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Europa en su laberinto

ETHIC / Europa en su laberinto
Los resultados de las elecciones europeas mostraron el preocupante auge de los partidos extremistas y antieuropeos, así como el debilitamiento de los socialistas, los liberales y los verdes. Europa, ahora, tendrá que ser más europeísta que nunca para enfrentar desafíos decisivos para su futuro como la transición energética o las políticas migratorias. El politólogo y miembro del Consejo Editorial de Ethic José Ignacio Torreblanca lo analiza en este artículo.
POR: José Ignacio Torreblanca

Tras concluir el mandato 2019-2024 de la Comisión Europea, los ciudadanos europeos acudieron a las urnas para elegir cómo quieren ser gobernados en los próximos cinco años y qué prioridades quieren que aborden la próxima comisión y las instituciones europeas. Los populares europeos, con Ursula von der Leyen a la cabeza, han conseguido un respaldo suficiente para seguir dirigiendo la Comisión Europea con el apoyo, sobre todo, de liberales y socialistas. Sin embargo, las urnas mostraron también un preocupante auge de los partidos extremistas y antieuropeos, especialmente en Alemania y Francia, y un debilitamiento de socialistas, liberales y verdes que, inevitablemente, escorará la próxima comisión hacia la derecha.

Para evaluar cómo será la próxima comisión y qué tipo de prioridades enfrentará, quizá sea conveniente ver primero a qué se ha dedicado la comisión actual y cuáles han sido sus prioridades. En 2019, la presidenta Ursula von der Leyen habló de una «comisión geopolítica» como impulso principal o clave definitoria de su mandato. Y efectivamente lo ha sido, dada la preeminencia que han tenido los aspectos relacionados con la geopolítica y la geoeconomía durante este mandato.

La politización extrema de la agenda climática ha llevado a la mayoría de los líderes europeos a recalibrar el impulso que estaban dispuestos a conceder a la descarbonización

Aunque en 2019 no supiéramos que Rusia iba a invadir a Ucrania (un error que todos, en especial Ucrania, hemos pagado muy caro), sí quedaba claro que el diagnóstico del mundo en el cual iba a operar la Unión Europea durante los siguientes cinco años estaba dominado por la idea de que la política de poder y la instrumentalización de las interdependencias iban a ser elementos centrales. Ese mensaje destacaba en el discurso con el cual el alto representante de la Unión para la Política Exterior y de Seguridad, Josep Borrell, solicitó al Parlamento Europeo que le confirmara en el puesto el 7 de octubre de 2019: «Vivimos en un mundo donde todo se ha convertido en un arma que los Estados utilizan unos contra otros». Y concluyó que el mundo basado en reglas que conocíamos y la globalización regida por los intercambios y la interdependencia económica de la que nos beneficiábamos estaba llegando a su fin.

Acontecimientos inesperados

Como suele ocurrir en política, los acontecimientos inesperados y las consecuencias no intencionadas suelen pesar mucho más en los mandatos políticos que las prioridades establecidas al comienzo. En el caso de esta legislatura europea, la pandemia y la guerra de Ucrania han sido sin duda dos eventos que han impactado profundamente en la UE. No obstante, lejos de desviar a la Unión de su curso, estos dos eventos han reforzado su empeño en lograr una mayor autonomía estratégica.

Por un lado, la pandemia fue una llamada de atención crucial respecto a la necesidad de reducir la dependencia estratégica en cadenas de suministro claves, no solo en el ámbito sanitario, sino también de forma más amplia en el ámbito económico. El supuesto de que bienes esenciales para nuestro sostenimiento económico, e incluso nuestra

supervivencia, iban a poder cruzar el mundo en 24-48 horas para llegar a la UE y de que, por tanto, no nos teníamos que preocupar de producirlos ni almacenarlos se demostró erróneo y, peor aún, peligroso.

Por su parte, la guerra de Ucrania ha confirmado que el camino elegido por la UE hacia la búsqueda de una mayor autonomía estratégica era el correcto, especialmente al descubrir que las interdependencias, como en el caso de Rusia respecto a la energía, no solo no garantizaban la paz, como nosotros pensábamos, sino que se convertían en vulnerabilidades que otros actores estaban dispuestos a utilizar en nuestra contra. Como se ha visto, Rusia utilizó esta dependencia para extorsionar a los europeos, intentando crear un área de influencia en sus fronteras y negando la posibilidad de evolución democrática y de pertenencia a la UE a Ucrania.

