Un momento...
«No conoces el valor de algo hasta que lo pierdes». Esta frase que tantas veces se ha utilizado en el amor, la amistad o en cualquiera de los ámbitos personales de nuestra vida también es aplicable a la biodiversidad marina, cuya supervivencia hemos puesto en riesgo muchas veces a costa de nuestro ocio y negocio. Es el caso de la posidonia oceánica, una planta endémica del Mediterráneo que cumple funciones ecológicas esenciales: retiene un nivel importante de carbono, atenúa la energía del oleaje, proporciona hábitat a una serie de organismos, incide en mantener la transparencia del agua… No obstante, es una especie de crecimiento muy lento y su reproducción sexual es escasa, por lo que tiene una baja capacidad natural para recuperarse de las perturbaciones que se producen a su alrededor.
En los sectores de costa donde se ha estudiado este ecosistema, se ha visto que entre un 5 y un 50% de la pradera de posidonia ha desaparecido o ha perdido densidad en los últimos años. Las causas son diversas según los expertos, pero casi todas están ligadas a actividades humanas como la contaminación de distintos tipos (urbana, industrial, de plantas instaladoras, de jabón, de agricultura), las construcciones cercanas a la costa, los dragados o el fondeo de embarcaciones, entre otras.
Sin embargo, no todo son datos negativos. La restauración de especies ha adquirido una nueva importancia en la última década y, en el caso de la posidonia, es posible promover la recuperación de las praderas perturbadas. En este escenario se puede llevar a cabo una restauración pasiva –eliminando las causas de la pérdida de las praderas–, o una restauración activa –yendo un paso más allá y replantando la especie, con esperanzas de que se conserve–. Pero ¿es posible restaurar un ecosistema tan frágil? A esta cuestión trata de dar respuesta el proyecto Bosque Marino de Redeia.
Esta iniciativa de replantación del fondo marino es fruto de la convicción de la compañía de evitar o minimizar efectos en el territorio. Por ello, en su proceso de diseño de líneas y proyectos, analizan todos los potenciales impactos a la biodiversidad, adoptan medidas para evitarlos, y finalmente se realizan proyectos de restauración y compensación de hábitat.
En una de estas experiencias, concretamente en el proyecto de interconexión eléctrica entre las islas de Mallorca e Ibiza, se percataron de que el cable atravesaría una pradera de posidonia y buscaron un camino alternativo para evitar dañarla. Fue esta circunstancia la que dio vida a la primera replantación de esta especie y la que hizo que se eligiera la bahía de Pollença en Mallorca para ello.
Pocos lugares hay en el Mediterráneo en los que ubicación, entorno y solidaridad conformen un cóctel idóneo. El Aeródromo Militar de Pollença, ubicado en la bahía bajo el mismo nombre, es uno de ellos. Fundado en la Guerra Civil, este organismo estaba lejos de imaginarse que entre sus grandes responsabilidades estaría el ser hogar de dos hectáreas de posidonia oceánica desde su replantación en 2018 hasta la actualidad. Y sin embargo, así ha sido: además de por razones biológicas, el aeródromo reúne condiciones político–sociales de lo más oportunas. Al ser un espacio protegido, actividades como el fondeo de barcos, el turismo u otras que interfieran con el fondo marino están prohibidas. Por otro lado, y gracias a la implicación de los dirigentes de la base aérea, durante los meses en los que equipo de Bosque Marino estuvo operando en la zona no les fue necesario alquilar un amarre de barcos, reduciendo así el impacto en la zona.
Además de estas características, otro factor ha asegurado el éxito de la replantación: la técnica utilizada por el equipo del Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados (IMEDEA), una institución en la que colaboran el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y la Universitat de les Illes Balears (UIB) para la investigación de los ecosistemas marinos, costeros e insulares. Esta consiste en recoger los frutos y fragmentos de posidonia de manera no invasiva, para después replantarlos donde estaban las antiguas praderas, distinguibles porque a día de hoy son mata seca. Mientras que los frutos se entierran directamente en la arena, los fragmentos son atados previamente a un anclaje, una pieza metálica en forma de U que sirve para darle estabilidad al fragmento y también brindarle la oportunidad de que sobreviva.
Esta metodología ha permitido percibir pequeños cambios en la biodiversidad del lugar que, en unos años, podrá acoger a especies más notables que los ácaros y microorganismos que la habitan ahora.
Seis años después, en septiembre de 2024, en el mismo sitio donde se inició y desarrolló el proyecto de replantación, Redeia organizó el seminario científico Bosque Marino, que sirvió como punto de encuentro para científicos, académicos y expertos marinos. En él, se compartieron los resultados de esta primera replantación y se presentó su alianza estratégica junto a Ecomar para impulsar la conservación y restauración de los ecosistemas marinos hasta 2030: la plataforma Bosque Marino.
El Bosque Marino de Pollença se trata de un proyecto pionero, al ser la primera plantación de un bosque submarino de estas dimensiones en el Mediterráneo. Estas características le permitieron ser reconocido en 2023 como la mejor práctica ambiental implementada en las redes de transporte de energía eléctrica europeas en la última década y también, gracias a su I+D allanar el camino para una iniciativa aún mayor.
