sector alimentario, el objetivo del encuentro era conocer, de la mano de expertos y referentes en la materia, las principales implicaciones del cambio climático para el sector alimentario a nivel global y nacional. Otro de los ponentes ha sido Gerald C. Nelson, profesor emérito de la Universidad de Illinois y experto internacional sobre las consecuencias del cambio climático en la seguridad alimentaria mundial, para quien «el cambio climático es una amenaza existencial y, pese a las acciones de mitigación que ya se están llevando a cabo y deben seguir aumentando, deberemos adaptarnos de manera local y global a sus consecuencias», que son bien visibles: los efectos del calentamiento global ya han obligado a las producciones de arroz chino y de café a desplazarse. También se ve amenazada la producción de pasta por la sensibilidad del trigo duro, según el profesor.

«Cuando pensamos en que la industria destina el 70% de lo que produce solo para ganadería, nos damos cuenta de que los límites están cercanos», ha advertido López, que en ningún momento de su discurso ha dejado de insistir en la relación entre cambio climático y nutrición, salud y bienestar. López ha afirmado que los nutrientes de los alimentos disminuyen con el cultivo intensivo y que, junto con unos sistemas de ganadería y acuacultura difícilmente sostenibles, se hace urgente reequilibrar la situación.

«La ecuación no funciona», ha asegurado. Y no le falta razón: la producción de carne en el planeta se ha multiplicado por cuatro desde 1961 y 25 veces desde 1800, 3’6 puntos por encima del crecimiento de la población. Pero con una diferencia sustancial entre unos países y otros. «Por poner un ejemplo, si los chinos consumieran la misma cantidad de carne de vacuno que los de Taiwán, haría falta la misma cantidad de grano producida en Argentina y Brasil solo para alimentar al ganado», ha explicado.

Por su parte, Celsa Peiteado, coordinadora de Política Agraria y Desarrollo Rural en WWF España, ha hecho referencia a otra incongruencia de la globalización: «Los alimentos importados por España, muchos de los cuales también se producen en nuestro país, recorren de media casi 4.000 kilómetros hasta llegar al consumidor, generando 4.212 millones de toneladas de CO2». La alternativa es, según la experta, dirigirnos haca un nuevo modelo de agricultura sostenible, algo que también ha adirmado Nelson: «La amenaza del cambio climático va a cambiar las reglas de la agricultura». No es necesario irse lejos para percatarse de los efectos sus efectos: la agricultura intensiva ha llevado a que el 50% del territorio español esté en riesgo de desertificación, mientras que dos tercios del agua dulce se destinan a regadío.

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Para datos preocupantes, los relativos al derroche de alimentos: la industria desperdicia entre un 30 y un 40% de lo que produce. Las desigualdades entre países también se aprecian en este punto. Según López, «en los países subdesarrollados esto ocurre al principio de la cadena de valor mientras en los países desarrollados ocurre al final». O dicho de otro modo: mientras en África, por ejemplo, las malas infraestructuras hacen que parte de la producción se pierda en el proceso de transporte y distribución, en los países ricos esos alimentos se malgastan una vez comprados en el supermercado. «Es sorprendente que la obesidad también haya aumentado en el tercer mundo. La industria alimenticia tiene el reto y la responsabilidad de responder al mismo», ha añadido Nelson.

El profesor ha instado a todos los agentes a tomar medidas contra el desperdicio de alimentos: «Hay cambios sencillos en nuestros hábitos diarios que podríamos implementar para evitar estos niveles de desperdicio. ¿Cuánto tiempo mantienen los supermercados un producto o qué hacen cuando expira? ¿Qué ocurre con esa comida que sobra en los restaurantes y que podría servirse al día siguiente? Podemos trasladar este espectro a las granjas y a la industria».

Si en algo han coincidido todos los ponentes es en que el consumo está cambiando, y para bien. «No hay que ser optimista ni pesimista, sino activista», ha recalcado López. En este sentido, «los consumidores del mundo desarrollado están mirando a productos más simples, más cercanos al suelo, biológicos, orgánicos». Lópeza se ha mostrado convencido de que «no serán las decisiones políticas sino los nuevos millennials los que forzarán a la industria a tomar medidas mucho más drásticas». Para Peiteado las decisiones políticas sí son fundamentales, «pero a veces son los poderes económicos los que tienen que ir a la vanguardia». La portavoz de WWF ha resumido este desafío en una frase: «La próxima revolución agraria o será verde o no será».

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