Un momento...
Para 2050, una de cada cuatro personas en la Tierra (y cerca de la mitad de los niños) será de alguno de los 54 países del continente africano. Para finales de siglo, su proporción en la población mundial será del 38%, con India y China en declive. En 1950, los africanos representaban solo un 9% de la población. Estas cifras demuestran que las proyecciones y el posible dividendo demográfico para estas naciones tendrá efectos sociales y económicos sin parangón.
Actualmente, el aumento de la población mundial es impulsado por ocho países: India, Pakistán, Filipinas, la República Democrática del Congo, Egipto, Etiopía, Nigeria y Tanzania. Como resultado, los jóvenes africanos representarán el 42% de la juventud global en la próxima década. «El crecimiento de la población [en el continente africano] se debe a una de las tasas de natalidad más altas a nivel mundial y tasas de mortalidad en declive atribuidas al acceso mejorado a la atención médica y el saneamiento», afirma Tighisti Amare, subdirectora del Programa África del think thank británico Chatham House. Sin embargo, hablar siempre de África como un conjunto es como describir el océano por el aspecto de una ola.
En términos generales, el continente se divide en dos regiones: el Norte y el África Subsahariana. «Esta distinción inherentemente pasa por alto las innumerables diferencias socioeconómicas que existen dentro. Solo la parte subsahariana alberga 42 países continentales y nueve pequeños Estados insulares con economías, recursos naturales y poblaciones muy diferentes», asegura en un informe Chukwuma Chinye, experto en el Centro por la Democracia y el Desarrollo de Nigeria (CDD África Occidental). De hecho, abunda Chinye, las naciones de África constan de un conjunto tan diverso de componentes que es imposible analizar en términos absolutos la demografía de África como continente. Sin embargo, los desafíos que enfrentan la mayoría son similares, con variaciones en el grado y la capacidad de resiliencia ante ellos.
Los retos tienen que ver con tasas de fertilidad en aumento, dificultades persistentes en la seguridad alimentaria y la lucha contra el hambre, el impacto creciente del cambio climático, niveles preocupantes de desempleo juvenil, una alta tasa de dependencia económica (menos personas disponibles para producir bienes y servicios), la urbanización acelerada y los sistemas educativos y de atención médica sobresaturados. «África son muchos países diferentes que experimentan una amplia gama de situaciones culturales, económicas y demográficas», resalta Mark Wheldon, oficial de Asuntos de Población de Naciones Unidas: «Por ejemplo, muchos en el África Subsahariana, con poblaciones jóvenes, forman parte del grupo de Países Menos Adelantados (PAM): con bajos ingresos, que enfrentan severos impedimentos estructurales para el desarrollo sostenible. Son altamente vulnerables a los shocks económicos y ambientales y tienen bajos niveles de activos humanos».
Para mediados de este siglo, la mitad de sus más de 2.400 millones de habitantes tendrá menos de 25 años, jóvenes que buscarán una oportunidad en un mercado laboral donde actualmente casi ocho de cada diez empleos están en la informalidad. Es decir, que desarrollan «un trabajo que no está registrado ni identificado y, por lo tanto, no tiene ninguna contribución a la seguridad social; la gente no paga impuestos sobre sus ingresos y eso significa que los países tienen menos margen para invertir en bienestar social», destaca Arthur Minstat, jefe de la Unidad para África, Europa y Oriente Medio del Centro de Desarrollo de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).
Abordar el tema de la informalidad en el continente –donde el aumento de los conflictos y la violencia ha impactado negativamente en la economía, agravado además por la crisis climática– es fundamental para aprovechar el bono demográfico, ese periodo en el que la proporción de la población en edad de trabajar (entre 15 y 64 años) es significativamente mayor que la proporción de dependientes (niños menores de 15 años y personas mayores de 64 años). Se estima que este fenómeno alcance su punto máximo entre 2020 y 2050; a partir de ese año, la fertilidad comenzará a disminuir, aunque a menor ritmo que en otras partes del mundo.
«La fertilidad africana comenzará a disminuir mucho más tarde que en el resto del mundo, pero en un contexto [global] de envejecimiento acelerado», resalta Carlos Lopes, economista de Guinea-Bissau que anteriormente dirigía la Comisión Económica de las Naciones Unidas para África. Por esta razón, el acervo genético africano será esencial para la humanidad, según resalta el experto, y el trabajo africano lo será para tareas y empleos que no han compensado la robotización y la automatización.
Sin embargo, emular el milagro industrial que vivieron algunos países de Asia (Corea del Sur, China o Japón) entre los años 70 y 80 (que permitió a millones de personas salir de la pobreza) es complicado. De hecho, África está perdiendo terreno: su contribución a la manufactura global es menor hoy que en 1980. Su economía tiene un gran peso en el sector primario y el avance de su industria es desigual, mientras que Sudáfrica, Egipto, Marruecos y Túnez tienen sectores relativamente desarrollados, en los países subsaharianos el peso del sector es muy pequeño.
«La gran población de África, si se aprovecha adecuadamente, tiene el potencial de impulsar el crecimiento socioeconómico en la región al ofrecer mano de obra y mercado para productos, atrayendo así inversiones domésticas y extranjeras», subraya desde Accra (Ghana) Francis Agbere, responsable de Programas y Políticas de Economía Justa de Oxfam Intermón. Con un 70% de su población menor de 30 años, la población joven del África subsahariana es especialmente apta para aprovechar la tecnología e impulsar el desarrollo económico. Pero, para sacar provecho del dividendo demográfico, los gobiernos deben implementar políticas que se traduzcan en ciudadanos sanos y capacitados, y promover los derechos laborales para protegerlos contra la explotación económica.
Un informe reciente de Oxfam reveló que siete africanos tienen más riqueza que la mitad inferior de la población. «En el continente más desigual, el crecimiento del PIB no significa mucho si la riqueza está en manos de unos pocos», comenta Agbere. «Los gobiernos africanos deben implementar políticas que reduzcan la brecha entre ricos y pobres, deben priorizar los servicios sociales como la salud y la educación, implementar políticas de impuestos progresivos conscientes del género e invertir en el sector agrícola, donde la mayoría de los agricultores a pequeña escala que trabajan para alimentar al continente son mujeres». Porque, en todo caso, una gran población joven que carece de oportunidades no solo no tiene las condiciones para impulsar el desarrollo, sino que además podría sentar las bases para agravar los conflictos y la fragilidad del mundo.
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