Diversidad
Innovación para la inclusión
Hay que derribar prejuicios y tener claro que los negocios deben ser compatibles con aportar valor a la sociedad.
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COLABORA2014
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«¿Su discapacidad le afecta en el día a día en su trabajo?». Fue en 1986 cuando el sociólogo inglés Michael Oliver recogió esta pregunta -aparentemente nada excepcional ni sofisticada- de un estudio realizado por la Oficina de Censo de Población y Encuestas (OPCS) de Inglaterra. Y decidió plantearla en sentido inverso:«¿Tiene usted problemas en su trabajo debido al entorno físico o a las actitudes de los demás?».
Oliver defendía que las causas que originan la discapacidad no son biológicas, sino sociales. Mientras las preguntas formuladas por la OPCS se centraban en la discapacidad como algo que concierne al individuo, las de Oliver determinaban la discapacidad en función de cómo la sociedad impone restricciones y segrega a las personas que, por ende, discapacita.
La teoría de este prestigioso sociólogo, que define la discapacidad como una construcción social, tiene hoy vigencia en tanto en cuanto sirve para analizar el concepto de integración desde el punto de vista de la justicia y de la igualdad de oportunidades. Frente a la forma -y al contenido implícito- de preguntas de la OPCS tales como «¿Qué problema le causa dificultad para desenroscar el tapón de una botella?», Oliver se disponía a rehacerlas: «¿Qué defectos en el diseño de elementos de la vida diaria, tales como jarras, botellas y latas le generan alguna dificultad para sostenerlas, abrirlas o desenroscarlas?». «¿Tiene que vivir con parientes o con alguien que pueda asistirlo?», consultaba la OPCS. «¿Acaso los servicios comunitarios son tan pobres que usted precisa depender de parientes u otras personas para que le brinden el nivel de asistencia personal apropiado?», replanteaba Oliver.
Silvia Coriat, arquitecta argentina, precisa esta hipótesis en Lo Urbano y lo Humano: Hábitat y Discapacidad: «Por una parte, está la limitación física, la observable en el cuerpo o en el andar, y por otra, los obstáculos que impone el entorno construido según convenciones sociales. Y es justamente ahí donde se me hace presente a mí y a ustedes la discapacidad: en aquello a lo que no puedo acceder, de lo que quedo excluida».
Como tantas veces se ha dicho, las barreras sociales son en muchas ocasiones más difíciles de superar que las arquitectónicas. «Las vulneraciones de los derechos de las personas con discapacidad proceden fundamentalmente de la falta de acceso a los mismos derechos y responsabilidades que el resto de la ciudadanía», sostiene Ana Peláez, miembro del Comité de los Derechos de las Personas con Discapacidad de la ONU y del Comité Español de Representantes de Personas con Discapacidad (CERMI).
Desempleados crónicos
Eduardo D. Joly, presidente de la fundación Rumbos, de Argentina, establece una característica común de las personas con discapacidad: su condición de desempleados crónicos. En este sentido, Javier Font, presidente de FAMMA (Federación de Asociaciones de Personas con Discapacidad de Madrid), alerta de que «antes que la inserción laboral hay que garantizar los derechos. Pero estamos pasando a ser sujetos de beneficencia, y de ahí a la mendicidad hay un paso».
Según estudios de la Organización Internacional de Trabajadores (OIT), más de un 60% de las personas con discapacidad está en edad de trabajar y, sin embargo, experimenta un índice de desempleo de entre el 80 y el 100% superior al de los trabajadores sin discapacidad. Un problema que se ha intensificado durante la crisis en países como España, donde las políticas de ajuste han encendido las alertas por lo que algunas entienden que puede traducirse en el desmantelamiento del cuarto pilar del Estado de Bienestar.
En opinión de D. Joly, la cuestión radica en que no comprendemos un entorno que deba adecuarse a quienes vayan a trabajar, sino todo lo contrario: los trabajadores potenciales deben adecuarse al entorno laboral. De hecho, «para ser contratada, la persona con discapacidad tiene que demostrar de alguna manera que no lo es. Debe demostrar un nivel de destaque tan elevado que permita al otro olvidar o dejar de lado la idea de la discapacidad», explica: «El discapacitado es aceptado cuando demuestra cualidades sobrehumanas, de superación, de genialidad, permitiendo al otro admirarlo por haber superado su condición de discapacitado».
