Lo que no aprendimos de la pandemia

Tosin Iduh

Durante el mes de marzo se materializó un escenario que hasta la fecha nos parecía inverosímil, permanecimos atentos a los hechos que acontecían en Italia sin presagiar que formaríamos parte de las mismas escenas semanas después. Ocho meses más tarde y desde entonces, la sociedad española ha terminado por familiarizarse con el amago intermitente del confinamiento y la presencia constante del distanciamiento social.

Desde un principio, nuestra tarea pendiente fue la de prevenir para no tener que curar, elevar la precaución y dejar de lado la indiferencia ante la falsa seguridad de no vernos en una situación parecida, pero este virus nunca entendió de fronteras y terminó por compartir y ocupar nuestros espacios de la manera más imprevisible. La crisis sanitaria del Covid-19 ha supuesto un antes y un después en nuestros usos y costumbres, modificando pautas sociales y acelerando de forma involuntaria un avance en distintos ámbitos, que nos empuja a valorar los pros y los contras de esta nueva normalidad, oportunidad imperfecta para aprender de errores pasados y enmendar la dirección de unos pasos que nos desvían al mismo punto de partida, la segunda ola.

«La unidad es otra medida más de contención para frenar la fragmentación y continuar progresando como sociedad»

Sin embargo, a diferencia de los primeros meses del año, ahora contamos con un mayor conocimiento sobre los síntomas, los medios de transmisión, los grupos de riesgo y el alcance de nuestra propia negligencia o escepticismo, al seguir creyendo que se trata de una simple gripe. Con la nefasta experiencia vivida (con todos sus nombres y sus cifras) deberíamos estar mejor capacitados para salir airosos de esta segunda ola, con la plena satisfacción de haber hecho todo lo que estaba en nuestras manos y haberlo hecho bien, pero las consecuencias derivadas del Covid-19 y su gestión, están incidiendo de manera significativa en el ámbito social, económico y político, y resulta cada vez más difícil concretar el horizonte de una recuperación, que sostenida en el tiempo conserve no solo el bienestar social si no también el crecimiento económico de nuestro país.

Ante la creciente preocupación por los efectos que está teniendo sobre familias, trabajadores y empresas, es necesario que nuestros dirigentes políticos actúen con un sentido de coherencia y perspectiva, intentando generar confianza en un entorno de incertidumbre y asumiendo la responsabilidad de mantener un equilibrio prudente entre las medidas decretadas y las consecuencias en el medio plazo. Las previsiones de organismos internacionales como la OCDE o el FMI, pueden resultar desalentadoras augurando tasas negativas de paro, déficit y PIB en el ejercicio actual, además de una lenta y tímida recuperación de nuestra economía frente a la de otros países europeos con cifras de contagios superiores a las nuestras, pero hay otros factores que inciden en este marco pesimista y requieren un ejercicio de introspección para afrontar las grandes debilidades estructurales de nuestro estado.

Habrá políticas más acertadas, medidas cuya aplicación generalizada no termine de ser efectiva y ralentice los engranajes que mantienen en movimiento la sociedad, pero nuestra responsabilidad como ciudadanos también es necesaria, y sin embargo vemos como en los últimos días sigue difuminándose entre las líneas que separan nuestro interés personal, frente al beneficio colectivo en un alarde de principios y derechos que nos siguen alejando del objetivo común.

Lo que no hemos aprendido de los primeros meses de esta pandemia es a interiorizar un sentido del deber que nos permita minorar los efectos de una crisis que debilita nuestras instituciones, no hemos aprendido que la solidaridad debe ser una máxima constante, que la diligencia es un aliado y que los antagonismos políticos no deben cobrar protagonismo en un escenario como el actual. Aprendamos, pero no tarde y mal, que frenar esta debacle es un ejercicio que nos atañe a todos y que la unidad es otra medida más de contención para frenar la fragmentación y continuar progresando como sociedad.

Resultará enigmático que ocho meses después sigamos cometiendo los mismos errores, presenciando como algunos centros de salud vuelven a estar al borde del colapso y lamentando su falta de medios mientras persiste la confrontación política de nuestros dirigentes, incomprensible la discordancia a la hora de unificar criterios a medida que velen por la salud física y la salud económica, y por supuesto cuestionable, que frente a la desesperación de muchos, algunos decidan que la reivindicación de la libertad individual sea justificación suficiente para renunciar a todo civismo. Pese a ello y aunque nos encontremos en una distribución imperfecta de la que nos hemos percatado todavía más durante la Pandemia, debemos (y es nuestra obligación) aprovechar este singular contexto para seguir mejorando como sociedad y llevarnos finalmente la lección aprendida.