Un momento...
ESPECIAL ESG
Lo leyó una y otra vez: «El uso continuado de combustibles fósiles podría, en dos o tres décadas, provocar cambios importantes y perjudiciales para la atmósfera y el planeta». Era 1979, y el activista medioambiental Rafe Pomerance, con gafas de carey y un espeso bigote, trabajaba para Amigos de la Tierra en Washington. A su mesa llegaban informes variados, pero aquel documento gubernamental, el EPA-600/7-18-019, capturó su atención. En la página 66 se describía con tecnicismos inquietantes el efecto invernadero, configurando lo que parecía un monstruo mitológico destinado a devorar al mundo.
Esta anécdota, narrada por Nathaniel Rich en Perdiendo la Tierra (Capitán Swing, 2020), retrata no solo a Pomerance, sino también a otros activistas y científicos que desde finales de los años setenta advertían con claridad de las consecuencias del aumento del dióxido de carbono: cuantas más emisiones, mayor sería el calentamiento global. Los primeros indicios sobre este fenómeno ya habían surgido años antes. En 1972, durante la Primera Cumbre para la Tierra en Estocolmo, el cambio climático fue señalado por primera vez como una amenaza global. A partir de entonces, el mundo comenzó a construir un camino lleno de debates, consensos –y, en ocasiones, fracasos– para enfrentar esta crisis ambiental. Desde la creación del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), en 1988, pasando por la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (1992) y el Protocolo de Kioto (1997), se han celebrado cientos de reuniones internacionales, como las Conferencias de las Partes (COP), que buscan fortalecer el compromiso global frente la amenaza de quedarnos sin planeta.
Hoy, el negacionismo climático ha perdido fuerza –aunque en ocasiones parece más vivo que nunca con discursos que se oponen abiertamente a las políticas ambientales–. Pero el desafío sigue siendo monumental, algo que se ha hecho evidente en tragedias recientes como la vivida en Valencia. Las voces que, como la del activista estadounidense Rafe Pomerance en 1979, alertan sobre el peligro, no han dejado de resonar, acumulando cada vez más evidencia sobre las consecuencias devastadoras de la inacción. Gobiernos, sociedad civil y diversas organizaciones han asumido un rol más activo, conscientes de que la ventana de oportunidad para salvar al planeta se está cerrando a un ritmo acelerado. El sector privado también se ha sumado al reto titánico de evitar que se caliente aún más la Tierra. Y son un jugador cada vez más relevante en COP como la vigesimonovena, que reunió a más de 66.000 personas entre el 11 y el 22 de noviembre en Bakú (Azerbaiyán).
«El papel [en las COP] es diverso según el sector y los intereses de las empresas», reconoce Mar Asunción, responsable del programa de clima y energía de WWF. «El sector privado es necesario para hacer la transición hacia la descarbonización. Algunas empresas acuden para mostrar que están comprometidas y presentar sus planes para la transición», explica la experta. Pero advierte que algunas organizaciones tienen como objetivo «el lavado de imagen e incluso el minar el avance de las negociaciones». Pablo Barrenechea, director de Acción Climática de Ecodes, recuerda que «una COP no es un espacio para hacerse una foto, es el lugar en el que se debe demostrar que frenar el cambio climático es posible e indicar el camino para ello».
Y para hacerlo posible, abunda Barrenechea, a las empresas les corresponde un papel crucial, pues deben «demostrar sus compromisos con la neutralidad en carbono para 2050 con resultados, mostrar soluciones reales (tecnológicas, sociales y financieras) y, sobre todo, asumir liderazgo para acelerar la acción. No es una cita para hacer negocios, sino para visibilizar el cambio de modelo en los negocios». Esto incluye alinear sus inversiones con los objetivos climáticos y desplegar soluciones climáticas concretas (renovables, bombas de calor, vehículos eléctricos…), explica Gonzalo Saénz de Miera, presidente del Grupo Español para el Crecimiento Verde y director de cambio climático y alianzas de Iberdrola. «Contar con planes de inversión ambiciosos que apuesten por estas tecnologías como fuente de creación de valor es muy importante para mostrar a la sociedad que la transición verde es posible y genera oportunidades», resalta.
El experto subraya que las empresas también son fundamentales en su labor de apoyo a los gobiernos a la hora de aprobar marcos regulatorios estables y ambiciosos, y de formar alianzas con todos los agentes que permitan acelerar la transición. «Las empresas deberían asistir a las cumbres del clima con una posición constructiva, en clave de oportunidad y basando su posicionamiento en planes climáticos propios basados en la ciencia», agrega.
Las empresas jugaron un papel crucial en la COP29 como agentes de cambio en la transición energética. «Muchas grandes corporaciones llegaron con planes para reducir sus emisiones y ofrecer soluciones tecnológicas que puedan ser escaladas para mejorar la sostenibilidad», indica Sergi Simón, coordinador de los programas de gestión de riesgos y sostenibilidad de EALDE Business School. «Pero tampoco nos engañemos, esos foros son entornos de negociación y, como es de esperar, también acuden empresas o lobbies para defender sus intereses», advierte. Pero, según destaca Simón, «son más las empresas que van a aportar en positivo que aquellas que van a boicotear determinados acuerdos».