La alianza de la plataforma Bosque Marino nace gracias al éxito de la replantación de posidonia en Pollença. La misma metodología será utilizada en las acciones que Ecomar y Redeia iniciarán el próximo invierno en la cuenca mediterránea. En esta ocasión, además, se sube la apuesta: el objetivo de la plataforma es impulsar proyectos de restauración de ecosistemas marinos y restaurar el máximo de hectáreas que sea posible. Se empezará por posidonia oceánica en la Comunidad Valenciana y a partir de ahí se ampliarán hábitats, especies y enclaves geográficos. Una iniciativa que no hubiera sido posible sin la colaboración de diversos organismos, tanto públicos como privados.
Toda una lección que nos lleva al ODS 17, frecuentemente pasado por alto pero que resalta la necesidad y el valor del trabajo en equipo: cuando queremos ir rápido, vamos solos, pero cuando queremos llegar lejos tenemos que trabajar en equipo. Un mantra que le viene como anillo al dedo a los proyectos de restauración y conservación que requieren un crecimiento lento y monitorizado y, sobre todo, una gran diversidad de especialistas (desde biólogos hasta militares, en el caso de Pollença).
En este aspecto coincidieron los ponentes del seminario científico Bosque Marino. «O te alías o es imposible que saques adelante un proyecto de protección del medio. O el ODS17 o no hay tutías», declaró Antonio Calvo, director de Sostenibilidad de Redeia. Un sentimiento compartido por Theresa Zabell, directora de Ecomar, quien le tiene un especial cariño al medio marítimo por permitirle cumplir su sueño de ser campeona olímpica en vela: «Después de haber estado en primera fila de una película que la gran mayoría de las personas nunca van a ver (haciendo referencia a lo espectacular del mar), tenía que divulgarla para que todos entendiéramos el problema (…). Las alianzas ayudan a formar una simbiosis que nos permite ser más útiles, plantar más posidonia y escalar luego a otros ecosistemas».
Pese a la buena voluntad de las entidades privadas, cualquier acción en un espacio público o protegido debe estar respaldada por la autorización de las administraciones públicas. Y más si se trata de intervenir en una especie como la posidonia, que destaca por su fragilidad ante las actividades humanas.
En las jornadas organizadas por Redeia, representantes de la Administración pusieron de manifiesto las trabas y dificultades que esto entrañaba y animaron a otros políticos a poner el foco en el fondo marino. Joan Simonet (Gobierno de Baleares) explicaba que «todos debemos trabajar para poner en valor los bosques marinos, un hábitat que la población general no ve». Una premisa que apoyó Raúl Mérida (Generalitat Valenciana): «La colaboración público-privada en la sostenibilidad no es una opción, es una obligación. Si no lo hacemos hoy, mañana será tarde».
La comunidad científica, a la que dieron voz Miguel Aymerich (MITERD), Josep María Gili (Institut de Ciències del Mar, CSIC-ICM) e Inés Castejón (CSIC-IMEDEA), también participó en el seminario. Entre los tres, resaltaron las principales dificultades que existían a la hora de liderar proyectos de restauración: la gobernanza, la financiación y la lentitud de los procesos protagonizaron el debate. «Aunque la Unión Europea esté desarrollando su directiva, a día de hoy pedir permisos sigue siendo una auténtica pesadilla», destacó Castejón.
Josep María Gili también insitió en la necesidad de crear «cultura científica» con la que empatice la sociedad: «Si no hay esa cultura científica, la satisfacción no se produce». Una tendencia que, sin embargo, ha ido en aumento con el paso del tiempo, como indicó la propia Castejón: «Tenemos a nuestro favor los voluntarios, las redes de seguimiento y la concienciación. Llevamos varios años ya pico-pala para difundir y divulgar en la sociedad para que haya una conciencia más o menos amplia».
En la misión de concienciar, la comunidad científica se une a las demás. A la hora de iniciar un proyecto de tal magnitud es importante poner el foco en la imagen de la posidonia en la sociedad, una labor que no debe (ni puede) llevar a cabo un único organismo. Comunicar, divulgar y educar es una tarea conjunta, y la única manera de que los actores comprendan la iniciativa y estén dispuestos a respetarla.
Actividades como Posidònia a l’aula permiten a los jóvenes informarse de forma lúdica sobre lo fundamental que es esta especie, aunque no son los únicos a los que les tiene que llegar el mensaje. «La educación, que a veces asociamos solo a colectivos escolares debe llegar a todos los miembros de la sociedad. Nuestros pilares son la investigación, la conservación y la divulgación, y tenemos que traducir esa parte más científica a un lenguaje que puedan entender todos nuestros destinatarios», explicó Beatriz Domínguez, coordinadora de la Fundación Oceanogràfic, durante el seminario. Una comunicación que permitirá que el sector primario, secundario y terciario conozcan cómo impactan sus actividades en la flora y fauna del fondo marino para poder así tomar las decisiones correctas.
Bosque Marino ha demostrado que, igual que la posidonia, la sociedad es capaz de huir del individualismo y formar praderas de alianzas capaces de recuperar la diversidad y atrapar la huella de carbono del Mediterráneo. Y, con una buena comunicación, quién sabe, quizás de mucho más.
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