Transición energética y políticas migratorias

Las otras dos grandes cuestiones prioritarias en el mandato 2019-2024 han sido el cambio climático, es decir, la transición energética, y las políticas migratorias. La UE que se asomaba al mundo en 2019 venía traumatizada por una experiencia migratoria derivada de la guerra civil siria que casi acaba no solo con la libre circulación entre los Estados miembros, sino también con la solidaridad y los principios fundamentales imprescindibles para gestionar los desafíos exteriores. La negativa de Hungría y otros países a acoger solicitantes de asilo y refugiados sumió a la UE en una profunda crisis de credibilidad. Por tanto, quedó claro que el mandato 2019-2024 debía tratar de lograr un pacto en materia de asilo y migración que pudiera estabilizar a la Unión y permitirle dar una respuesta coordinada a los desafíos migratorios, so pena de seguir impulsando unos movimientos xenófobos y, a la vez, antieuropeos, que, como se ha visto en estas elecciones de 2024, pueden poner en cuestión el propio proyecto de integración europea.

El pacto migratorio y de asilo alcanzado al final de la legislatura muestra que los Estados miembros han sido conscientes de la necesidad de acordar una respuesta coordinada a un desafío de enorme magnitud e igual sensibilidad política. También, desgraciadamente, hemos visto que muchos Estados miembros han pagado un precio muy alto por ese consenso, sacrificando valores y principios comunes y aceptando un pacto migratorio y de asilo que enfrenta el problema desde un punto de vista casi exclusivamente punitivista y securitario en lugar de hacerlo desde un enfoque económico y social.

En cuanto a la transición energética, la guerra de Ucrania no ha hecho más que confirmar que la apuesta por la descarbonización, las energías limpias y la reducción de dependencias de combustibles fósiles era la política acertada. Paradójicamente, el reforzamiento de esa convicción respecto a la ausencia de alternativas a dicha transición ha coincidido, al final de la legislatura, con una politización extrema de la agenda climática. Esta politización ha llevado a la mayoría de los líderes europeos a recalibrar el impulso que estaban dispuestos a conceder a dicha transformación energética y, en especial, el coste político que estaban dispuestos a aceptar como precio por la introducción de políticas que se han demostrado mucho más impopulares de lo que se pensaba. Pese a que las encuestas muestran que una amplia mayoría de europeos entiende y se preocupa por el cambio climático, otra cosa bien diferente es la aceptación de cada sector, sean agricultores, consumidores o empresarios, de los costes asociados a esa transformación. Así, como suele ocurrir en todo proceso de cambio, la ausencia de recursos presupuestarios para compensar a los perdedores de una política suele ser el principal obstáculo para poder adoptarla.

Las carencias en materia de seguridad y defensa dejan a la UE en una posición de extrema vulnerabilidad ante la posible llegada al poder de Donald Trump en Estados Unidos

La Europa que dejamos atrás mientras miramos a la que se abre ante nosotros deja amplios claroscuros. Por un lado, los acontecimientos externos han refrendado que las prioridades de la UE eran las adecuadas, especialmente en el ámbito de la seguridad económica y energética. Sin embargo, a pesar del apoyo otorgado a Ucrania, tanto desde el punto de vista económico como humanitario y militar, el balance de estos cinco años en cuanto al avance en materia de defensa común y autonomía estratégica no ha sido tan positivo como se hubiera deseado.

Europa seguirá en guerra

La UE ha puesto en marcha durante esta legislatura pasada iniciativas que difícilmente hubiéramos podido imaginar, como la Ley de Producción de Municiones (ASAP) aprobada en 2023 para dotar a Ucrania de un millón de proyectiles de artillería o, también novedosamente, el empleo de los recursos financieros de su Fondo para la Paz para financiar las compras de armamento destinadas a Ucrania, por no hablar de las severísimas sanciones impuestas a Rusia.

Aunque estas medidas han supuesto un hito en la transformación de la UE en un actor comprometido con la seguridad y defensa de sus vecinos, detrás de estos avances queda casi todo por hacer. La incapacidad europea de coordinar eficazmente sus envíos de armamento a Ucrania, tanto en calidad como en cantidad, ha demostrado que, hoy por hoy, la seguridad europea sigue estando por completo en manos de Estados Unidos. A pesar de que los líderes europeos hayan definido reiteradamente la guerra de Ucrania como un evento estratégico de primer orden para la UE, del cual dependería su seguridad durante los próximos años, en la práctica ha sido Estados Unidos quien ha asegurado la capacidad defensiva de Ucrania con unos paquetes de ayuda militar que la UE no ha podido igualar.