Innovación para la inclusión
Para el correcto desarrollo de la vida y del trabajo de las personas con discapacidad es necesaria una adecuación entre el entorno, pensado para la mayoría, y el individuo con discapacidad. El sector privado tiene un gran reto por delante si quiere formar parte de este cambio hacia una sociedad realmente inclusiva, donde discapacidad no sea sinónimo de incapacidad.
Existen casos de éxito que prueban que la incorporación de la discapacidad en los distintos procesos del ciclo productivo –desde el análisis del mercado, hasta los procesos de atención al cliente, pasando por la actividad de investigación y desarrollo, o la de gestión de los recursos humanos– generan un valor añadido para las organizaciones.
Los Telefónica Ability Awards son un ejemplo que aboga por que el sector privado no permanezca pasivo ante la exclusión de las personas con discapacidad. Esta iniciativa pone el foco en los modelos de negocio sostenibles que integran la discapacidad en su cadena de valor, apostando por un modelo de largo plazo. En su tercer certamen ha incorporado la nueva categoría Innovación para la Inclusión, que premia a las mejores prácticas de emprendimiento que planteen soluciones para las personas con discapacidad, valiéndose del potencial de las nuevas tecnologías para reducir la brecha social de este colectivo.
La clave es tener claro que hacer negocio es compatible con aportar valor a la sociedad. «Los negocios sociales, para que sean sostenibles en el tiempo tienen que ser rentables. De hecho, es falso el debate de que la economía de mercado esté reñida con la economía social», señala Alberto Andreu, director de Reputación y Responsabilidad Corporativas de Telefónica. «Hay ciertos mitos inciertos, como que las empresas únicamente buscan la rentabilidad económica y no el impacto social, o que los negocios con impacto social son un nicho y de bajo poder adquisitivo»
Sociedad que se retroalimenta
El 94% de las grandes compañías tiene contratado al menos a un trabajador con discapacidad, mientras que sólo el 20% de las pequeñas empresas –aquellas que tienen menos de 50 empleados- lo hace, según datos del INE. En este sentido, el argumento más repetido por las empresas (32%) hace referencia a que no sabe dónde reclutar a estos trabajadores o cómo abordar los procesos de selección. El 10% reconoce tener temor a la contratación por no haber tenido experiencias previas con empleados con discapacidad.
Aunque según Virginia Carcedo, secretaria general de FSC Inserta (entidad de la Fundación ONCE), las reglas del juego están cambiando. Cree en la diversidad como valor para la sociedad y, del mismo modo, para la empresa.«El éxito de las iniciativas de inserción radica en poder cristalizar en un puesto de trabajo, en cursos y ofertas de calidad. Al final todos nos retroalimentamos», asevera Carcedo. Es más, «una mayor diversidad en los equipos puede aumentar la efectividad de una empresa para conseguir sus objetivos y aportar un mejor acceso a nuevos segmentos de mercado»
Los premios Ability Awards de Telefónica han demostrado que, en la actualidad, hay más de 450 entidades a nivel nacional que están trabajando por la inclusión plena de las personas con discapacidad. «Tenemos potencial y cada día ese número de entidades se va incrementando. Nos estamos convirtiendo en movimiento social y tenemos que seguir trabajando en este sentido»,explica Andreu.
Utilizar la diversidad en pro de la competitividad es beneficioso para todas las partes implicadas. El futuro de las compañías pasa por la capacidad que éstas tengan para gestionar la diversidad, como factor diferenciador que representa. La sociedad busca compañías creativas que hagan algo distinto, que se desmarquen del resto.
Normalizar la discapacidad
Para evitar los estigmas sociales y normalizar la discapacidad, es necesario hacerla más visible. Pablo Echenique-Robba, elegido recientemente eurodiputado por Podemos, plantea con ironía que estaría bien ver a una princesa de Disney en una silla de ruedas. Con una discapacidad del 88%, Echenique-Robba dice haber descubierto que «todos los teatros o salones de actos están más o menos bien adaptados para que los retrones acudamos como público, pero muy pocos permiten que subamos al escenario con comodidad». Él mismo responde: «Lo que ocurre es que los retrones casi nunca detentamos poder, casi nunca participamos en debates políticos, casi nunca nos tenemos que subir a un escenario. La opresión a la que estamos sometidos nos condena a ser, casi siempre, sujetos de caridad, público, oyentes, televidentes».
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