Robots y máquinas para la vida cotidiana

¿El servicio está fatal? Los robots de la limpieza

ETHIC / ¿El servicio está fatal? Los robots de la limpieza
Máquinas que limpian, aspiran, cocinan... Cada vez son más sofisticados los robots pensados para hacernos más fácil la vida cotidiana. ¿Qué muestran estos avances tecnológicos y qué dicen de nosotros?
Ilustración: Óscar Gutiérrez

El sonido del aparato es casi imperceptible, pero allí está. Es como un leve zumbido de abeja. A veces se escucha lejos y otras veces más cerca. Bzzzz, bzzzz, bzzzz. La máquina va por el suelo aspirando el polvo que encuentra a su paso. En ocasiones choca con un mueble, y ¡zas!, cambia de dirección. Se comunica con el humano a través de melodías, pitidos, luces. Podemos ver su estado y activarlo con la aplicación móvil. Quien tiene este dispositivo se ha quitado de encima la labor mecánica, y un poco engorrosa, de limpiar el suelo. Pero no es el único robot que hay en muchos hogares. Los hay también en la cocina, en el jardín e incluso hay algunos diseñados para ayudar a las personas mayores.

El mundo se ha llenado de sistemas mecánicos que nos ayudan a resolver las tareas diarias de la vida. «La robótica refleja dos impulsos», afirma Marcel Cano, profesor de Filosofía y Tecnología en la Universitat de Barcelona (UB), «el primero, la búsqueda de mayor eficiencia y productividad en el sistema económico; y el segundo, la aspiración de crear una máquina perfecta que libere al ser humano de tareas repetitivas y le permita dedicarse a la vida buena». En 2025, un robot es mucho más que una máquina programada para realizar tareas. «Gracias a la combinación de inteligencia artificial, sensores avanzados, conectividad y nuevos materiales, los robots son ahora sistemas inteligentes capaces de adaptarse a su entorno, tomar decisiones y ejecutar funciones que antes solo podían ser realizadas por humanos», asegura Juan Luis Moreno, Partner & Managing Director de The Valley, un ecosistema de conocimiento digital, colaborativo y abierto.

Hacer la vida más sencilla

El concepto de robot ha cobrado vida. El término fue acuñado en 1920 por el dramaturgo y filósofo checo Karel Čapek. La palabra proviene de robota, que en checo significa «trabajo forzado» y que está vinculado a la servidumbre. Desde una perspectiva nietzscheana, explica Ricardo Pinilla, profesor de la Universidad Pontificia Comillas, la tecnología y las máquinas son una prolongación de la voluntad de poder del ser humano, que permiten expandir su dominio sobre el mundo. «Vivimos a través de ellas», abunda el profesor.

Desde tiempos remotos, el ser humano ha soñado con hacer las cosas más sencillas: ha usado la palanca para aumentar la fuerza o el hacha de sílex para cortar lo que con las manos sería imposible. Luego se ha empeñado en mecanizar. En el siglo XVII, Blaise Pascal creó una máquina de cálculo que ayudaba a hacer sumas y restas. El aparato, llamado pascalina, era enorme, funcionaba a base de ruedas y engranajes y fue la primera calculadora de nuestros tiempos. Después de este invento vinieron muchos otros, como el de Gottfried Leibniz, que perfeccionó la pascalina para que también multiplicara y dividiera, o el Charles Babbage y su máquina de diferencias, que era capaz de hacer cálculos rutinarios (como logaritmos) de manera mecánica.

Hoy en día, los robots son sistemas inteligentes capaces de adaptarse al entorno

Ada Lovelace, en el siglo XIX, demostró al mundo que la máquina de cálculo podía actuar sobre números, pero también sobre objetos. Vislumbró un universo de posibilidades e hizo posible la creación de un primer modelo que serviría de base para la actual computadora. Ya en el siglo XX, Alan Turing estimuló el desarrollo de algoritmos y sistemas de aprendizaje automático. Hoy, algo de ese pasado tecnológico se respira en casa, pero también en otros sitios como los hospitales, donde los robots de telepresencia permiten a los médicos atender pacientes a distancia, y en las fábricas, donde los robots colaborativos trabajan codo a codo con operarios humanos para optimizar la producción.

En el ámbito de la logística y el transporte, el uso de robots autónomos para la entrega de productos en entornos urbanos está ganando presencia, optimizando el reparto de última milla y reduciendo tiempos de entrega. En la industria automotriz, las plantas de producción han incorporado miles de máquinas en sus líneas de ensamblaje, logrando niveles de precisión y eficiencia imposibles de alcanzar manualmente.

Pero la convivencia con robots no se queda ahí. «En el comercio y la atención al cliente, los robots están cada vez más presentes. Desde hoteles que utilizan robots para el check-in de los huéspedes hasta supermercados con cajas de autopago inteligentes que optimizan el tiempo de compra, la automatización ha pasado a ser un elemento clave en la experiencia del consumidor», asegura Moreno.

Una de las perspectivas de la robótica hace énfasis en su capacidad para perfeccionar la automatización y reducir el trabajo monótono y pesado. Ello ha permitido a la sociedad dedicarse a proyectos más satisfactorios (o ese es el ideal), alineados con su desarrollo como personas, en lugar de trabajar únicamente por un salario. «Con el capitalismo moderno, la automatización se convierte en un elemento clave para aumentar la producción y reducir los costes laborales. Karl Marx ya describía cómo la tecnología permitía maximizar la eficiencia y producir más con menos mano de obra», arguye Cano.

Esta conexión humano-máquina se trata de una cuestión fundamental: la delegación de tareas

Humano-máquina

El miedo a los robots ha evolucionado con el tiempo. Hace dos o tres décadas, la preocupación principal era la destrucción de los empleos humanos. «Si bien algunas tareas han sido reemplazadas, la realidad ha demostrado que la robótica también ha generado nuevas oportunidades laborales en áreas como la programación, la supervisión de IA y la ingeniería de sistemas autónomos», sostiene Moreno. Ahora, el temor se centra en otro aspecto: la posible pérdida de habilidades cognitivas. Con el avance de los asistentes inteligentes y los algoritmos de toma de decisiones, muchos se preguntan si estamos dejando que las máquinas piensen por nosotros. Por ejemplo, si confiamos en una inteligencia artificial para responder preguntas o tomar decisiones financieras, ¿estamos perdiendo capacidad crítica? «¿Necesitamos esclavos, aunque sean mecánicos?», se pregunta Pinilla, a lo que responde: «Diría que sí».

En esta conexión humana-máquina, no se trata de destacar un servicio en el que alguien nos brinde favores, sino de una cuestión fundamental: la delegación de tareas. Pero, cuidado, advierte el profesor, «si analizamos la filosofía detrás de esta relación, encontramos la dialéctica del amo y el esclavo, desarrollada en la Fenomenología del espíritu de Hegel, que dice que, si delegamos demasiado, terminaremos desapareciendo».