Después de dos semanas de intensas y arduas negociaciones, la COP29 concluyó en el tiempo de descuento, dejando un sabor agridulce. «Como podíamos prever, este acuerdo ha decepcionado a muchos, principalmente a los países en desarrollo, que lo categorizan de muy poco ambicioso», resalta Germán García, director de Net Zero Advisory de KPMG España. Así lo manifestó António Guterres, secretario general de Naciones Unidas, que, si bien ha celebrado el acuerdo y lo ha definido como una buena «base», en su declaración tras conocerse el texto definitivo manifestaba que «había esperado un resultado más ambicioso, tanto en materia financiera como de mitigación».
El experto de la Big Four señala que, aunque se alcanzaron avances importantes en algunos temas clave de la COP29, como la aprobación de los artículos 6.2 y 6.4 del Acuerdo de París, que regulan los mercados de carbono internacionales tras casi una década de negociaciones, y la creación del Nuevo Objetivo Colectivo Cuantificado sobre Financiación Climática (NCQG), los resultados globales de la cumbre son limitados. A pesar de estos progresos, no se lograron avances significativos en áreas fundamentales como la reducción de emisiones, la adaptación a los impactos del cambio climático y la transición equitativa hacia economías más sostenibles.
«Lo que estaba en juego era la confianza de los países en desarrollo de que iban a recibir los suficientes recursos financieros de los países desarrollados para que pudieran elaborar sus Planes Climáticos Nacionales (conocidos como NDCs) con la necesaria ambición para frenar y reducir sus emisiones de GEI, adaptarse a los impactos del cambio climático y compensar las pérdidas y daños que ya están sufriendo de manera desproporcionada –cuando ellos han sido los menos responsables del problema, lo cual exacerba la injusticia climática–», destaca Asunción. «Lo acordado en Bakú ha quedado muy corto respecto a las expectativas y las necesidades de los países en desarrollo», añade.
La experta añade que el objetivo establecido de 300.000 millones de dólares anuales hasta 2035 (unos 285.000 millones de euros al tipo de cambio actual) con la posibilidad de utilizar fondos públicos y privados –y que no sean solo subvenciones, sino también créditos– está muy alejado de lo que pedían los países del sur global: 1,3 billones de dólares anuales, predominantemente con fondos públicos y subvenciones.
Según el propio documento aprobado en la COP29, se estima que los países menos desarrollados requieren entre 5 y 6,9 billones de dólares hasta 2030 para cumplir con sus compromisos climáticos. «Este ha sido el tema principal de la cumbre, eclipsando cualquier otra cuestión», añade Barrenechea.
Pero más allá de este pilar fundamental, se han lanzado importantes señales políticas que muestran la determinación de muchos países por adoptar en los próximos meses planes climáticos alineados con el escenario de 1,5 °C. «Desde el punto de vista energético, la presidencia de la COP29 ha lanzado una potente Declaración (apoyada por cientos de países, empresas y organizaciones) para multiplicar por seis la capacidad de almacenamiento energético a 2030 y ampliar de forma importante las redes eléctricas a nivel internacional. Esto es una muestra más del papel de la energía en esta COP29», destaca Saénz de Miera. «Se ha visibilizado la viabilidad y competitividad de las tecnologías verdes a lo largo de todos los sectores, así como su potencial como fuente de oportunidades industriales y de creación de valor para la sociedad», abunda.
El papel de las empresas en este tipo de reuniones es fundamental, no solo porque conocen de primera mano las políticas públicas y los ajustes a los que se tiene que ceñir sus negocios y procesos para seguir avanzando hacia una economía sostenible. «Tienen la responsabilidad de liderar con acciones concretas y demostrar que la descarbonización puede ser una oportunidad de negocio, no solo un reto», abunda Simón. «Hay que seguir avanzando en ambición, adaptación y mitigación si queremos que las próximas generaciones puedan tener una vida tal y como la conocemos actualmente», añade García.
En cuanto a los aspectos más destacados de esta última cumbre, los expertos consultados destacan:
Los ojos del mundo ya están puestos en Brasil, en la COP30 del 2025. El Cambio Climático es un fenómeno global y es necesario que todos los países actúen para afrontarlo. «Es cierto que los avances que se alcanzan son muy insuficientes respecto a la emergencia climática, pero al menos una vez al año los países tienen que rendir cuentas de su acción, o inacción, y esto presiona a los gobiernos», afirma Asunción. El proceso de la agenda global es continuo a lo largo de todo el año, por lo que se dice que la COP30 ya ha comenzado, lo que permite a los países adaptarse a la evolución de los conocimientos científicos y tecnológicos, abordar las diferencias y avanzar colectivamente en la acción por el clima. «Una cumbre, más allá de las negociaciones, reúne a los gobiernos y a la sociedad civil, creando un espacio colectivo de construcción de acciones y soluciones a la crisis climática», concluye Barrenechea.
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