La (imborrable) huella de la Escuela de Chicago
Más allá de lo puramente económico, esta corriente liderada por Milton Friedman y George Stigler que aboga por la propiedad privada, la desregulación, el comercio libre y la globalización ha influido en numerosos aspectos de nuestras culturas occidentales, desde la política hasta el amor.
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La Escuela de Economía de Chicago, nacida a mediados del siglo XX, representa una doctrina neoclásica de liberalismo económico surgida en la década de los años treinta en la Universidad de Chicago. Históricamente liderada por los premios Nobel Milton Friedman y George Stigler, esta corriente ve en la no intervención estatal en la economía y el desarrollo de mercados libres las mejores herramientas para garantizar el reparto de los recursos y el progreso económico (y social). De algún modo, dicha escuela representó una reacción al keynesianismo, la teoría de John Maynard Keynes que afirma que el Estado debe intervenir en la economía para revertir los ciclos de crisis. Debemos remarcar que la Escuela de Chicago fue fundada por Rockefeller, por lo que para algunos representaría una escuela de los ricos para los ricos.
La corriente económica de la Escuela de Chicago ha sido considerada providencialista, como las teorías de su antecesor del siglo XVIII, Adam Smith. La creencia fundamental de esta teoría es que existe una mano invisible a través de la que la racionalidad y la armonía gobiernan el mundo, por lo tanto, si dejamos hacer a la naturaleza y permitimos que gobierne el interés de cada uno, las interacciones económicas (interesadas) entre unos y otros darán como fruto una mayor prosperidad para todos. Un principio básico presente a La riqueza de las naciones (1776) del propio Smith.
Este tipo de optimismo es muy común en ciencias sociales y lo encontramos en el ‘ardid de la razón’ de Hegel –no es la voluntad humana la que moldea la historia, sino el espíritu, que hace uso de dicha voluntad–, en antropólogos como Marvin Harris y Claude Levy Strauss (entre otros) y en biólogos como Charles Darwin, cuya teoría de la evolución hace uso de la «selección natural» como mecanismo para el desarrollo, adaptabilidad y mejora de las especies. Se sostiene así la idea de que el estado de naturaleza es autorregulador, que son las propias leyes naturales las que tienen como consecuencia necesaria la mejora de las especies. En el caso del liberalismo, son las propias leyes del mercado las que benefician a la comunidad. En última instancia, la mano invisible ha sido considerada por muchos como una secularización racionalista de ciertas posiciones religiosas, en el sentido de una providencia que gobierna el mundo.
Un caso llamativo de la influencia de Chicago es la teoría ‘queer’, atravesada por la fluidez y el rechazo por el referente material
En el contexto de esta forma de neoliberalismo, la Escuela de Chicago aboga por la propiedad privada, la desregulación económica, el comercio libre, la globalización, la austeridad y los recortes en los gastos por parte del Estado. Precisamente, el uso del término «neoliberal» logró gran difusión en los años ochenta del siglo XX, principalmente gracias a la nueva aplicación de dichas políticas económicas en la década de los años setenta y ochenta, siendo Reagan y Thatcher dos importantes defensores (junto con los presidentes estadounidenses Nixon y Ford). El hecho de que dos importantes economías como la estadounidense y la británica adoptasen tales preceptos hizo que otras economías menos potentes siguiesen su misma línea de acción, además de influir decisivamente en el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.
Esta forma de entender le realidad económica, que sirve de base fundamental a nuestras vidas, culturas y costumbres –pues es en torno a nuestra vida económica que articulamos nuestra existencia social–, ha dado a luz a formas de aparente disidencia que, en el fondo, no son más que un reflejo ideológico de esa base material de la que emanan.
Un caso llamativo es la teoría queer, atravesada enteramente de fluidez, desregulación, constructivismo y rechazo por el referente material u objetividad. Al igual que las políticas de Milton Friedman sirvieron de base a una financiarización de la economía (muy alejada de la llamada economía real) y rechazaron el referente oro como base del valor (el fin de los acuerdos de Bretton Woods), la teoría queer hace de las identidades sexuales elementos flotantes en los que el referente material-biológico (genitalidad, cromosomas, etc.) dejan de contar a la hora identificar sexualmente a cada cual. Es decir, que la identidad de género queda desligada del objeto que representa, al igual que el valor del dinero se tornó independiente del objeto oro.
A su vez, el concepto de autodeterminación, tan presente en la teoría queer, tiene una clara raigambre capitalista, como desarrollo del paradigmático ‘hombre hecho a sí mismo’ (self-made man). En ambos casos, lo fijo y objetivo son rechazados en pos de la representación virtual de la realidad, y uno ha de construirse a sí mismo a través de la creencia o decisión consciente, al margen de los hechos del mundo. Debemos entender que la teoría queer se origina y desarrolla precisamente sobre la base del dominio creciente del neoliberalismo de la Escuela de Chicago en la economía global. Así, la idea básica de ambas corrientes consiste en afirmar que la realidad no existe, sino que se construye por vía de la representación subjetiva. Como afirma el periodista Ron Suskind, el neoliberalismo de la era Bush era una «doctrina profundamente convencida de que la realidad no existe, sino que se construye».
La relevancia que esta corriente le otorga al individualismo influye indiscutiblemente en lo que entendemos en Occidente por vida amorosa
Siguiendo la crítica del sociólogo Zygmunt Bauman, todo es aquí líquido, desregulado y representacional, algo que afecta también a la vida amorosa de las poblaciones occidentales, sometidas a una falta de estabilidad. La importancia ofrecida a la individualidad por parte de esta corriente económica es decisiva en nuestra vida amorosa, puesto que «la tendencia al individualismo hace ver las relaciones fuertes como un peligro para los valores de autonomía personal».
Una de las influencias más interesantes es su impacto en el actual individualismo global de la ciudadanía, vinculado al interés de la Escuela de Chicago en la iniciativa individual frente a las decisiones consensuadas desde el Estado (como representante de la voluntad colectiva). El interés individual, como herramienta que repercutiría en el bien de todos también, sería una fuente de este nuevo individualismo.
A su vez, la escuela tuvo impacto en el terreno político con la corriente conocida como la «política económica de Chicago». Contribuyó, también, a la caída de regímenes comunistas gracias a reuniones clandestinas con economistas nativos contrarios a dichos regímenes, a la distribución de los artículos semanales de Milton Friedman para Newsweek (repartidos en estos países también clandestinamente) y otras contribuciones mediáticas al alcance de los habitantes de países comunistas durante esos años.
Es indudable que la Escuela de Chicago ha tenido importantes consecuencias en nuestras formas de relacionarnos e incluso de hacer política. En palabras de Van Horn y Mirowski: «La gran innovación de la Escuela de Chicago fue la idea de que buena parte de la actividad política se la entiende como si se desenvolviera a través de un proceso de mercado, y por consiguiente moldeable según la teoría neoclásica». Sus aportes han sido empleados no solo en el ámbito del mercado, también a aspectos sociales externos al mismo. Por poner un ejemplo, la escuela entendió que, en el terreno judicial, las leyes y las decisiones deberían de promover la eficiencia.
No obstante, entre las muchas críticas realizadas contra los economistas de Chicago está el hecho de que partan de la creencia de que los ciudadanos o agentes económicos sean seres racionales que busquen maximizar su interés personal; una afirmación que contradice las observaciones realizadas en el plano de la psicología.
Para acabar, es importante observar la incipiente realidad virtual y los metaversos ya que también están vinculados a las ideologías neoliberales puesto que, de nuevo, el referente material pierde peso y gana importancia la representación o el mundo de lo virtual.
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