La próxima legislatura europea tendrá que completar esta obra inacabada y demostrar que la UE es capaz de cumplir sus compromisos en defensa (especialmente en materia presupuestaria) y de estar en condiciones, como mínimo, ya que está lejos de sustituirla, de complementar a la OTAN. Pese a las señales que Putin venía emitiendo desde la primera invasión de Ucrania en 2014, e incluso tras la confirmación en 2022 de que la UE iba a tener que convivir con un vecino con ambiciones imperiales, la agenda europea de la defensa se ha adoptado de forma tardía e insuficiente. Las carencias europeas en materia de seguridad y defensa dejan a la UE en una posición de extrema vulnerabilidad ante la posible llegada al poder de Donald Trump en Estados Unidos, un escenario que podría ser catastrófico para la UE, tanto económica como militarmente. Hay que recordar, en este sentido, la reiteración por parte de Trump de su intención de abrir una guerra comercial con la UE, imponiendo aranceles del 10% a todas sus exportaciones hacia Estados Unidos, y de detener la guerra de Ucrania en 24 horas forzando a Kiev a ir a una negociación muy perjudicial que en la práctica significaría una victoria de Putin de muy negativas consecuencias para la UE.

Los populistas

Las urnas confirmaron lo que la mayoría de las encuestas habían venido señalando: que la UE giraría a la derecha tras las elecciones. Dos de las principales víctimas de ese giro podrían ser la transición energética y las políticas migratorias.

La derecha conservadora y las derechas radicales europeas han mostrado en repetidas ocasiones su incomodidad con el ritmo y la velocidad de una transición energética que consideran perjudicial electoralmente, sobre todo en sectores como el agrícola, donde, como hemos visto, las movilizaciones han sido significativas. Esa agenda verde está siendo estigmatizada como una agenda ideológica por las derechas radicales y rechazada por una parte significativa de la ciudadanía que la asocia a los incrementos en los precios de los alimentos y del combustible (es decir, a la inflación) y al aumento de las desigualdades en el poder adquisitivo entre las clases medias y trabajadoras. En este contexto, el tipo de políticas climáticas que hemos visto en 2019-2024 van a ser más difíciles de aprobar y menos populares.

Algo parecido ocurrirá en el ámbito migratorio. Aunque, como se ha dicho, la UE ha alcanzado un amplio pacto sobre migración y asilo en la legislatura pasada, una amplia mayoría de Estados miembros quieren endurecer aún más la política migratoria de la Unión. Esto se ha puesto de manifiesto en la carta conjunta que quince Estados miembros firmaron inmediatamente antes de las elecciones proponiendo adoptar los planteamientos sobre la gestión de solicitantes de asilo en terceros países que ha impulsado el Reino Unido (a su vez, copiados de Australia), consistente en disuadir a nuevos solicitantes de asilo tramitando sus demandas desde terceros países a los que previamente habrían sido deportados.

El pacto migratorio y de asilo enfrenta el problema desde un punto de vista casi exclusivamente punitivista y securitario en lugar de hacerlo desde un enfoque económico y social

Recién reelegida, el papel de Von der Leyen será crucial. Figuras como la presidenta del Consejo de Ministros de Italia, Giorgia Meloni, que actúa como puente entre diferentes facciones de la derecha populista europea y los conservadores tradicionales, agrupados en el Partido Popular Europeo, querrán jugar un papel importante en la configuración de la próxima Comisión Europea, mientras que el gobierno de coalición alemán, que ha perdido estrepitosamente las elecciones en Alemania, será más débil y estará más dividido que nunca. También será crucial el papel de Emmanuel Macron, que el pasado 7 de julio detuvo el ascenso del partido de Marine Le Pen pero ahora debe negociar con otro socio incómodo: la izquierda radical de Jean-Luc Mélenchon. De momento, el presidente francés ha dicho que no se designará nuevo primer ministro hasta que acaben los Juegos Olímpicos de París. 

Las nuevas derechas creen más en los gobiernos nacionales que en las instituciones europeas, no quieren más profundización, ni tampoco más recursos presupuestarios comunes. Sin embargo, tendrán que proveer bienes públicos esenciales para asegurar la seguridad y la prosperidad de la UE. Tendrán que impulsar una industria europea de la defensa, invertir en la seguridad económica de la Unión, tanto en el ámbito de la energía como en el de la transformación digital, y poner en marcha un complejísimo proceso de ampliación a Ucrania y Moldavia (además de completar el abierto en los Balcanes). Todo ello en un horizonte geopolítico dominado por una creciente rivalidad económica y de seguridad entre Estados Unidos y China y con una Rusia que no va a cejar en su empeño de dominar Ucrania. Esas contradicciones tensionarán su agenda, como ya han hecho en el caso de Giorgia Meloni, esperemos que obligándoles a corregir sus visiones y promover una integración más estrecha.